Ese fin de semana había pasado algo distinto. Centenares de bichos, como de costumbre. Pero también algo más.
—¿Qué cosa? —pregunté.
Estábamos los dos solos en la cocina. A esa altura, Juan se encerraba en su habitación hasta que terminábamos de hablar de esos temas.
—Alguien se metió en la casa. Una persona, no un bajo astral. Usando técnicas de control mental.
—…
—Alguien que conozco. Eso es lo más terrible.
Como no mencionó quién era, preferí no preguntar. Por algo estará omitiendo el dato, me dije.
—Lo más terrible es la sorpresa. La decepción.
Alcé las cejas y meneé la cabeza. Le pasé el mate. Lo dejó a un costado.
—Esta vez, el brujo de mi cuñada la tenía con Emilia. Todos los bichos se los mandaba a ella. Sobre todo al chakra de la garganta. No es casual. Está todo calculado. El tipo sabe el problema que tiene Emilia con la tiroides. Por eso la ataca ahí. Y yo, dele sacar bichos. Hasta las dos de la mañana. Que es cuando el tipo corta. A veces termina ahí y se va a dormir. Otras veces se toma un descanso nomás, de una hora. Ya le tengo calados los tiempos. El de la pendeja corta más temprano. Es un pendejo también. Corta a las doce y se va a bailar. Me lo dijo mi espíritu guía. Entonces yo sé que a partir de las dos tengo un receso. Si no es el corte definitivo, por lo menos me da un respiro para prepararme para el último ataque. Así que termino de sacar los bajos astrales y cargo de energía a toda la familia. Siempre hago lo mismo. Pero esta vez pasaba algo raro. Le daba energía a Emilia y ella se sentía mejor, como siempre; pero al rato se caía de nuevo. «¿Qué pasa? ¿Hoy no cortó, el hijo de puta? ¿Hoy hace horas extra?» Pero no. Consultaba con el péndulo y mi espíritu guía me decía que no: Emilia ya no tenía bajos astrales. ¿Qué pasaba, entonces? Yo la cargaba de energía y era como si algo se la chupara…
—…
—Y todo el tiempo me sentía observado. Como una presencia. «Acá hay alguien», me dije. «Acá hay alguien. Estoy seguro.» Y le pregunté a mi espíritu guía.
—…
—Y sí: había alguien. Esta persona que te digo.
—¿Se metió en la casa?
—Sí.
—¿Con técnicas de control mental?
—Sí. No era un viaje astral. Era una técnica de visualización creativa. Esta persona sólo entraba con la mente, pero también sabía cómo crear un canal desde Emilia para sacarle energía.
—Qué raro… ¿Eso hacía?
—Sí… Un vampiro energético… A mí no me parece tan raro.
—¿Por?
—Porque está lleno de vampiros energéticos. A veces son los que menos te imaginás. Y sabiendo técnicas de control mental, esta persona pone todo su conocimiento al servicio de su única finalidad: robar energía.
—…
—Los vampiros son así: es lo único que saben hacer. Son parásitos…
Dijo esto con una mueca de desprecio. Y se me quedó mirando.
—¿Querés otro mate? —me preguntó.
—No, gracias.
—Mejor. Suficiente por hoy.