domingo, 28 de octubre de 2012

CUIDANDO LA PRESA

Graciela y yo en un colectivo. Esta vez me refiero a uno real, no al metafórico. Charlamos animadamente. Le hablo de mis opiniones sobre las teorías del karma y de la reencarnación. De Steiner, de Brian Weiss, de lo que pienso sobre la terapia de vidas pasadas, sobre la apertura de registros akáshicos. Me escucha atentamente. Bromeo. Nos reímos.

De pronto, sin transición alguna ni motivo que yo logre identificar, su cara se transfigura. El ceño fruncido. La boca, una línea blanquecina. Fija la vista en la nuca del pasajero que viaja adelante y permanece en silencio.

Sigo hablando, cada vez con menos energía. Pasa algo y no entiendo qué es. Ya no me escucha, de modo que interrumpo mi soliloquio a mitad de una frase.

—¿Qué pasa? —pregunto.

—Vos sabés qué pasa —responde sin mirarme—. No te hagas el tonto.

¿Estoy soñando? Se siente tan extraño como cuando Augusto Z me cortó el teléfono.

—No —replico—. No entiendo qué pasa.

Me mira con odio. Los ojos oscuros con fuego detrás. Es una bruja. En cualquier momento aullará y se elevará por los aires. Espero que no me vomite encima, desde el cielo.

—Miraste a esa chica —me dice—. ¿Pensás que soy ciega?

—¿Qué chica? ¡Si te estaba mirando a vos! ¡Estábamos hablando!

—La chica que acaba de subir. La miraste. Te hacés el tonto.

Ya no sé qué decir. Primera vez que alguien me hace una escena de este tipo. Esto es demasiado irracional para mí. Me pone de mal humor. Ya no estoy con ella. Me encuentro en el centro de mi cabeza, solo, habiendo atravesado cinco puertas blindadas, como Maxwell Smart en la presentación de la serie.

—Está bien, te creo —dice después de un rato—. ¿Qué me estabas diciendo? Seguí contándome.

No puedo creer que piense que será tan fácil.

—No tengo ganas de hablar —digo—. Se me fueron.

Nos quedamos en silencio un rato más. Ahora soy yo el que mira la nuca del de adelante.

Apoya su mano sobre la mía.

—Perdoname —dice—. Soy una tonta. Seguime contando, por favor, que estaba muy interesante.

Retomamos la charla, pero ya no es lo mismo. De las cinco puertas blindadas, sólo abro tres. Ella no puede llegar a donde estoy.

Y a lo largo de la conversación, cada tanto, vuelve a poner la cara de demonio; pero no dice nada. Cada vez que se transforma, sé que a mis espaldas hay una mina que está buena. Y la miro con el ojo de la nuca.

¿Cómo llegamos a este punto de la historia desde la despedida en su departamento y el regalo del collar espantoso?

Un par de semanas después de ese suceso, me llamó al laburo y me propuso encontrarnos, en calidad de amigos, para charlar e intercambiar cartas. Ella quería mandarle una a Silvana, aprovechando que yo estaba por viajar a La Pampa.

—Y vos, si querés, podés escribirle a Roxana.

Nadie, salvo ella, sabía la dirección de su hija. Era una medida de seguridad, para evitar que Walter N, ex pareja de Roxana y padre de Jennifer, personaje violento que entraba y salía de la cárcel de continuo y de quien volveré a hablar, se enterara de su paradero. Si alguna vez capturaba a alguno de nosotros, no podría obtener, mediante suplicio, información alguna.

De manera que la única forma de comunicarme con Roxana era a través de Graciela. Más tarde me enteraría de que ella no solo leía estas cartas antes de entregarlas, sino que también, a veces, tachaba algunas partes y las reescribía, por juzgarlas inconvenientes. Cambiando la palabra amor por cariño, por ejemplo. Debí haber supuesto que algo así sucedía; pero no olviden que, en la época de este relato, yo era un pobre, inocente, cervatillo.

Así que, finalmente, accedí a encontrarme con ella. Y en ese encuentro volvió a proponerme subir al colectivo. Esta vez me refiero al metafórico, no a uno real.

—No importa que no me ames, que sientas algo distinto a lo que siento yo. Con tu cariño me basta, porque disfruto mucho de tu compañía. ¿Por qué vamos a medir y comparar lo que sentimos? ¿Por qué vamos a hablar de sentimientos como si estuviésemos hablando de dinero? ¿Qué importa quién siente más, quién siente menos? Lo que importa es que cada uno disfrute de la relación, a su modo.

La última vez me había captado a través del cuerpo. En esta ocasión, convenció a mi lado racional. Sus argumentos me parecieron razonables. Por mi parte, no encontré ninguno que invalidara los suyos. Porque en aquel entonces, además de un cervatillo, era un joven extremadamente lógico, que reunía muchas de las características que los astrólogos atribuyen al signo de Virgo. De modo que, otra vez, acepté.

En esta nueva etapa de la relación, escenas de celos como la que acabo de describir se volvieron moneda corriente.

Mi segunda experiencia en un hotel fue tan desagradable como la primera.

El polvo estuvo bastante bien, pero después a Graciela se le dio por encender el televisor.

—¿La chica de la película te gusta más que yo? —me preguntó—. ¿Por qué la mirás?

—Porque vos la pusiste y está adelante mío —respondí—. Además, estoy sin anteojos. Lo único que veo son nubes color carne que se mueven y gimen.

La miré fijo. Me sostuvo la mirada. De pronto, su expresión se trocó en sorpresa y espanto.

—¡Me odiás! —exclamó.

Se levantó, dio dos pasos y fingió que se desvanecía.

Y yo, inocente cervatillo, corrí a socorrerla.

A pesar de que Graciela sabía de la existencia de Rocío y Belén, amigas mías, quienes le provocaban celos solían ser mujeres más grandes. Como Noemí, mi compañera de laburo, y Liliana, la madre de Leonel, con quien en esa época yo convivía. Como pensaba que yo buscaba una mamá, y algo de eso había, consideraba a esas sus rivales más peligrosas.

—¿Siempre se viste así, esta mujer, cuando estás vos?

La excepción a la regla era su hija.

Y su nieta.

—Anoche soñé que era el futuro y Jennifer volvía a Buenos Aires. Ya era grande. Y vos te enamorabas de ella.

Por el resto de la mañana, no me dirigió la palabra.

4 comentarios:

  1. que bueno que el relato es en pasado..!!

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  2. Qué bueno eso del paisaje de atrás de la nuca adivinado por las caras de demonio intermitentes de la depredadora.
    Y lo de las puertas blindadas (además de la acertada imagen del súper agente 86) es una gran verdad: después de que te hincharon tanto las pelotas, difícil que cedan así nomás.
    Sigo recorriendo.
    Permiso.

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  3. Dana Eva: Jajaja.

    Israel: Oh, y bien bien pasado...
    ¡Tanto tiempo, Israel!
    ¡Gracias por pasar!

    Lola: ¡Pase, pase! ¡Usted es bienvenida!
    ¿Usted también tiene puertas blindadas adentro de la cabeza?
    ¡Abrazo y gracias por pasar!

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