Claudio G tiene un problema. Y no es la única persona, entre las que conozco, que lo tiene. Claudio G idealiza a las mujeres de las que se enamora.
En un principio, son poco menos que deidades. Son seres irreales a los que solo les falta volar y dejar una estela de luz para ser personajes de Disney. Luego de un tiempo, obviamente, sobreviene la desilusión. Se vuelven carne. Y la carne, por ley natural, se descompone.
Sus relaciones no sobreviven a esa metamorfosis.
La primera relación y la primera decepción que le conocí fue Natalia D. No recuerdo cuál fue el detonante de la ruptura. Tampoco importa. Porque el verdadero causante del corte fue ese shock de realidad.
A pesar de haber sido él quien había terminado con el noviazgo, Claudio tomó esto como una traición. Por parte de ambos. A ella dejó de dirigirle la palabra —hasta un tiempo después, cuando se la volvió a garchar—. Y comenzó a tratar a su hermano con frialdad.
Para Ulises, este cambio de actitud fue desconcertante, no entendía qué lo había provocado.
En eso, y en otras cosas, Ulises me recuerda a algunos de los perros que yo paseaba.
Brownie, ponele.
Brownie agarraba un hueso durante el paseo. Luego de forcejear un rato, yo se lo quitaba de la boca. Él trataba de agarrarlo otra vez, yo lo sostenía en alto. Él quedaba en suspenso, toda la atención puesta en el hueso. Los ojos abiertos de par en par, la boca babeando, el cuerpo tenso, presto a saltar. Yo arrojaba el hueso lejos, él pegaba el tirón. Rascaba el piso tratando de arrastrarme, olfateando como una aspiradora.
—¡No! ¡Brownie, no! ¡No! ¡No!
Cinchando, lograba alejarlo —a él y a la manada— de la zona de conflicto.
Entonces, Brownie me miraba, perplejo, durante media cuadra.
Siempre supe lo que pensaba en ese momento.
—El hueso estaba bueno. Vos me lo quitaste. Pero en vez de comerlo, lo cual hubiese sido razonable, lo tiraste. ¿Me querés decir por qué hiciste algo tan irracional?
Ulises pensaba parecido. Eso es comestible. Vos lo dejaste. No hay razón para que yo no lo coma. Ni siquiera se planteaba la posibilidad de haber cometido una falta. Por eso no entendía el cambio de actitud de Claudio. No había relación entre ambos hechos. Yo estoy saliendo con Natalia. Claudio me mira con cara de orto. No hay nexo, son dos hechos independientes. No hay relación causa-efecto.
La misma falta de razonamiento que Sony, otro perro que yo paseaba.
Sony tiraba mucho y usaba collar de ahorque. El collar no servía, porque Sony nunca entendió que se ahorcaba porque tiraba. Otra vez: dos hechos que suceden independientemente el uno del otro. Tiro. Me ahorco. Sony nunca captó la relación entre ambos factores. Siempre tiró, siempre se ahorcó.
Así están las cosas un domingo que Claudio sube a la terraza del edificio de Graciela a fumarse un pucho.
Acodado en el tapialcito, contempla el barrio desde lo alto. Es una tarde soleada, los pajaritos cantan. Aparece Ulises con una cerveza.
—¿Cómo andás, chaboncito? —saluda alegremente.
Después de unos segundos, sin voltearse siquiera, Claudio contesta:
—Bien.
Ulises duda. Debe estar mal, piensa, por cosas suyas. Enseguida, recupera su aire jovial.
También se acoda en el tapialcito, junto a su hermano. Le ofrece la botella.
—¿Birra?
—No.
Los dos permanecen en silencio, mirando el patio de una casa vecina. Una señora tiende la ropa. Canta.
—¿Anoche saliste con los pibes?
—Sí.
—¿Adónde fueron?
—Soultrain.
—Me contó Camilo que en la puerta se armó cachengue…
Claudio no contesta. Mira otro patio vecino. Un perro se persigue la cola. Ladra, rasca una puerta, vuelve a perseguirse la cola.
—Che, tenés que venir a casa a conocer la moto nueva…
Del perro pasa al vuelo de unos pájaros. Se cruzan y entrecruzan formando una hélice de ADN. Diminuyen la velocidad a medida que se acercan a un cable de teléfono. Aletean, estiran las patitas. Claudio no los ve posarse. Recibe el impacto del puño de Ulises y los pájaros desaparecen.
Se da un cambio abrupto en el paisaje. Lo vertical se vuelve horizontal y viceversa. El azul del cielo es remplazado por cemento. La cara de Claudio choca contra el piso y se arrastra un trecho. Si su mejilla fuera un neumático, chirriaría.
Cuando todo cesa de moverse, Claudio se incorpora como puede. Su hermano lo mira con ojos húmedos, un niño herido en sus sentimientos. La boca abierta, sacude las manos sin encontrar las palabras. Hasta que exclama, con voz llorosa y estridente:
—¡¿Por qué me tratás así?!
Paradise lost...
ResponderEliminarAquí estamos ante la disyuntiva de una inocencia que debe perderse o una que debe ganarse. Como defensor de la libertad a cualquier precio creo que el hermano perro del hortelano (por no decir del orto) debe comprender que el agua que no hemos de beber debemos dejarla correr y que las gentes no son propiedad privada.
Bueno, como siempre, lo saludo con alegría por leer sus escritos refrescantes.
Conocí varios, por no decir muchísimos Brownies y Sonys, puedo afirmar que tengo un catálogo de psicópatas de esta calaña para nombrar. Despues preguntan porque una tiene tantos trastornos...
ResponderEliminarMuy buena la redacción !
guillermo, hace mucho que no leía blogs y el primero fué éste. me hiciste reir, gracias.
ResponderEliminarun beso.
mar
Ale Vela: De acuerdo con usted respecto al agua que no hemos de beber.
ResponderEliminar¡Me alegro de que te haya gustado el escrito!
Abrazo y gracias por pasar. Siempre es un gusto verte por aquí.
CorazónLunático: ¡Bienvenida a Carne con Alambre!
Me alegro de que el escrito te haya gustado.
¡Pero los Brownies y los Sonys no son psicópatas!
Son animalitos de Dios.
Abrazo y gracias por pasar.
ma: ¡Bienvenida nuevamente por aquí! ¡Tanto tiempo!
Es muy lindo leer que te he hecho reír.
¡Gracias a vos por pasar!
Besazo.