En la cama, después de haber tenido sexo.
—Pensar que yo te estoy enseñando todo para que el día de mañana te disfrute otra —dice.
—…
—Las caricias que yo te enseño se las vas a hacer a ella. Los besos que yo te enseño se los vas a dar a ella.
—…
—…
—Y ella se va a enamorar de vos. Y va a disfrutar de todo lo que yo te enseñé.
—…
—Yo te agradezco que seas sincero. Que nunca me hayas mentido. Sos medio bruto, no tenés filtros, pero lo prefiero así. Así no me hago ilusiones, así sé cómo son las cosas y estoy preparada…
La voz se le quiebra. Se queda un rato en silencio.
—¿Te puedo pedir algo? —me pregunta finalmente.
Dudo. No creo que me guste lo que va a pedirme, aunque no tengo ni la más pálida idea de lo que será. Volteo la cabeza y me encuentro con sus ojos negros, que se clavan en los míos —o se pegan, como imanes— y son el eco de la pregunta que antes hicieron sus labios.
Parpadeo.
—Decime…
—Cuando tengas un hijo, quisiera ser la madrina. ¿Te puedo pedir ese favor?
Esa no me la esperaba. Sos una caja de sorpresas, mujer. ¿Qué te respondo? Que sí, claro. Total quién me obliga a cumplir con mi palabra.
—Sí…
—¿En serio? ¿Me lo prometés?
—Te lo prometo.
Sonríe.
—Gracias. Es muy importante para mí.
Fantaseo.
Mi mujer acaba de dar a luz. El doctor corta y anuda el cordón. Nos sonríe. Pone al bebé en brazos de ella.
Se nota que ella es muy feliz, a pesar de que tiene la cara borrosa, porque aún no la conozco y no sé cómo serán sus facciones. Acaricia y besa a nuestro hijito. A él sí le veo la cara. Es una cara de bebé estándar, en la televisión se ven un montón. Toda fruncida, roja, con gesto de estar cagando.
Luego de un rato, el doctor nos dice que hay que higienizar al bebé, vacunarlo, esas cosas. Mi mujer se despide del pequeño con un último beso y se lo tiende al doctor. Él, a su vez, se lo tiende a una enfermera. Pero antes de que ella pueda tomarlo, algo extraño sucede.
Una columna de humo se interpone entre ellos. Brota de la nada. Gradualmente, va adoptando forma humana. Hasta que la distingo claramente: es Graciela. Viste una túnica negra y sus cabellos se alborotan por un viento cuya fuente es tan misteriosa como antes la del humo. Todos quedamos paralizados por la sorpresa. De pronto, recuerdo la promesa que no cumplí y comprendo. Pero ya es tarde. Graciela lanza una risotada, le arrebata el bebé al médico y huye de la sala. Mi mujer pega un grito. Un grito borroso, porque tampoco sé el nombre de mi hijo. Salgo de la sala en persecución de Graciela. La veo alejarse por el pasillo. Se dirige a una ventana que está abierta. Estamos en un piso elevado.
—¡No! —grito.
La atraviesa sin detenerse. La tela de su túnica flamea antes de perderse de vista.
—¡No!
Llego a la ventana. Apoyo las manos en el marco. Me asomo.
De Graciela, solo la tela negra que se desliza lenta por el aire.
Y una mancha roja en la acera.
Los restos de mi hijo estropeado contra el piso.
a no loco promesas son promesas, vos dijiste que si . ya eta. si tu hijo termina en el zopi ..lola.
ResponderEliminarah mierda...
ResponderEliminar1- no te puedo creer esa conversación.
2- no creo que seas medio bruto... ni un cuarto de bruto... me da la impresión de que sos una de esas personas que todo lo piensan al extremo. virginiano perfeccionista, dijiste,no?
3- esta fantasía tuya... WTF
Besos :)
Helada madrina...
ResponderEliminarA los hombres nos cuesta entender que cuando una mujer empieza a decir pavadas después de hacer el amor (o como quieras llamarlo), es hora de pensar que la relación terminó. Nos cuesta aceptar que tendremos que abandonarla. Pero es así. Este escrito lo prueba. La semilla del mal ya estaba plantada, simplemente creció. El acto violento del final no es otra cosa que el fruto de ese desarrollo perverso que podría haberse evitado al resignarse de una vez a tener que buscar otra mujer y haber dicho "no" con la dignidad y abandono de un monje zen.
Salud, felicidad sin límites y claridad en la elecciones!
ah... y jojojo Feliz Navidad!
José Gabriel: Ufa.
ResponderEliminarDana Eva: 1- ¡Juro que es verdad!
2- Pienso bastante, sí (virginiano con un Saturno fuerte), pero aquí la señora reprochaba mi franqueza.
3- Jajaja.
¡Abrazos! :D
Ale Vela: Usted tiene razón, pero no olvide que yo era un pequeño cervatillo.
¡Salud y feliz año nuevo!
Bueno, la catequesis dejó lo suyo en tu cabecita, pero las brujas malvadas de cuentos clásicos también.
ResponderEliminar"Los restos de mi hijo estropeado contra el piso." ¿Y yo soy corrosiva? Ahá. (Me encantó la frase, por supuesto.)
Graciela da un poco de pena, de fastidio, de ganas de no cruzársela nunca, con sus ojos de imán. Lo bueno es que te dejó estas historias.
Jajaja. ¡Gracias por el comentario!
EliminarY me alegro de que te gusten estas historias.
Este cuento me hizo reír mucho, tiene un giro inesperado y algo de imaginación paranoica. La mina sale con cualquiera (en otro país esta frase no se entendería) y el tipo imagina la peor situación posible (no se si será autobiográfico o no el cuento, por eso me refiero a los personajes así). Me imagino la escena en alguna película cómica.
ResponderEliminar¡Qué lindo haberte hecho reír! Gracias por informármelo.
EliminarSip, el relato es autobiográfico.
¡Abrazo y gracias por pasar!