domingo, 17 de febrero de 2013

SEGUNDA VUELTA

Completamos la segunda vuelta: hoy, este blog de Acuario cumple dos años.

Nacido en una época de crisis múltiple en la que me vi forzado a replantear varias áreas de mi vida, cumplió cierta función terapéutica y, pasada la tormenta, se instaló como un elemento muy importante de esta nueva etapa.

Las grandes crisis son hidras de Lerna, con numerosas cabezas, pero todas ligadas a un mismo cuerpo. Una de las facetas de la mía fue en el área vocacional. Toda mi vida había estado seguro de que quería dibujar. Sin embargo, ahora esta convicción perdía solidez, como tantas otras que hasta entonces apuntalaban el que era mi modo de vivir y eran la brújula que marcaba la dirección de mis pasos.

En el caso del dibujo, me planteaba —y aún me pregunto— si realmente seguía mi vocación o si me estaba haciendo cargo del sueño frustrado de mi padre.

Hice un test vocacional, pero no me fue de mucha ayuda. No me sentía del todo identificado con ninguna de las carreras que salieron como resultado, a pesar de que, en mayor o menor medida, las cuatro eran afines a mis gustos e intereses. Reflexioné mucho sobre el tema. Traté de captar qué era lo que realmente me gustaba hacer. No las actividades en sí, sino lo que había más allá de ellas: las necesidades que satisfacía al realizarlas. Llegué a la conclusión de que podía dividir mis aficiones en dos grupos: las que satisfacían una necesidad de conocimiento profundo de lo humano —como la psicología y la astrología— y las que satisfacían una necesidad de comunicación —como el dibujo, la escritura y el teatro—. Cuando hablo de comunicación no me refiero al mero intercambio de información, sino a la expresión de ideas, sentimientos e imágenes de lo profundo de la psiquis.

Mi vocación está hecha de esas dos cosas: afán de conocimiento y de comunicación. Ambas están íntimamente relacionadas. En conjunto funcionan como una respiración: la primera equivale a inhalar y la segunda a exhalar. De modo que las actividades que en un principio dividí en dos grupos se interrelacionan. Con el tiempo, estas actividades pueden cambiar; pero siempre serán esos los móviles de mis elecciones posteriores.

Es probable que más adelante me vuelva a conectar con el dibujo. Y planeo comenzar la carrera de filosofía a mediados del año que viene. Actualmente, mi única actividad aparte de la lectura —y de la que me proporciona dinero, que se relaciona con esta y me da acceso a mucho material— es escribir para este blog. La razón por la cual este espacio es tan importante para mí es que, en cierta medida, satisface ambas necesidades. Claramente la de comunicación; pero también la de conocimiento, siendo que genera un intercambio constante que ensancha mi horizonte de experiencia. Cada vez que ustedes hacen un comentario en alguna de mis entradas, cada vez que yo visito los blogs de ustedes y en cada encuentro personal, que invariablemente deriva en una charla de horas.

En esta segunda vuelta, conocí personalmente a —por orden de aparición—:

Café, que cocina un delicioso pastel de carne con pasas de uva.

Lila Biscia, que camina en círculos el poema hasta agotarlo.

Dana Eva, que ya cumplió con los mates pero aún me debe las empanadas.

Y Ramita, camarada de Virgo.

Virtualmente, se sumaron —también por orden de aparición—: el misterioso Eusebio Q —que surgió de la nada y partió antes de lo prometido—, Hugo —antiguo pirata, Robin Hood de la red, perseguido por el FBI, ahora con un blog muerto y otro dormido—, Alejandro Cossavella —que canta en esperanto, viaja en el tiempo y hace reproches infundados—, Dany —que hace refritos a pedido—, ma —que escribe tan intenso que duele—, Dan —que le vendió zapatos a Cenicienta y su familia—, Yoni Bigud —que se ausentó tanto tiempo que lo creí muerto por un gordo tartamudo—, Lola —que tiene un ojo diestro para captar momentos especiales, y la habilidad y la sensibilidad para plasmarlos en textos que son pequeñas postales deliciosas de esta loca loca ciudad—, Lorena —que escribe tan lindo y espaciado que deja con ganas—, Monetre —¡que sueña mucho!—, Bigote Falso —con quien formaremos una organización para derribar el imperio capitalista de Farmacity, saquearemos sus comercios, castigaremos a sus cajeras inescrupulosas y con el dinero recaudado fabricaremos patinetas voladoras—, CorazónLunático —que tiene convulsiones en el laburo—, Hundred —que tiene un fetiche sexual con la Coca-Cola—, Viejex —que con toda educación insulta viejas—, Juanita is dead —con quien formaremos una liga de gente que no sabe andar sobre dos ruedas y recaudaremos dinero que invertiremos en taxis— y Nachox —que está resfriado y no quiere SOPA—.

Me siguen acompañando —ya son amigos de la casa—: El Señor Potoca —que cree que Dios es verde—, José Gabriel —que cree que Dios es un caballo—, losty —que tenía una abuela muy parecida a la mía—, Panqueca —cuyo blog aletargado es uno de los primeros que descubrí, gracias a Puig, y desde aquel entonces uno de mis preferidos—, Gabriela —a quien admiro y tomo como ejemplo—, Mateo —que volverá de Malasia con algunos dedos menos—, Paris_In_Flames —¡que tiene alitas en la espalda!—, Boris —inconstante y díscolo: punk, si no fuera porque Ricky Espinosa fue el último—, Karina —que vuelve a virulear después de varios meses de ausencia—, Lunática —que camina dormida—, Diana Bz —que dibuja muy lindo—, Israel —que escribe muy esporádicamente desde que lo encerraron en el penal de Ushuaia por arrojar a su suegro desde un acantilado—, Valeria —que tiene un montón de amigos cuadrúpedos—, Rosi ta —que me lee vía Facebook— y Natalia —que me lee vía impresora y tiene una carpetota llena de este blog hecho carne—.

Y una mención especial para Tenshi Virago, quien me tiró la idea de comenzar con este blog. 

Por todos ustedes alzo esta copa, llena de grog del mejor.

Gracias por tantas alegrías.

¡Salud!

domingo, 10 de febrero de 2013

EL DÍA QUE LE PEGUÉ A UNA MUJER

A Graciela le molestaba que yo le diera la espalda cuando dormíamos. Pero yo dormía más cómodo en esa posición. Nunca llegamos a ponernos de acuerdo respecto a este particular. Es decir, yo siempre dormí como me resultaba más cómodo y ella siempre me lo reprochó.

Le parecía poco romántico, poco afectivo de mi parte.

—¿No podés abrazarme? —demandaba.

—Me es incómodo —decía yo—. No voy a poder dormir.

—Qué egoísta que sos… —decía ella.

—¡No soy egoísta! —me quejaba—. ¡No voy a poder dormir!

Y ella me hacía el muro del silencio.

Yo esperaba un rato, me daba vuelta y me dormía.

Pero esto no terminaba ahí. Una vez que yo conciliaba el sueño, ella comenzaba a hablarme de nuevo.

Si señor: así como lo leen.

¿Cómo lo sé?

Porque de a ratos eso me despertaba. Y me dejaba en ese estado intermedio entre el sueño y la vigilia. Y en ese estado sentía su letanía, monótona y lastimera, como un mantra repetido hasta el hartazgo.

—Date vuelta… Dale… Por favor… Guillermo… Guillermo… Dale, date vuelta… Guille… Por favor… Dale… Date vuelta… Por favor…

Presumo que en algunas ocasiones seguía así durante horas, porque llegaba a despertarme hasta tres o cuatro veces a lo largo de la noche.

¿Por qué hacía esto?

Creo que pretendía comunicarse con mi inconsciente, para lograr su objetivo. Una suerte de hipnosis.

Pero sus intentos eran vanos.

¿Qué hacía yo relacionándome con una persona así?

Bueno, ya saben: loca ella, loco yo, corriendo en pelotas por Avenida Corrientes, con un melón en la cabeza y una banderita de taxi libre clavada en el orto. Looocooo, looocooo, tatá-tatá-tararará… ¡Vení! ¡Volá! ¡Vení! ¡Volá!…

¿En qué estaba?

Ah, sí…

Una de esas noches en que Graciela me hablaba, hablaba y hablaba, terminó infiltrándose en mi sueño.

La escena, igual a la del mundo real. Excepto por el detalle de que, en el sueño, la luz está encendida. Graciela, apoyada en un codo, se inclina sobre mí. Me habla, me habla, me habla… Y en eso, saca de entre las sábanas un cuchillo. Grandote, de cocina. Se dispone a asestarme un golpe mortal entre los omóplatos.

Reacciono.

Me apoyo sobre la mano derecha. De un solo movimiento, alzo mi torso y giro. Le estampo la mano izquierda, abierta, en el medio de la cara. Acto seguido, me desplomo sobre la cama, otra vez de espaldas a ella.

En ese momento, me doy cuenta de que estoy despierto. Y de que el cachetazo que acabo de dar fue real. Me quedo quieto, los ojos abiertos como platos, clavados en la pared. Por unos segundos, ella permanece muda. Después susurra:

—Guillermo… ¿Estás despierto?

No contesto. Cierro los ojos. Ella no insiste.

Cuando logro aquietarme, caigo en un sopor profundo. El resto de la noche transcurre en un silencio absoluto.

Al otro día, Graciela no mencionó el incidente. Esa misma tarde, fue de visita a lo de Claudio y su novia. A ellos sí les habló al respecto.

Les dijo que yo era un psicópata.

Nunca más volvió a hablarme durante el sueño.

domingo, 3 de febrero de 2013