domingo, 2 de octubre de 2016

(NO) QUIERO VOLVER A VERTE, HILARY

La primera vez que vi a Hilary Swank fue en Boys don’t cry. Papá moría, lentamente, en el hospital y yo buscaba en la televisión algo que me distrajese. Algo que me quitase de la mente, al menos por un rato, su rostro lívido, cada día más muerto. Con el pelo corto y su camisa leñadora, Hilary se parecía al exnovio de una de mis hermanas. Eso hizo que me detuviera en ese canal. Enseguida, apareció Chloë Sevigny, una buena razón para quedarme. A ella sí la conocía, de Kids, otra película terrible. Después, la trama me envolvió como una araña. Paralizó mis músculos y se tragó el poco aire que me quedaba.

Terminó la película y me levanté del sofá con esfuerzo. Estaba exhausto, pero necesitaba salir a caminar. Era de noche. Me dirigí hacia la laguna Don Tomás, a dos cuadras de allí, tambaleándome. Me apoyé en la baranda del pequeño muelle. Es más exacto decir que mis dedos se clavaron en la madera como garras. Recién ahí, con el agua ante mi vista, logré tomar una bocanada de aire. Larga como el padecimiento de mi padre. Y vomité por los ojos todo el horror de lo visto esos últimos días.

Papá en la cama del hospital parece un bebé. El escaso cabello despeinado, el torso desnudo envuelto en sábanas blancas. La expresión de ingenuidad. La mirada perpleja al verme atravesar la puerta. Brandon Teena es rodeado y hostigado por la madre y los amigos de la mujer que ama. El círculo se estrecha a su alrededor. Son perros a punto de despedazarlo. El interior del cuerpo de papá plagado de bultos informes que se hacen visibles cuando exhala el aire. John Lotter y Tom Nissen sujetan a Brandon, lo encierran en el baño, lo golpean y lo desnudan. Obligan a su novia a mirar sus genitales. Papá tiembla y se retuerce. Reza. Aprieta los dientes. Maldice al Cielo sin palabras, con el puño en alto. John y Tom esperan a Brandon fuera de la casa. Lo llevan en coche a un lugar solitario. Lo golpean. Lo vuelven a desnudar. Lo violan. Papá se atraganta. Tose. Lo tomo de los hombros y levanto su torso. Abre los ojos enormes. La cara roja, las venas de la frente y del cuello están por reventar. El ojo vivo me mira sin verme. El ojo muerto mira hacia cualquier lado. Brandon recibe un disparo en la cabeza. Su sangre mancha la pared. Acuchillan su cuerpo inerte. Otro disparo mata a su amiga Candace en presencia de su bebé.

Cinco años después, volví a cruzarme con Hilary Swank. En el hospital Cetrángolo. Mi compañero de habitación hacía zapping y se detuvo en Million dollar baby. Me preguntó si estaba de acuerdo. Respondí que sí. No me llamaba mucho una película sobre una boxeadora, pero ¿por qué iba a decirle que no? Si el que quería ver televisión era él. En todo caso, yo podía dedicarme a mirar el árbol de la ventana o a toser y drenar aire y sangre por el agujero que tenía en el costado, lo único que se me pedía que hiciera en ese lugar. O a pensar cómo reconstruir mi vida. O todo eso junto. Pero Hilary me atrapó de nuevo.

No entreno a chicas. Quizás debería. Los que me ven pelear dicen que soy muy dura. Niña, ser dura no basta. La tenacidad. Eso fue lo que captó mi atención. Pierdes el tiempo: ya te dije que no entreno a chicas. Creí que le convencería. La fuerza de voluntad. El cuerpo llevado al extremo de lo soportable. Si existe alguna magia en el boxeo, es la magia de presentar batalla más allá de la resistencia. Más allá de las costillas fracturadas, los riñones reventados y los desprendimientos de retina. La autodestrucción. No respiras bien, por eso jadeas. Justamente por eso estoy acá. ¿O te pensás que por gusto me dejé clavar este tubo en el costado del cuerpo? No soy masoquista, aunque lo parezca. O sí lo soy y lo disimulo ante mí mismo, no lo sé. Mi viejo me puso mi segundo nombre por el Cristo. Por una canción de Alma y Vida que es una alegoría del Cristo. Tal vez por eso ahora estoy aquí, con una herida en el costado y los brazos en cruz, con una botella de suero enchufada en cada uno. El boxeo es un acto antinatural, porque todo va al revés. En vez de huir del dolor, como haría una persona cuerda, das un paso hacia él. Nunca me detengo. O casi. No por propia voluntad. No duermo, no como y sigo andando, doscientas cincuenta cuadras por día con ocho animales atados a la cintura. Saco mi fuerza del estómago. Llevo un volcán aquí dentro. Si me detengo, me consume. Debo inmolarme para aplacar su furia. Pero la carne es débil. Mi carne no está a la altura de mi voluntad. Por eso estoy acá, esperando que me lleven al quirófano. No respiras. Siento discrepar con usted. Cada vez que estás bajo presión, aguantas la respiración. Deja de hacerlo. De acuerdo. Hicieron lo posible por evitar operarme. Sin éxito. Vamos a tratar de que lo resuelvas vos solo, dijo el médico. Lo único que tenés que hacer es toser. Para drenar el aire atrapado en la pleura. Caminar y toser. Toser con este tubo en el costado duele como la concha de su madre. El músculo se contrae alrededor del tubo y sentís como si te clavaran un cuchillo. Pero yo nunca me detengo. Si hay que caminar y toser, camino y toso. Más que cualquiera de los que están internados aquí por lo mismo que yo. Más que todos los que han estado internados alguna vez y los que lo estarán desde hoy hasta que el tiempo derribe estas paredes y no deje piedra sobre piedra. Camino por el pasillo, ida y vuelta. Toso cuando llego al medio y a los dos extremos. Toso y mis piernas tiemblan. Me apoyo en la pared, el agua del frasco que llevo al costado burbujea y se tiñe de rojo. Mi papá tenía un pastor alemán: Axel. Axel tenía los cuartos traseros tan mal que se arrastraba de una habitación a otra con las patas delanteras. Mardell y yo nos partíamos de la risa viéndole deslizarse por el suelo de la cocina. Toso fuerte. Y dejo que la mano fantasma clave su puñal en mi costado. ¿Ves? ¡Así tenés que toser!, le dice, señalándome, un tipo a su hijo de veinte años. No esa tosecita maricona que hacés vos. Hago esto durante quince minutos una vez por hora. Los cuarenta y cinco minutos restantes los paso echado recuperándome del dolor. Creí que lo lograría, lo que mostraban las radiografías era alentador. Pero hoy el pulmón volvió a colapsar. Altayrac, veo una operación en tu futuro, dijo el médico. Ambos reímos. Y aquí estoy, a cuarenta y ocho horas de ser operado, viendo en la televisión a una boxeadora rompiéndose el cuello con una banqueta, quedando paralítica y mordiéndose la lengua para suicidarse. Bueno… Desconectaré tu respirador y te dormirás. Luego, te pondré una inyección y permanecerás dormida.

Lo has hecho de nuevo, Hilary.

Bienvenida la destrucción temida. El estruendo de la fortaleza que se derrumba. Los escombros, ellos mismos otra fortaleza, inexpugnable. Bendita muerte y resurrección. (No) quiero volver a verte, Hilary Swank. En mi próximo trance terrible, si enciendo la televisión y te encuentro, (no) cambiaré de canal.