domingo, 28 de diciembre de 2014

IR A POR LANA Y SALIR AHORCADO

Ester, capítulo 6 al 9.


Aquella noche, el sueño huyó de Jerjes, por lo cual mandó que trajeran el libro de las crónicas reales y que lo leyeran en su presencia. De modo que sus siervos, como padres contando cuentos al hijo para que se duerma, fueron narrándole diferentes sucesos: que en tal año el rey ganó tanta guita, que en tal año conquistó tales tierras, que en tal año derrotó a Leónidas de Esparta, que en tal año se peleó con la reina… Y así hasta que llegaron al episodio de Mardoqueo salvando a Jerjes del atentado en su contra planeado por los centinelas de la puerta. (1)

—¿Y cómo se premió a este hombre? —preguntó Jerjes.

Los siervos se miraron entre sí, con cara de «ni idea…». Hojearon un cacho el libro buscando la respuesta —lo hojeaban entre varios porque era un libro grandote—.

—Parece que de ningún modo, señor —dijo uno—. Acá no dice nada… (2)

—¡¿Pero cómo?! —exclamó Jerjes—. ¡Hay que corregir esto inmediatamente!

Entre una historia y otra, ya había amanecido. Y Hamán llegaba al aposento real para pedir a Jerjes que Mardoqueo fuera colgado en la horca que había hecho preparar para él.

—¿Quién está ahí afuera? —preguntó Jerjes.

—Hamán, señor —respondieron los siervos.

Que entre —dijo Jerjes. Los siervos lo hicieron pasar—. ¡¿Cómo andás, amigo?! Te hago una pregunta. ¿Qué debe hacerse por el hombre que el rey se complace en honrar?

«Este me debe querer homenajear a mí», pensó el boludo de Hamán, (3) y respondió:

Para el hombre que el rey se complace en honrar, tráigase uno de los trajes que el rey viste, y el caballo en que monta el rey. Y dense el traje y el caballo en mano de uno de los príncipes más nobles del rey, para que vista así al hombre que el rey se complace en honrar, y le haga pasear a caballo por las calles de la ciudad, y pregone delante de él: ¡Así se debe hacer al hombre que el rey se complace en honrar!

—Genial —dijo Jerjes—, me encantó. Apurate, agarrá uno de mis trajes y mi caballo, y hace eso con el hebreo Mardoqueo, el que se sienta en la puerta del palacio. Que no falte un detalle, hacé tal cual dijiste. (4)

Así hizo, pues, Hamán. Y, luego de tamaña deshonra, se fue precipitadamente a su casa, lamentándose y con la cabeza cubierta.

Más tarde, Jerjes y Hamán fueron al segundo banquete de Ester. Y Jerjes volvió a preguntar:

¿Cuál es tu petición, oh reina Ester? Hasta la mitad del reino te será otorgada.

A lo cual respondió Ester:

¡Si he hallado gracia en tus ojos, oh rey, y si al rey le place, séanme concedidas mi vida y la de mi pueblo! ¡Porque hemos sido entregados, mi pueblo y yo, para que nos exterminen!

—¡¿Qué?! —dijo Jerjes—. ¡¿Quién fue el hijo de puta que hizo eso?!

—¡Hamán! —dijo Ester, señalándolo acusadora. (5)

Así fue como Hamán se enteró de la cagada que se había mandado. Ya que, hasta ese momento, Ester seguía ocultando su origen hebreo, a pedido de Mardoqueo.

Lleno de ira, Jerjes se levantó de la mesa y salió al jardín del palacio, intentando sosegarse un poco. Mientras tanto, viendo que su destino pendía de un hilo, Hamán rogó a Ester por su vida. Cuando Jerjes volvió al salón, Hamán, con el rostro bañado en llanto, se había dejado caer sobre el lecho en el que se reclinaba Ester.

—¡¿Y ahora el hijo de puta se quiere violar a mi mujer en mi propia casa?! —dijo Jerjes. (6)

Pónganse las pilas, guionistas bíblicos, este equívoco parece de película de Olmedo y Porcel.

Para colmo de males, en ese momento, entró al salón un eunuco re botón diciendo:

—¡Patroncito, patroncito! ¡Hamán preparó una horca para colgar a Mardoqueo, que tanto ayudó al patroncito! (7)

Ese fue el tiro de gracia.

¡Colgadle a él mismo en ella! —ordenó Jerjes.

Así lo hicieron y eso apaciguó la ira del rey.

Luego de esto, Jerjes entregó a Ester la hacienda de Hamán. Y Ester reveló su parentesco con Mardoqueo, por lo cual este fue recibido por Jerjes con todos los honores.

¿Final feliz?

Aún no. Porque los decretos sellados con el anillo del rey eran irrevocables. De modo que la orden de exterminar a los hebreos el día trece del mes de Adar seguía en pie, por más que le pesara al mismísimo rey.

¿Cómo podré yo ver el mal que alcanzará a mi pueblo? —se lamentaba Ester—. ¿Y cómo podré ver la destrucción de mi parentela?

—Vamos a hacer una cosa —dijo Jerjes—: ustedes redáctense lo que se les ocurra que pueda servirles de ayuda, y yo les doy mi anillo para que lo sellen. —Le quitó el anillo al muerto y lo lanzó hacia Mardoqueo—. ¡Atajá! Quedátelo, cualquier cosa te lo pido. (8)

Mardoqueo, pues, escribió que el rey había concedido a los hebreos que en cada ciudad se reuniesen y se pusiesen sobre la defensa de sus vidas, exterminando toda la fuerza armada del pueblo o provincia que les acometiese, junto con sus niños y sus mujeres, (9) el día trece del mes de Adar. Y se enviaron copias del edicto a todas las provincias del reino.

Finalmente, el día en que los enemigos de los hebreos esperaban tener el dominio sobre ellos, sucedió todo lo contrario: fueron los hebreos quienes tuvieron el dominio sobre sus enemigos. Y mataron de ellos a setenta y cinco mil quinientos. (10)

Por la noche, entre arrumacos, Ester le pidió a Jerjes permiso para seguir masacrando a sus adversarios al día siguiente.

¿Cómo negarle algo a la luz de sus ojos?

—Lo que vos quieras, preciosa… —dijo Jerjes. (11)

—¡Gracias! —dijo Ester—. ¡Sos un amor!


(1) Ester 6:2
(2) Ester 6:3
(3) Ester 6:6
(4) Ester 6:10
(5) Ester 7:5, 6
(6) Ester 7:8
(7) Ester 7:9
(8) Ester 8:2, 8
(9) Ester 8:11
(10) Ester 9:6, 16
(11) Ester 9:12-15

domingo, 14 de diciembre de 2014

MALENTENDIDO

Cuando sus hijos eran chicos, Alejandro tenía un videoclub. A veces, llevaba a los pibes al local. Si se ausentaba por un rato, para hacer algún trámite o alguna compra, les daba instrucciones de que no abrieran a nadie y los dejaba viendo una película infantil. Un día, al regresar, notó que las películas pornográficas estaban un tanto desordenadas, como si alguien las hubiese manipulado durante su ausencia. Al tiempo, ocurrió lo mismo y Alejandro comenzó a sospechar que sus hijos aprovechaban sus salidas para ver pornografía.

Queriendo confirmarlo, decidió tenderles una trampa: les dijo que estaría afuera una hora, se fumó un pucho en la esquina y volvió minutos después.

Abrió la puerta de golpe. Encaró derecho para el fondo. Oyó los gritos susurrados de sus hijos y ruido de cosas que caían. Cuando llegó a la trastienda, los dos mayores —de ocho y nueve— lo esquivaron y salieron corriendo.

—¡Ey! —dijo Alejandro—. ¡Vengan para acá, pendejos de mierda!

Pero los pibes alcanzaron la puerta y huyeron del local.

A Martín —de cuatro años—, en cambio, Alejandro lo encontró paradito junto a la videocasetera, muy tranquilo. A sus pies, descansaba la caja de la porno que sus hermanos no habían llegado a sacar del aparato.

—¡Estaban mirando una película porno! —interpeló Alejandro, algo desconcertado por la actitud impasible del niño.

—¡No, papá! —dijo Martín, con una expresión de sorpresa tan genuina que dejó a su padre más desorientado aún.

—Ah, ¿no? —dijo Alejandro. Levantó del piso la caja del video y la mostró a su hijo—. ¿Y esto qué es?

—Es una película de una señora que le chupa el pito a su marido…

domingo, 30 de noviembre de 2014

EL REY EXTIENDE SU CETRO

Ester, capítulos 4 y 5.


Cuando Mardoqueo supo del edicto que Hamán había redactado mandando exterminar a todos los hebreos del reino, rasgó sus vestidos, se plantó en la puerta del palacio real y se puso a llorar a los gritos. Entonces, Ester encargó a uno de los eunucos que la asistían que averiguara por qué motivo hacía esto Mardoqueo. El eunuco fue hasta la puerta del palacio, y Mardoqueo le contó todo lo que había pasado y envió con él mensaje a Ester pidiéndole que intercediera por su pueblo ante Jerjes.

Ester recibió el mensaje y mandó decir a Mardoqueo:

Hace treinta días que yo no he sido llamada a presencia del rey. Y es bien sabido que cualquier hombre o mujer que se presenta ante el rey sin haber sido llamado es condenado a muerte, salvo aquel a quien el rey extiende su cetro de oro para que viva.

A esto, Mardoqueo respondió:

—A ver si nos entendemos, piba… ¿Vos te creés que por ser reina te vas a salvar de que te hagan boleta como al resto de los hebreos? Te aviso que no, eh… Así que fijate… (1)

Ester reflexionó un momento y, finalmente, mandó decir a Mardoqueo:

—O.K., Voy a presentarme ante el rey, aunque eso vaya contra las reglas. Y si me tengo que morir… ¡que me muera! (2)

Tres días después, se puso sus mejores pilchas y fue hasta la casa de Jerjes —el rey y la reina vivían en el mismo palacio; pero, dentro del mismo, en edificios separados—. Se quedó de pie en el patio interior que estaba frente a la sala del trono real, y Jerjes, desde el trono, la vio y extendió hacia ella su cetro de oro. Entonces, acercóse Ester y tocó la punta del cetro. Y se ve que la tocó muy bien, porque ahí nomás Jerjes le dijo:

¿Qué quieres, oh reina Ester? ¡Hasta la mitad del reino te será concedida!

A lo cual respondió Ester:

Si al rey le place, venga el rey, y Hamán con él, hoy, al banquete que le tengo preparado.

Fueron, pues, Jerjes y Hamán al banquete que había preparado Ester. Y allí, Jerjes volvió a preguntar:

¿Cuál es tu petición? Hasta la mitad del reino te será otorgada.

Venga mañana el rey —dijo Ester—, y Hamán con él, a otro banquete que prepararé. Entonces, diré al rey cuál es mi petición.

Hamán salió del banquete re contento; pero ver que Mardoqueo, sentado como siempre en la puerta del palacio, no se levantaba para saludarlo le arruinó el día. (3) Llegó a su casa y se reunió con sus amigos y su mujer. Y les contó que había estado en el banquete de Ester.

La reina no ha permitido entrar con el rey a ninguno sino a mí —dijo—, y mañana también estoy convidado por ella con el rey. ¡Mas todo esto de nada me aprovecha, mientras yo vea al hebreo Mardoqueo sentado en la puerta del rey!

—Chabón —dijeron sus amigos y su mujer—, ¿por qué no mandás a hacer una horca y mañana por la mañana hablás con el rey para que cuelguen a Mardoqueo en ella? Así vas a estar re feliz cuando llegues al banquete.

—¡Esa sí que es una buena idea! —dijo Hamán, e hizo preparar la horca. (4)


(1) Ester 4:13, 14
(2) Ester 4:15, 16
(3) Ester 5:9
(4) Ester 5:14

domingo, 16 de noviembre de 2014

EL PARAÍSO DE LOS DIBUJANTES CHICOS

Llegan libros de Zorro Rojo. Clásicos de la literatura ilustrados por dibujantes de renombre. Muy lindas ediciones.

—Mirá —le digo a Alejandro, tendiéndole uno de Lovecraft ilustrado por Enrique Alcatena—. Este era profesor mío en la escuela de historieta.

—Ah, sí… —dice Alejandro—. Quique Alcatena. Lo conozco. De cuando yo trabajaba en la distribuidora de historietas.

—Mirá vos… —digo—. No sabía que laburabas en una distribuidora de historietas.

—Te estoy hablando de hace veinte años… Si hoy me lo cruzo a Alcatena, no lo reconozco… Un tipo macanudo.

—Sí, un tipo macanudo. En la escuela de historieta los tuve de profesores a él y a Zanotto.

—Zanotto, sí. El de Bárbara. Bueno, de andar por las convenciones yo los conocí a todos. Otro que era macanudo era Solano López.

—Sí… Solano López vino una vez a la escuela a dar una charla, y también lo cruzábamos en las convenciones con los pibes con los que hacíamos una revista. Era un tipo piola.

—Con Alcatena y Solano López tengo una anécdota.

—¿Sí?

—Sí. Resulta que mi sobrino dibuja. Y ya dibujaba en esa época. Siete años tenía. Se la pasaba dibujando y leyendo historietas. Se leía todo. Era un fanático. Y un día pensé en preguntarle a mi hermana si me dejaba llevarlo a Fantabaires, que se hacía por primera vez ese año, para que conociera en persona a algunos de los dibujantes que tanto le gustaban. Pero el pibe me ganó de mano. Un día que vino de visita a casa, me encaró.

»“Tío”, me dijo, “¿no me llevás a Fantabaires?” Porque sabía que yo trabajaba con las historietas.

»“¿Y para qué querés ir a Fantabaires?”, le pregunté.

»“¿Cómo para qué quiero ir?”, me dijo. “Tío… Yo soy un dibujante.”

»“Ah, claro…”, dije yo. “Te entiendo. Vos querés ir a ver a los colegas.”

»“No, tío…”, me dijo. “Yo soy un dibujante chico. Colega le dicen los dibujantes grandes a otros dibujantes grandes…” Como diciéndome vos no entendés nada…

Me río.

—Qué pendejo divino… —digo.

—Entonces le pedí permiso a la madre —prosigue Alejandro— y lo llevé. Era todo ojos, el pibe. Mirando las historietas, los dibujos expuestos. Todo serio. Y en eso lo vemos a Solano López, sentado en un stand, firmando autógrafos. Yo ya lo conocía, así que los presenté.

»“Este es Solano López”, le dije al pibe. “Francisco, este es mi sobrino”, le dije a viejo. “Es dibujante.”

»“¡Mucho gusto!”, dijo Solano López, y le estrechó la mano. “Así que sos dibujante… Qué bien… ¿No me hacés un dibujo?” Y le puso una hoja delante.

»“Bueno”, dijo el pibe, y se puso a dibujar.

—¿Y estaba confiado o medio tímido? —pregunto.

—Se notaba que estaba nervioso. Dibujaba muy concentrado. Con la cara pegada a la hoja, atento a cada detalle. Tardó como media hora. Y cuando terminó, se lo dio a Solano, y el viejo miró el dibujo y dijo:

»“¡Muy bueno! Pero acá falta algo.”

»El pibe se lo quedó mirando con cara de sorpresa.

»“¿Qué?”, preguntó.

»“¡La firma!”, dijo Solano. “Un artista tiene que firmar sus trabajos.”

»“Ah…”, dijo el pibe. Y firmó el dibujo. Todo concentrado también.

»“Ahora sí”, dijo el viejo. “¡Qué buen dibujo!”

»Después seguimos recorriendo la exposición.

»“¿Viste lo que dijo Solano López de tu dibujo?”, le pregunté al pibe. “¿Estás contento?”

»“Sí…”, me dijo, pero era como que todavía no caía. Estaba en el aire. Y en eso lo veo venir a Alcatena.

»“Mirá”, le dije al pibe. “Ese que viene allá es Enrique Alcatena. Te lo voy a presentar.”

»“¿Cómo andás, Quique?”, le dije. “Te presento a mi sobrino. Es dibujante.”

»Te digo que preparado no podría haber salido mejor. Alcatena le da la mano y le dice:

»“¡Mucho gusto! ¡Ya nos volveremos a cruzar, colega!”

Me río.

—¡Qué bueno!… —digo.

—El pibe se quedó de una pieza —dice Alejandro—. No entendía nada.

»“¿Viste?”, le dije cuando Alcatena se fue. “¡Te dijo colega!”

»Y me miró. “¡Sí, me dijo colega!”, me contestó. Pero como diciendo ¡se equivocó!

»Días después, cuando la volví a ver, mi hermana se reía.

»“¡¿Me querés decir adónde llevaste a mi hijo?!”, me preguntó. “¡Volvió como loco! ¡Está todo el día hablando de Fantabaires! ¡Que Quique no sé cuánto, que Solano no sé qué! ¡Piensa tanto en eso que a la noche no puede dormir!”

lunes, 3 de noviembre de 2014

PALABRA DE DIOS: ESTER

Dedicado a Dan.
Segundo Libro de los Reyes, capítulo 18 al 25.
Ester, capítulo 1 al 3.


Repasemos.

Muerto Salomón, sobrevienen conflictos intestinos en Israel que desembocan en la división del reino.

La tribu de Judá permanece fiel a Roboam, hijo de Salomón, que se establece en el sur del país. Este estado es llamado Reino de Judá o Reino del Sur.

Las otras once tribus toman como rey a Jeroboam y se establecen en el norte. Este estado es llamado Reino de Israel o Reino del Norte.

Salvo algunas excepciones, los monarcas que se van sucediendo, en ambos reinos, hacen lo que es malo a los ojos de Jehová: permiten que el pueblo fornique y adore a otros dioses. Como castigo por esto, Jehová entrega a los hebreos en manos de sus enemigos para que sean derrotados en sucesivas batallas hasta que ambos reinos son destruidos.

El primero en caer es el Reino de Israel, a manos de los asirios. Hasta aquí llegamos la última vez que hablamos sobre la Biblia. Dejamos a los nuevos inquilinos del Reino del Norte siendo devorados por leones por no conocer el uso del dios del país.

El Reino de Judá resiste un poco más, porque algunos de sus monarcas son justos. Pero finalmente también cae, a manos de los babilonios.

Tiempo después, Babilonia cae, a su vez, a manos de los persas. Por ende, los persas se apropian de todos los territorios ocupados por los babilonios, incluido el Reino de Judá.

El rey persa que quita del tablero a Babilonia es Ciro el Grande.

Lo sucede Cambises II.

A este lo sucede Esmerdis.

A este lo sucede Darío el Grande.

Y a este lo sucede Jerjes, que en la Biblia es llamado Asuero.

Jerjes es el mismo rey que combate contra Leónidas de Esparta en la Batalla de las Termópilas. Es decir, el pelado gigante y afeminado con la jeta llena de cadenitas de oro en la película 300. De modo que, si lo prefieren, pueden imaginarlo así: como Rodrigo Santoro agrandado por computadora.

Una mañana, Jerjes se levantó, se miró en el espejo y dijo:

—Soy un rey de la puta madre. Voy a hacer una fiesta en mi honor.

Y como era un rey de la puta madre, hizo una fiesta de la puta madre: de ciento ochenta y siete días. E hizo ostentación de todas sus riquezas. El último día, le dieron ganas de exhibir a Vasti, la reina, engalanada con la diadema real, para que todo el mundo viera lo buena que estaba. Y mandó siete eunucos a que la llamaran. Pero Vasti se negó a presentarse ante él, porque no le cabía ser tratada como una mujer objeto.

Entonces, Jerjes se re calentó y preguntó a los sabios de su reino:

—¿Qué hago con esta yegua? (1)

Y los sabios respondieron:

—Mirá, rey, lo que hizo la reina es una cagada. Porque ahora, cuando se enteren, las minas del reino la van a tomar de ejemplo. De la más grande a la más chica, todas van a decir: «Si la reina no le da bola al mismísimo rey, mirá si yo le voy a dar bola al perejil de mi marido…». Esto nos perjudica a todos los hombres del reino. Así que ponete las pilas, rey, y rajala a la mierda. Para que las minas se la piensen dos veces antes de faltarles el respeto a sus maridos. (2)

A Jerjes le gustó la idea, y ahí nomás firmó un edicto para rajar a Vasti y envió cartas a todas las provincias del reino anunciando su decisión.

Después, se organizó un casting para elegir una reina nueva. Como Jerjes era un rey de la puta madre, se hizo un casting de la puta madre: se nombraron comisionados en todas las provincias para que reunieran a todas las vírgenes jóvenes que estuvieran buenas. Una vez recolectadas, fueron enviadas a la capital del reino, a la casa de las mujeres, que estaba a cargo de Hegeo, eunuco del rey. Antes de presentarse ante Jerjes, cada una de estas chicas debía pasar doce meses de preparativos para su purificación: seis meses con ungüento de mirra y seis meses con especias aromáticas. (3) Imagino un montón de minas con olor a provenzal.

Entre los hebreos que ahora vivían bajo el dominio persa, estaban Mardoqueo y su prima Ester, huérfana, a quien él había criado. Ester fue una de las minitas seleccionadas para el casting, porque daba con el perfil requerido. Y fue la que Jerjes, finalmente, eligió como reina.

A pedido de su primo, Ester mantenía en secreto su origen hebreo. (4)

Desde que Ester era reina, Mardoqueo se pasaba todo el día sentado en la puerta del palacio de Jerjes (5) —no sabemos de qué carajo vivía este hombre—. Así se enteró, una vez, de que dos centinelas planeaban atentar contra la vida del rey. Envió mensaje sobre esto a Ester, y ella alertó a su marido. De modo que los centinelas fueron ahorcados y el suceso fue escrito en el libro de las crónicas reales.

Después de estas cosas, el rey engrandeció a Hamán, hijo de Hamedata, poniéndolo por encima de todos los príncipes que tenía. Por lo cual, todos los siervos del rey que estaban en la puerta del palacio se arrodillaban y postraban ante Hamán, porque así había mandado el rey acerca de él, pero Mardoqueo no se arrodillaba ni se postraba. Y cuando Hamán vio que Mardoqueo no se arrodillaba ni se postraba ante él, se llenó de cólera. Pero le pareció poco castigar solamente a Mardoqueo. Habiéndosele informado cuál era el pueblo del rebelde, deseó destruir a todos los hebreos que hubiera en el reino.

A tal fin, habló con Jerjes.

—Che, rey —dijo—, hay un pueblo diseminado por todas las provincias de tu reino que tiene leyes distintas a las de todos los pueblos. Esta gente no respeta tus leyes. ¿Qué te parece si los hacemos cagar?

—¡Lo que vos digas, amigo! —exclamó Jerjes.

—¿No te firmás un edicto ordenando que sean destruidos? —dijo Hamán.

—¡Pero firmalo vos, papá! —dijo Jerjes—. ¡Si sabés que hay confianza! Tomá, te doy el anillo con el que sello los documentos. —Se lo quitó del dedo y lo lanzó hacia Hamán—. ¡Atajá! Quedátelo, cualquier cosa te lo pido. (6)

Hamán, pues, redactó un edicto mandando exterminar a todos los hebreos del reino, jóvenes y ancianos, niños y mujeres, en un mismo día, el día trece del mes duodécimo, que era el mes de Adar, y saquear sus bienes. Y se enviaron copias del escrito, selladas con el anillo del rey, a todas las provincias.

¿Logrará el despreciable Hamán salirse con la suya?

¿Serán aniquilados los hebreos del reino?

¿Se descubrirá el origen hebreo de la reina?

Lo veremos en el próximo capítulo.


(1) Ester 1:15
(2) Ester 1:16-20
(3) Ester 2:12
(4) Ester 2:10, 20
(5) Ester 2:19; 5:9, 12, 13; 6:10
(6) Ester 3:8-11

domingo, 5 de octubre de 2014

CUENTO DE HADAS

Cuando cae la tarde, la mujer de la bolsa en la cabeza se mete en el Banco Ciudad. Extiende en el piso sus pertenencias, despliega el cartón que usa como cama y se dispone a pasar la noche.

Todos los días, religiosamente, se baña. Ahí mismo. El agua se la imagina. Los artículos de aseo también. Se desviste, se quita la bolsa de la cabeza. Se pasa las manos por todo el cuerpo.

En un tiempo, según me cuenta Alejandro, se lavaba con la canilla del edificio de acá al lado. Ahora no necesita ni eso.

Entra un muchacho a la librería. Me pide La Divina Comedia.

—Tengo estas dos ediciones —le digo.

—¿Sabés dónde hay un cana? —me pregunta mientras compara los dos libros.

—No —digo—, ni idea. ¿Por qué?

—En el banco de la esquina hay una mujer desnuda.

—Ah, sí… Está siempre.

—¿Y la cana no hace nada? —pregunta sin levantar la vista de los libros.

—¿Qué va a hacer?

—No sé… Llevársela.

—¿Adónde querés que se la lleven?

—A uno de esos refugios…

domingo, 7 de septiembre de 2014

SATURNO HEMBRA


Es sábado. El día está lindo. Hasta comienzos de esta semana ha hecho mucho calor. Recién ahora el verano parece estar aflojando. Hoy está soleado, pero corre un vientito fresco que revitaliza. Dan ganas de salir a pasear.

Entra una tipa a la librería, arrastrando a su hijo de doce años.

—¡Vamos! —le dice—. ¡Rápido! ¡Apurate que estamos llegando tarde!

Es una mujer de cuarentipico, muy elegante en su vestir. Se para en mitad del salón, sin soltar la mano de su hijo.

—¿A quién le puedo hacer una consulta? —pregunta al aire.

Alejandro está sentado en la silla destinada a los clientes que desean hojear algún libro. Apoya las manos en los posabrazos, se levanta con esfuerzo y avanza hacia la mujer con andar cansino y gesto huraño, como es habitual en él. Tiene sesenta y dos años, problemas crónicos de cintura y una marcada fobia social.

—¿En qué la puedo ayudar? —pregunta.

—Necesito un regalo para un chico de doce años —dice la mujer. Está muy acelerada—. Algún clásico. Que no sea muy caro.

—Mire, acá tiene varios clásicos—dice Alejandro. Sólo tiene que torcer el cuerpo, justo han quedado al lado de esa mesa. Mejor, imposible—. Están de oferta.

—¿Pero son nuevos? —pregunta la mujer—. Usados no quiero.

—Son todos nuevos —responde Alejandro, con algo de hastío en la voz—. Usados no vendemos. Son importados de España. Editorial Edimat. Están a buen precio.

—¿Y cuál puede ser?

—A ver… Para un chico de doce años puede ser Viaje al centro de la TierraEl libro de la selvaColmillo blanco

La mujer manotea un libro.

—Voy a llevar La Eneida —dice.

¿La Eneida?…, pienso.

Viene al mostrador.

—¿Me cobrás este? —me dice.

Levanto la vista de lo que estoy haciendo. No la miro demasiado para que no me entren ganas de vomitar. Tomo el libro. Le paso el lector.

—Treinta y cinco pesos —digo.

—Si no, puede ser Las aventuras de Huckleberry Finn —sugiere Alejandro. La Eneida le parece tan inadecuado como a mí.

—No —dice la mujer—, prefiero este. Quiero que lean los clásicos. A ver si aprenden… —Se dirige de nuevo a mí—. Envolvémelo para regalo.

Armo el paquete. Mientras, la mujer cacarea.

—¡Ya son las cuatro! ¡¿Cuántas veces te tengo que decir que te prepares con tiempo?! ¡Siempre lo mismo! ¡Siempre lo mismo! ¡Todo a último momento! ¡Y mirá cómo estás! ¡Todo desprolijo! —Le acomoda la ropa a su hijo con movimientos bruscos. Lo peina con los dedos—. ¡Total, la que queda mal soy yo!

Termino.

—¿A ver cómo quedó? —me dice.

No contesto. Meto el paquete en una bolsa.

—Treinta y cinco —digo.

Recién en ese momento, se pone a buscar la guita. No la encuentra.

—¡No me digas que no traje la plata! ¡No lo puedo creer! ¡Agarré la otra billetera! ¡Es tu culpa! ¡Esto es porque vos me hablás y me hablás y me hablás! ¡Todo el tiempo me hablás! ¡No me dejás pensar!

El chico no dice una palabra.

—Voy a llamar a Alicia —sigue ella— Ojalá esté cerca. —Llama por el celular—. Hola, Alicia, habla Claudia. Estoy en la librería comprando el regalo. Me dejé la billetera en casa. ¿Estás por la zona? ¿Me podés prestar treinta y cinco pesos y hoy te los devuelvo?

Alicia responde que sí a ambas preguntas.

—Gracias, Ali —dice ella—. Me salvaste.

Corta y se dirige a su hijo.

—Por tu culpa… Por tu culpa… Todo el tiempo me hablás.

Se queda unos segundos en silencio. Es un milagro. Luego, saca el paquete de la bolsa y lo mira.

—Vamos a escribirle algo en la etiqueta —dice—. ¿Puedo usar la birome?

—Por supuesto —digo.

Le tiende la birome a su hijo.

—Tomá —le dice—. Escribí.

El chico se queda con la birome en la mano.

—¡Dale! —dice la madre—. ¡Escribí! Querido Clemente…

Tengo que alejarme. Si estoy mucho tiempo expuesto al campo áurico de esta mujer, el pelo se me caerá y mis descendientes nacerán con malformaciones. Me acerco a Alejandro, que ha vuelto a sentarse en la silla, y compartimos impresiones sobre nuestra amiga.

Al rato, nos interrumpe.

—¿Tenés liquid paper? —me pregunta.

—No —respondo, mientras vuelvo al mostrador.

Mira a su hijo con furia.

—¡Lo arruinaste! —le dice—. ¡¿No podés hacer una cosa bien?!

—Pero le puedo pegar otra etiqueta encima —digo, y tomo una.

O te la puedo pegar en la boca, pienso.

—¿A ver? —dice. Rasca con la uña el borde de la etiqueta que ya está pegada—. Podemos sacar esta.

La interrumpo.

—No —digo—. Es preferible que peguemos esta encima. Si no, el papel se puede rasgar.

Y olvidate de que te haga un nuevo paquete, conchuda, remato con el pensamiento.

Pego la etiqueta. Le tiende otra vez la birome a su hijo.

—Ahora hacelo bien —dice.

El chico habla por primera vez desde que entró a la librería. Se nota que la situación lo incomoda.

—Hacelo vos —dice.

—¡No seas ridículo, por favor! —dice ella—. ¡¿Cómo lo voy a hacer yo?! ¡Es amigo tuyo!

El chico toma la birome.

—¡Ahora hacelo bien! —sigue ella—. ¡Concentrate! ¡Eso te pasa porque estás todo el día jugando con la computadora!

Los vuelvo a dejar solos. Me quedo con Alejandro hasta que llega la amiga con la guita.

—¡Ay, cómo me salvaste, Alicia! ¡Cuánto te lo agradezco!

—¡No hay por qué, nena! ¡Es una pavada!

Alicia me da su tarjeta. La paso por el posnet.

—Qué lindo día, ¿viste?

—Síii… ¡Por fin se está yendo el calor! ¡Ya no se aguantaba más!

—Sí, terrible… Ahora corre algo de aire.

—Se respira.

—Está lindo para salir a pasear.

—Sí…

Alicia mira al chico.

—¿Y a vos qué te pasa? —le pregunta. Como no recibe respuesta, se dirige a la madre—. ¿Qué le pasa a este? ¿Por qué tiene esa cara?

Levanto la vista. Me intriga cuál será la respuesta.

La madre hace un gesto de «Y yo qué sé…».

Saco el ticket del posnet. Alicia firma. Le devuelvo la tarjeta.

—Vamos que es tarde —dice la madre.

—Vamos —dice Alicia.

Miro al chico.

—Hasta luego —le digo.

Sale detrás de su madre sin registrar mi saludo.

domingo, 10 de agosto de 2014

¿QUÉ VIENES A BUSCAR?

En la librería.


—El adivino tiene tres bolas —suele decir Alejandro, uno de mis compañeros—. Yo sólo tengo dos.


Entra un sujeto de unos cuarenta y largos, cincuenta y cortos. Se dirige a Mónica.

—Hola —dice—. Quiero reconciliarme con la lectura. ¿Qué me podés recomendar?

Sin indagar cuál de los dos se ofendió con cuál ni los motivos de la disputa, Mónica consulta:

—¿Qué te gusta? ¿Novelas? ¿Historia? ¿Política?

La contrapregunta toma por sorpresa a nuestro amigo.

—No sé… —dice con perplejidad—. Quiero algo que me atrape.

Reconozco el gesto de Mónica. Los violines de la escena emblemática de Psicosis le quedarían bien de fondo.

A esta altura, ya comprendo que son los libros quienes se han distanciado de este señor. No insistas, pienso en decirle. Ellos no te quieren. No hay reconciliación posible. Vete. Olvida que existen. Pega la vuelta. Pero antes de que pueda abrir la boca, Mónica hace un nuevo intento de establecer contacto.

—¿Qué tenés ganas de leer? —pregunta—. ¿Ficción o no ficción?

Saco roto, flores a los chanchos, pólvora en chimango.

—No sé… Algo que me enganche.

¿Algo que te enganche?, pienso. Tomá:


domingo, 20 de julio de 2014

SE DICE DE MÍ

La foto es de Zdzisław Beksínski.


Las que siguen son cosas que se han dicho sobre mí —por escrito— en el lapso que va del año 1996 a la actualidad. No están en orden cronológico.


- Guille, Buenos Aires es un tango raro, no sabes cuánto se lo extraña. Y vos sos uno de esos cinco o seis motivos que a uno lo hacen soñar con el regreso.


- «Su memoria puede ser peligrosa, señor Altayrac», diría un político argentino en una habitación cerrada, con cuarenta grados y con vos atado a una silla.


- No sé si sos tarado mental o tenés alguna falla, pero de lo que estoy seguro es de que tus neuronas no están haciendo una correcta sinapsis. Igualmente, me gustaría que viviéramos cerca, y así poder encontrarnos y romperte un poco el culo a patadas. (…) Se ve que sos un reverendo pelotudo que no entiende muy claro las cosas cuando se las dicen de buena manera. (…) Te compadezco por tu nombre, es que parece de telenovela.


- Vos sos un pibe lindo y bueno, y seguro las minas hacen cola para estar con vos. Solamente tenés que prestar atención.


- Man, tus cosas fueron impresionantes, realmente muy duras, pero durísimas, de las que pocos sobreviven. Y verte tan firme en la persecución de tus objetivos como actor y dibujante me hace admirarte profundamente; porque creo que si la mitad de los mortales viven lo que viviste, o se pegan un tiro o no salen nunca más de la nada. Habla de cómo supiste aprovechar la «desgracia» para canalizarla en algo fructífero, de cómo tu inteligencia (de las más agudas que conocí en el último tiempo) y el aprendizaje de tu propia historia te llevan a tener claro lo que querés. (…) Sin duda, el dolor que sufriste se recondujo en forma de sabiduría, en forma de madurez.


- Pienso siempre en tu rostro, en muchos momentos del día y antes de irme a dormir. Si se ve triste o cargado de preocupación, tu mirada se transforma en una de las más profundas que conozco, y en alguna oportunidad sentí temor y no la pude sostener. Por belleza, por intensidad y por la identidad misma.


- Realmente no puedo creer lo infeliz, ingrato y miserable que sos. Tenés que aprender a ser humilde. (…) Sos un INGRATO y un cínico. HACETE CARGO DE TU VIDA. Nadie es culpable de ella sino vos. Te perdiste a una persona que te quiso ayudar y le escupiste en la cara. NO ME SACÁS UN MANGO MÁS. Si querés, haceme juicio. Eso sí: ponete en la cola, económicamente no tengo nada. Mandame una carta documento, Magoya la va a recibir con gusto. A partir de ahora, sos un ex empleado. Hablá con la contadora de esos inventos tuyos, a lo mejor te da bola. (…) ¿Sabés qué? Hace poco me encontré con Manuel, que nunca pidió nada, para darle plata y me dijo que lo clavaste con una heladera que nunca fuiste a buscar. Que lo despreciaste continuamente. A Sebastián también. Tenía una posibilidad de trabajo y te llamó, también lo despreciaste. «Depende de la propuesta», «Tengo todo mi dia ocupado»: frases de una persona que necesita trabajar... BAJATE DEL ÁRBOL. ADIÓS.


- Sos un genio. Realmente admiro tu actitud, pibe. ¡Ese es mi pollo!


- A veces, te veo como un niño pidiendo ayuda. Al mismo tiempo, la forma en que tomás las cosas con la mayor madurez y me sorprende (como a la vez me sorprende la tremenda sensibilidad que hay dentro tuyo y la pureza que existe en tu corazón).


- Al final, yo tenía razón en mis momentos de lucidez: sos la persona más fuerte que conozco. Qué orgullo haber formado parte de tu vida en momentos tan duros.


- Un tipo inteligente, alguien sin muchos complejos, amigo de sus amigos y con la suficiente cara dura de decir cosas que otros se guardarían para sí.


- La soledad te ha hecho: luchador por el tronco, por las ramas artista, por la raíz filósofo. El árbol más potente es el que está más solo.


- Te considero alguien lúcido, probablemente la persona más lúcida que conozco. Siempre hacés (te hacés a vos y a los demás) las mejores preguntas. Y eso, cuando uno está confundido, es fundamental. Hablar con alguien que, en vez de darte consejos pelotudos, hace preguntas. Las preguntas que profundizan el análisis.


- Pensás como un fascista, como un agitador fascista.


- Cuidate, y seguí siendo como sos: de espíritu noble y sincero.


- A Guillermo Altayrac le importan un carajo las apariencias. (…) ¿Qué es si no un artista de lo discordante el señor Altayrac?


¿Quién soy?

¿He de definirme a partir de cómo me ve el otro?

Si es así, ¿cómo he de integrar las contradicciones?

¿Qué otro modo tengo de definirme, de determinar mis coordenadas? ¿A partir de cómo me veo yo mismo?

Pero en el acto de mirarme a mí mismo, ¿no me convierto yo mismo en un otro?

Respecto a esto, ¿qué diferencia hay entre los otros y ese otro que soy yo cuando me miro?

¿Por qué habría de confiar más en mi propia percepción?

¿Por qué habría de confiar más en la del otro?

Nuestro modo de ver está condicionado por nuestra posición respecto al objeto observado. Te veo desde mí, desde mis propias características. Vistas desde aquí, ciertas características tuyas se destacan. Otras, escapan de mi vista, se pierden en mis puntos ciegos. Y al procesar lo que veo, lo cotejo con mi experiencia. El modo en que te veo depende de lo que he visto antes.

Y el modo en que te defino me define también a mí mismo.

Dime cómo me defines y te diré quién eres.

¿Está mal que me defina a partir de la mirada del otro?

¿Es insano?

¿Es peligroso?

¿La mirada del otro me restringe?

Pero siendo, como soy, un animal social, ¿no es razonable que me conozca a mí mismo a través de mi percepción de cómo repercuto en quienes me rodean?

¿Quién soy si no hay nadie que me mire?

Si un árbol cae en medio del bosque y no hay quién lo escuche, ¿de qué color es? (1)

¿Púrpura?

Según quién me mire, soy verde o anaranjado.

¿Soy fuerte? ¿Soy débil?

¿Soy noble? ¿Soy vil?

¿Soy un genio? ¿Soy un reverendo pelotudo?

La mirada del otro, según su idiosincrasia, destaca algunos de mis atributos por sobre los demás. Otros los distorsiona. Incluso, el otro proyecta sobre mí características que no son mías, sino de él. O que son las de un arquetipo que existe en su psiquis.

Por otro lado, yo también soy selectivo a la hora de desplegar mis características, según frente a quién estoy. Dependiendo del lazo que me une al otro y de las intenciones que tengo respecto a él. Esto ocurre tanto a nivel consciente como a nivel inconsciente.

¿Esto dificulta el encuentro real con el otro?

No.

Nosotros somos eso y también lo demás. Somos docenas de personas en una. Variamos durante el día y a veces, incluso, somos varios simultáneamente.

¿Para qué necesitamos definir al otro?

Para abarcarlo y así poder darle un lugar en nuestro esquema de la realidad.

Fijamos las coordenadas del otro sobre determinados ejes: amigo/enemigo, afín/opuesto, fuerte/débil, inteligente/tonto…

Si somos flexibles, esa estructura nos servirá de punto de partida para seguir explorando al otro y le iremos haciendo ajustes a medida que avancemos en ese proceso. Eventualmente, incluso, destruiremos la estructura completa y la reemplazaremos por otra. Así y todo, la estructura de base habrá sido necesaria como referencia.

Si somos rígidos, quedaremos atrapados en esa estructura. Todo lo que haga el pelotudo, por ejemplo, será prueba de que es un pelotudo. Ya no miraremos al otro, ya no buscaremos. No seguiremos preguntándonos, porque todas las respuestas estarán dadas de antemano. No veremos a la persona, sino el símbolo que tenemos en nuestra cabeza para representarla.

Algo parecido sucede con las anécdotas que hemos contado una y otra vez. ¿Realmente recordamos los hechos o solo recordamos las palabras que tantas veces hemos utilizado para narrarlos?

¿La objetividad absoluta es posible?

¿La objetividad absoluta es deseable?

Te veo desde mí. Me gustás. O no.

Mejor dejemos la objetividad a Dios.

Que, neutro, muera de aburrimiento.


(1) Gracias, Herman Toothrot.