domingo, 19 de mayo de 2013

MALA JUNTA

Gabriel era gay. Tenía cincuenta años y un aire a Woody Allen, pero más demacrado. Vivía en el edificio de Graciela.

Un día subió a la terraza a tender la ropa y se cruzó con Ulises, que justo salía del cuartito de las escobas.

A la tercera vez que sucedió lo mismo, Gabriel comenzó a sospechar lo que Ulises hacía en el cuartito.

A la quinta, se animó a preguntar.

—Hola, mi nombre es Gabriel. Disculpá que te pregunte, no te quiero ofender. ¿Vos dormís ahí?

Ulises le explicó su situación. Le habló de la casa tomada, del desalojo, de la mala relación con su madre.

En aquel entonces, Gabriel vivía solo. Salir del armario le había valido el desprecio de la que fuera su mujer y madre de su hija, un pequeño monstruo de seis años que ejecutaba con igual destreza el violín y la ironía. Luego había tenido un par de parejas gay, pero la convivencia no había funcionado. Movido por la piedad, y por otro tipo de impulso, decidió invitar a Ulises a vivir en su departamento.

Como he contado en otro lado, Ulises se decía heterosexual; pero en un tiempo se cogía a un viejo por plata. Con Gabriel, como más tarde con Roberto, el intercambio sería sexo por alojamiento y comida.

Cuando Ulises entró en confianza —no es algo que le costara mucho: a los dos días, ponele—, tomó por costumbre llevar a sus amigotes a la casa.

Primero a Camilo, quien también se hizo acreedor de la misericordia de Gabriel.

—¿Ese chico duerme en un auto? Decile que venga a dormir acá, las veces que quiera.

Y así fue: Camilo pasaba algunas noches con ellos, en el departamento, sin necesidad de pagar con sexo el favor de su anfitrión.

Después se sumó Walter.

Walter había sido pareja de Roxana, hermana de Ulises, con quien había tenido una hija. Era un macho más feroz que Ulises. El alfa de la manada. La amistad con él consistía en sometérsele dócilmente.

Él no se quedaba a dormir, sólo pasaba de visita de vez en cuando.

Por extraño que parezca, Gabriel se enamoró de él. Bueno, no necesariamente les parecerá extraño a ustedes. A mí me parece extraño.

¿Por qué?

Porque yo nunca me enamoraría de Walter. Lo que me generaba era miedito. Si me lo hubiera cruzado en la calle por la noche, habría cambiado de vereda. Si me lo hubiera cruzado en un desierto, me habría enterrado a mí mismo en la arena para escapar de esos ojos fieros, inyectados en sangre.

Pero en fin, yo soy yo y Gabriel era Gabriel, y las cosas son así: hasta Barreda consigue pareja.

¿Qué nos lleva a relacionarnos con cierta gente y no con otra?

De pronto nos cruzamos con alguien, fortuitamente —¿fortuitamente?—, y nos vinculamos con él, y con su mundo. Y él se vincula con nosotros y con nuestro mundo. Y ambos mundos se vinculan, independientemente de él y de nosotros, incluso. Se da una multitud de interrelaciones, algunas de las cuales escapan a nuestra influencia. Cada componente que se vincula modifica y es modificado. Nada queda igual después de todo esto, para bien o para mal.

Pero más allá de lo fortuito del encuentro, y de que el encuentro haya sido o no fortuito, yo podría cruzarte y optar por no relacionarme con vos. O, simplemente, no registrar tu existencia.

Sin embargo, lo hago: te capto y decido vincularme.

¿Por qué?

Una tarde, Gabriel llegó al departamento y encontró todo revuelto. Alguien había vaciado el contenido de los cajones en el piso, evidentemente buscando objetos de valor. Acto seguido, se percató de que faltaban el televisor, la videocasetera y la computadora. Entonces, escuchó un ruido en la cocina y fue corriendo hacia ahí. Llegó a tiempo para ver una pierna que desaparecía a través de una claraboya que daba a la terraza. Nunca supo que esa pierna era de Camilo.

Días más tarde, Walter cayó borracho al departamento.

Gabriel estaba solo.

—¡Hola! ¿Cómo andás? Los chicos no están, pero pasá…

Walter lo violó.

Después se puso a romper los muebles y a saltar sobre la mesa mientras cantaba: «Oléee olé olé oléee… Puutooo, puutooo…».

domingo, 5 de mayo de 2013

MÁS Y MÁS LEYES

     Números, capítulo 30.
     Deuteronomio, capítulo 13 al 28.

   Seguimos con las leyes de los hebreos.
   En Números y en Deuteronomio encontramos más. Destaco las siguientes:

   - Si te incitare en secreto tu hermano, o tu hijo, o tu hija, o tu mujer, o tu amigo que es para ti como tu misma alma, diciendo «Vamos y sirvamos a otros dioses», no le perdone tu ojo, ni le tengas piedad, ni le protejas; sino que irremisiblemente le matarás. Tu mano será la primera que se levante contra él para hacerle morir, y la mano de todo el pueblo después. (1)

  - Cuando algún hombre tuviere un hijo terco y rebelde, que no quisiere escuchar la voz de su padre o la voz de su madre, y que aunque le castigaren no les obedeciere; su padre y su madre echarán mano de él y le sacarán ante los ancianos de su ciudad.
  Y dirán a los ancianos de su ciudad: Este nuestro hijo es terco y rebelde, no quiere obedecer nuestra voz; glotón es y bebedor.
   Y todos los hombres de su ciudad le apedrearán hasta que muera. (2)

   - No vestirá la mujer traje de hombre, ni vestirá el hombre ropa de mujer; porque todo aquel que hace esto es abominación a Jehová tu Dios. (3)

  - Si un hombre hacía un juramento a Dios —como quien hoy día promete ir de rodillas a Luján si sale campeón su equipo favorito, ponele—, debía cumplir indefectiblemente con su palabra.
   Si una mujer hacía un juramento así, su padre o su marido podían dejar sin efecto su voto. (4) 

  - Si un hombre se casaba con una mujer y, después de garchársela, denunciaba que ella no había llegado virgen al matrimonio, los padres de la mujer debían tomar las sábanas sobre las que la pareja había garchado y llevarlas ante los ancianos de la ciudad.
   Si las sábanas estaban manchadas con sangre, al hombre le cobraban una multa.
   Si no había manchas de sangre, a la mujer la apedreaban. (5)

  - Si una mujer casada era violada en la ciudad, la apedreaban a ella, además de al violador, por no haber gritado pidiendo ayuda.
  Si era violada en el campo, sólo apedreaban al hombre, porque daban por sentado que la mujer había pedido ayuda pero nadie la había escuchado. (6)

  - Si una mujer soltera era violada y el violador era descubierto, este debía pagar una indemnización al padre de la mujer y casarse con ella. (7)

  - Si un hombre se casaba con una mujer y después se encontraba con que algo de ella no le gustaba, podía escribir una carta de repudio y despedir a la mujer de su casa. (8) Salvo en casos como el del punto anterior, en los que el hombre no podía despedir a la mujer en toda su vida.

  - Si dos tipos se cagaban a trompadas y la mujer de uno de ellos intervenía y, para librar a su marido, agarraba al otro de las pelotas, había que cortarle la mano. (9)
   Habiendo una ley respecto a esto, ¿debemos suponer que casos así eran habituales?

  - En época de guerra, los soldados debían llevar entre sus armas una pala, que utilizaban para cavar pocitos en los que cagaban y para tapar después sus excrementos.
  Porque Jehová, tu Dios, anda en medio de tu campamento, para librarte y para entregar tus enemigos delante de ti. Por lo mismo, tu campamento ha de ser santo. No sea que él vea tu cacona y se aparte de ti. (10)

   - Entonces, los levitas tomarán la palabra y dirán a todos los hombres de Israel, con voz levantada:
   ¡Maldito aquel que se acostare con su suegra!
   Y dirá todo el pueblo:
   ¡Amén! (11)

   Y hoy también cerramos con algunas amenazas de Dios a sus criaturas.

  Si no obedecieres la voz de Jehová, tu Dios, para poner cuidado en hacer todos sus mandamientos y sus estatutos que hoy te prescribo, vendrán sobre ti y te alcanzarán todas estas maldiciones:
   Maldito serás en la ciudad, y maldito serás en el campo.
   Maldito serás en tu entrada, y maldito serás en tu salida.
   En vez de la lluvia de tu tierra, Jehová te dará polvo y cenizas. Desde los cielos descenderán sobre ti hasta que seas destruido.
  Y servirán tus cadáveres de pasto a todas las aves del cielo y a las bestias de la tierra, y no habrá quien las espante.
   Jehová te herirá con la úlcera de Egipto, y con tumores, y con sarna, y con comezón, de que no podrás ser curado.
   Con mujer te desposarás, mas otro hombre se acostará con ella.
   Tu buey será degollado delante de tus ojos, mas tú no comerás de él.
   Tu asno será arrebatado en tu misma presencia, y no te lo devolverán.
  Hijos e hijas engendrarás, mas no serán para ti, porque irán en cautiverio.
  Traerá Jehová sobre ti una nación de lejos, desde los cabos de la tierra, a la manera que vuela el águila. Nación cuya lengua no entiendes. Nación fiera de rostro, que no tendrá respeto al anciano, y del niño no tendrá compasión.
   Y comerás el fruto de tu seno, la carne de tus hijos y de tus hijas.
   Y será que así como se regocijaba Jehová sobre vosotros para haceros bien y para multiplicaros, así se regocijará Jehová sobre vosotros para haceros perecer y para destruiros.
   Y Jehová te hará volver a Egipto en navíos, por el camino del cual te dijo: No volverás más a verlo. Y allí os ofreceréis en venta a vuestros enemigos, por esclavos y por esclavas.
   Y no habrá quien os compre. (12)

     (1) Deuteronomio 13:6-9
     (2) Deuteronomio 21:18-21
     (3) Deuteronomio 22:5
     (4) Números 30:2-8
     (5) Deuteronomio 22:13-21
     (6) Deuteronomio 22:23-27
     (7) Deuteronomio 22:28, 29
     (8) Deuteronomio 24:1
     (9) Deuteronomio 25:11, 12
     (10) Deuteronomio 23:9, 12-14
     (11) Deuteronomio 27:14, 23
     (12) Deuteronomio 28:15-68