Y hubo hambre en la tierra, como aquella vez en tiempos de
Abraham. E Isaac decidió parar un tiempo en Gerar —donde había para morfar—
hasta que las cosas mejoraran. Pero he aquí que Rebeca, como Sara, estaba muy
buena. Y a Isaac, como antes a su padre, le dio cagazo de que los lugareños lo
mataran para garchársela —¿les conté que este libro es reiterativo?—. Entonces,
cuando los chabones, babeando, le preguntaban «Che, ¿quién es la minita que
anda con vos?», él contestaba «Mi hermana
es». (1)
Mas aconteció que asomándose Abimelec —el rey de Gerar, el mismo
que había estado a un tris de garcharse a Sara y morir fulminado por Jehová— a una ventana, miró, y he aquí que Isaac
jugueteaba con Rebeca, su mujer.
«¡¿Otra vez, será de
Dios?!», pensó, y llamó a Isaac.
—¡He aquí, ciertamente ella es tu mujer! —le dijo—. No te hagás el
pelotudo que los vi jugueteando. ¿Cómo,
pues, dijiste tú: es mi hermana? ¿Ah?
Isaac explicó sus razones.
—¡¿Tas loooco vo’?! —dijo
Abimelec—. ¡Cuán fácilmente alguno del
pueblo hubiera podido acostarse con tu mujer! ¡Y así nos hubieras hecho
incurrir en delito!
De manera que se aclaró todo.
Pero si Isaac había hecho esto con la idea de ligar ganado, como antes su
padre, la treta le salió mal, porque Abimilec no le regaló ni un puto
corderito.
Ser marido de Rebeca no era tan
buen negocio como serlo de Sara.
Pasó el tiempo. Isaac envejeció
y —senectus non sola venit— quedó ciego. Y un día llamó a Esaú, su hijo mayor.
—¡Hijo mío! —le dijo.
—Heme aquí —dijo Esaú.
—He aquí, yo soy ya viejo —dijo Isaac—, y no sé el día de mi muerte. Ahora, pues, toma tus armas y sal al
campo, y caza para mí alguna cosa. Y hazme manjares sabrosos, como me gustan, y
tráemelos, para que yo coma y mi alma te bendiga antes de que yo muera.
Esaú salió al campo a cazar.
Rebeca, que había oído la conversación, llamó a Jacob, su hijo menor, su
preferido, y le contó lo sucedido.
—Ahora bien, hijo mío —le dijo—,
oye mi voz, conforme a lo que te voy a mandar. Ruégote que vayas al rebaño y me
traigas de allí dos cabritos buenos. Y yo haré de ellos manjares sabrosos para
tu padre, como a él le gustan, y los llevarás a tu padre, para que coma y te
bendiga a ti antes de su muerte.
Que alguien me explique qué
leyeron los que dicen que en este libro hay un mensaje de amor. Desde que
comenzamos hasta ahora, no paramos de leer sobre familias disfuncionales.
Jacob hizo lo que su madre le
había pedido, pero le dijo:
—He aquí
que Esaú, mi hermano, es hombre velludo y yo, hombre de piel lisa. Quizás me
palpará mi padre y seré en su concepto como quien se burla de él. Así atraeré
sobre mí maldición, y no bendición.
Jacob no contaba con la astucia
de su madre, que había planeado todo minuciosamente. Luego de vestirlo con las
ropas más preciosas de Esaú, Rebeca puso las pieles de los cabritos sobre las
manos y la nuca de Jacob. La
Biblia , tan detallista en otras cosas, no nos dice si usó
Poxiran® o qué para pegarlas a su piel.
Esto también me recuerda a
Hansel y Gretel. A Hansel tendiéndole un hueso a la bruja, haciéndolo
pasar por su brazo, para que ella lo palpe y crea que aún está flaco.
Entonces, así disfrazado y con
el morfi en una bandeja, Jacob fue a su padre.
—¡Padre mío! —le dijo.
—Heme aquí —dijo Isaac—. ¿Quién
eres, hijo mío?
—Soy Esaú, tu primogénito —dijo Jacob—. He hecho como me dijiste. Levántate, te ruego, siéntate y come de mi
caza, para que me bendiga tu alma.
Pero el viejo desconfiaba.
—¿Cómo es que la hallaste tan pronto, hijo mío? —preguntó.
—Porque Jehová, tu Dios, me deparó buen encuentro —respondió Jacob.
—Acércate y te palparé —dijo Isaac—, para saber si eres en realidad mi hijo Esaú o no.
Así lo hizo Jacob, dejándose
palpar. Su padre, que además de ciego era pelotudo, dijo:
—La voz es voz de Jacob; pero las manos, manos de Esaú. ¿Eres tú, en
realidad, mi hijo Esaú?
—Lo soy —respondió Jacob.
También me recuerda a
Caperucita.
—O.K. —dijo Isaac—. Dame el
morfi y te bendigo.
Isaac morfó e hizo la última
prueba.
—Acércate y bésame, hijo mío —pidió.
Jacob obedeció y su padre
aprovechó la proximidad para oler las ropas, que debían tener el olor
característico de Esaú: el hedor del cuerpo transpirado de un hombre peludo en
épocas en que no existía el desodorante. Con eso, Isaac se convenció, y se
comió el verso como antes se había comido los cabritos. Y bendijo a Jacob
deseándole varias cosas. Entre ellas, que sus hermanos le sirvieran. (2)
Y
aconteció que apenas acabara Isaac de bendecir a Jacob, y no bien hubo salido
Jacob de la presencia de su padre, Esaú llegó de su caza.
Acá se va a pudrir el chorrán.
E hizo él también manjares sabrosos y los trajo a su padre. Y dijo:
—¡Levántese mi padre y coma de la caza de su hijo, para que me bendiga
su alma!
—¿Quién eres tú? —preguntó Isaac.
—Soy tu hijo, tu primogénito, Esaú.
Isaac se estremeció.
—¿Quién es, pues, aquel que tomó caza y me la trajo, y yo he comido
antes de que tú vinieses? Yo le bendije y será bendito.
Porque la palabra dada es
sagrada y tiene poder más allá del que la da.
Cuando Esaú oyó las palabras de su padre, clamó con amargura.
—¡Bendíceme a mí, a mí también, oh padre mío!
Mas Isaac respondió:
—Vino tu hermano con engaño y tomó
tu bendición.
—¡Ese hijo de puta! —dijo
Esaú—. ¡Qué bien que le pusieron el nombre! Pues ya me ha suplantado dos veces: tomó mi primogenitura, y ahora me
ha quitado mi bendición. ¿No has reservado una bendición para mí? (3)
¡«Tomó mi primogenitura»!
¡Chanta! ¡Si se la cambiaste por un guiso!
—Estamos en el horno —dijo
Isaac—, porque le he puesto por señor
tuyo y le he dado por siervos a todos sus hermanos. ¿Qué, pues, podré hacer
ahora por ti, hijo mío?
Esaú se largó a llorar.
—¿No tienes más que una bendición, padre mío? —dijo—. ¡Bendíceme a mí, a mí también, oh padre mío!
Entonces, Isaac le dio una
bendición de consuelo; diciéndole que iba a ser esclavo de su hermano, pero
sólo hasta que se fortaleciera lo suficiente como para liberarse del yugo. Ya
que a Jacob le había dicho que sus hermanos le servirían, pero no por cuánto
tiempo. Como verán, esto de las bendiciones también puede tener letra chica.
Esta bendición no conformó para
nada a Esaú, que prometió matar a Jacob en cuanto Isaac muriera. Esto llegó a
oídos de Rebeca y ella envió a Jacob a lo de un tío, Labán, para que se quedara
a vivir con él hasta que a Esaú se le pasara la calentura.
Un tío explotador, como el mío.
Eso lo veremos la próxima.
(1) Génesis 26:7
(2) Génesis 27:29
(3) Génesis 27:36