sábado, 15 de diciembre de 2012

CARNE POR LAS NARICES



     Números, capítulo 11.

   Estando en el desierto, un día, los hebreos se cansaron de comer maná.
   Y, llorando, clamaron:
   —¡Quién nos diera a comer carne! ¡Nos acordamos del pescado que comíamos en Egipto, y de los pepinos, y de los melones, y de los puerros, y de las cebollas, y de los ajos! ¡Mas ahora nuestra alma se seca: no hay nada ante nuestra vista, sino este maná!
   ¿Qué es el maná?
  Justamente, «maná» significa «¿qué es?». Porque eso se preguntaban los hebreos la primera mañana que lo encontraron en el suelo.
   Entonces les dijo Moisés: Este es el pan que Jehová os da a comer.  (1)
   El maná llovía sobre el campamento por las noches, y por la mañana ellos lo recogían. (2) Era menudo como la escarcha y su sabor era como de hojuelas con miel; pero si lo guardabas hasta el día siguiente, criaba gusanos y hedía. (3)
  Y los hijos de Israel comieron el maná cuarenta años, hasta que llegaron a tierra habitada. (4) ¡Cuarenta años comiendo Zucaritas! Es natural que en algún momento se cansaran. Yo cené arroz durante un año y hoy día no lo puedo ni ver.
   Y oyó Moisés al pueblo, cómo familias enteras lloraban, cada cual a la entrada de su tienda; y encendióse la ira de Jehová en gran manera, y también a Moisés le pareció cosa intolerable.
   Y dijo Moisés a Jehová:
   ¿Por qué has tratado tan mal a tu siervo? ¿Por qué he hallado tan poca gracia en tus ojos que has puesto la carga de todo este pueblo sobre mí? ¿Acaso he concebido yo a todo este pueblo, y le he dado yo a luz, para que tú me digas: llévalos en tu seno, como la nodriza al niño de pecho, a la tierra que prometí con juramento a sus padres? ¿Y de dónde carajo voy a sacar carne para toda esta gente? ¿Me querés decir? (5)
   Y Jehová respondió a Moisés:
   —Dirás al pueblo: ya que habéis llorado en oídos de Jehová, diciendo «¡Quién nos diera a comer carne! ¡Mejor nos iba en Egipto!», Jehová pues os dará carne para que comáis. No por un día la comeréis, ni por dos días, ni por cinco días, ni por diez días, ni por veinte días; sino por todo un mes, hasta que os salga por las narices y os cause asco. (6)
  —Estamos hablando de seiscientos mil tipos —dijo Moisés—. ¿Y vos decís que vas a conseguir carne para que coman por todo un mes? ¿No es un poco mucho? Digo… (7)
   —¿Hase acortado la mano de Jehová? —dijo Dios—. Ahora verás tú si mi palabra se cumple o no.
  Entonces salió un viento de parte de Jehová, que arrebató una bocha de codornices desde el Mar Rojo y las dejó caer sobre el campamento. Y el pueblo estuvo levantado todo aquel día, y toda aquella noche, y todo el día siguiente, y recogieron codornices. El que menos, recogió diez montones. Y las tendieron a secar en los alrededores del campamento.
  Pero se encendió la ira de Jehová contra el pueblo, y la comida les cayó como el orto y se agarraron una peste de la concha de su madre.
  Y fue llamado aquel lugar Kibrot-hataava, sepulturas de la codicia, porque allí enterraron a unos cuantos hijos de puta que osaron pedir un cambio de menú. (8)

     (1) Éxodo 16:15
     (2) Números 11:8, 9
     (3) Éxodo 16:14, 20, 31
     (4) Éxodo 16:35
     (5) Números 11:11-13
     (6) Números 11:18-20
     (7) Números 11:21, 22
     (8) Números 11:33, 34

domingo, 2 de diciembre de 2012

INOCENCIA

Claudio G tiene un problema. Y no es la única persona, entre las que conozco, que lo tiene. Claudio G idealiza a las mujeres de las que se enamora.

En un principio, son poco menos que deidades. Son seres irreales a los que solo les falta volar y dejar una estela de luz para ser personajes de Disney. Luego de un tiempo, obviamente, sobreviene la desilusión. Se vuelven carne. Y la carne, por ley natural, se descompone.

Sus relaciones no sobreviven a esa metamorfosis.

La primera relación y la primera decepción que le conocí fue Natalia D. No recuerdo cuál fue el detonante de la ruptura. Tampoco importa. Porque el verdadero causante del corte fue ese shock de realidad.

A los dos meses, ella estaba saliendo con Ulises.

A pesar de haber sido él quien había terminado con el noviazgo, Claudio tomó esto como una traición. Por parte de ambos. A ella dejó de dirigirle la palabra —hasta un tiempo después, cuando se la volvió a garchar—. Y comenzó a tratar a su hermano con frialdad.

Para Ulises, este cambio de actitud fue desconcertante, no entendía qué lo había provocado.

En eso, y en otras cosas, Ulises me recuerda a algunos de los perros que yo paseaba.

Brownie, ponele.

Brownie agarraba un hueso durante el paseo. Luego de forcejear un rato, yo se lo quitaba de la boca. Él trataba de agarrarlo otra vez, yo lo sostenía en alto. Él quedaba en suspenso, toda la atención puesta en el hueso. Los ojos abiertos de par en par, la boca babeando, el cuerpo tenso, presto a saltar. Yo arrojaba el hueso lejos, él pegaba el tirón. Rascaba el piso tratando de arrastrarme, olfateando como una aspiradora.

—¡No! ¡Brownie, no! ¡No! ¡No!

Cinchando, lograba alejarlo —a él y a la manada— de la zona de conflicto.

Entonces, Brownie me miraba, perplejo, durante media cuadra.

Siempre supe lo que pensaba en ese momento.

—El hueso estaba bueno. Vos me lo quitaste. Pero en vez de comerlo, lo cual hubiese sido razonable, lo tiraste. ¿Me querés decir por qué hiciste algo tan irracional?

Ulises pensaba parecido. Eso es comestible. Vos lo dejaste. No hay razón para que yo no lo coma. Ni siquiera se planteaba la posibilidad de haber cometido una falta. Por eso no entendía el cambio de actitud de Claudio. No había relación entre ambos hechos. Yo estoy saliendo con Natalia. Claudio me mira con cara de orto. No hay nexo, son dos hechos independientes. No hay relación causa-efecto.

La misma falta de razonamiento que Sony, otro perro que yo paseaba.

Sony tiraba mucho y usaba collar de ahorque. El collar no servía, porque Sony nunca entendió que se ahorcaba porque tiraba. Otra vez: dos hechos que suceden independientemente el uno del otro. Tiro. Me ahorco. Sony nunca captó la relación entre ambos factores. Siempre tiró, siempre se ahorcó.

Así están las cosas un domingo que Claudio sube a la terraza del edificio de Graciela a fumarse un pucho.

Acodado en el tapialcito, contempla el barrio desde lo alto. Es una tarde soleada, los pajaritos cantan. Aparece Ulises con una cerveza.

—¿Cómo andás, chaboncito? —saluda alegremente.

Después de unos segundos, sin voltearse siquiera, Claudio contesta:

—Bien.

Ulises duda. Debe estar mal, piensa, por cosas suyas. Enseguida, recupera su aire jovial.

También se acoda en el tapialcito, junto a su hermano. Le ofrece la botella.

—¿Birra?

—No.

Los dos permanecen en silencio, mirando el patio de una casa vecina. Una señora tiende la ropa. Canta.

—¿Anoche saliste con los pibes?

—Sí.

—¿Adónde fueron?

—Soultrain.

—Me contó Camilo que en la puerta se armó cachengue…

Claudio no contesta. Mira otro patio vecino. Un perro se persigue la cola. Ladra, rasca una puerta, vuelve a perseguirse la cola.

—Che, tenés que venir a casa a conocer la moto nueva…

Del perro pasa al vuelo de unos pájaros. Se cruzan y entrecruzan formando una hélice de ADN. Diminuyen la velocidad a medida que se acercan a un cable de teléfono. Aletean, estiran las patitas. Claudio no los ve posarse. Recibe el impacto del puño de Ulises y los pájaros desaparecen.

Se da un cambio abrupto en el paisaje. Lo vertical se vuelve horizontal y viceversa. El azul del cielo es remplazado por cemento. La cara de Claudio choca contra el piso y se arrastra un trecho. Si su mejilla fuera un neumático, chirriaría.

Cuando todo cesa de moverse, Claudio se incorpora como puede. Su hermano lo mira con ojos húmedos, un niño herido en sus sentimientos. La boca abierta, sacude las manos sin encontrar las palabras. Hasta que exclama, con voz llorosa y estridente:

—¡¿Por qué me tratás así?!

lunes, 26 de noviembre de 2012

DIOS MATA A LOS HIJOS DE AARÓN

     Levítico, capítulos 9 y 10.

  Aparte de todas las leyes que he expuesto, y otras que expondré más adelante, Dios también da instrucciones muy precisas de cómo ha de rendírsele culto. En estas, así como en las referidas a la construcción de su santuario y a la vestimenta de sus sacerdotes, no deja absolutamente nada librado al azar. El modo en que han de degollarse las reses; lo que ha de hacerse luego con la sangre y las vísceras; qué partes han de comerse los sacerdotes y cuáles no; qué ha de hacerse con las sobras; cuáles han de ser los componentes de los ungüentos e inciensos; cuándo, dónde y por quién han de ser encendidos estos últimos; todo es pautado en detalle. (1)
  Dios no hace diferencia entre error y pecado. De nada cuenta la intención del acto. Por eso, cuando Nadab y Abiú —hijos de Aarón—, en medio de un ritual, encienden espontáneamente incienso de un modo inadecuado, Dios los aniquila con una bola de fuego. (2)
   Luego de esto, la ceremonia no se interrumpe. Moisés sólo manda a los primos de Aarón a que quiten los cadáveres carbonizados de delante del santuario.
   Y dice a Aarón y a Eleazar e Itamar, hermanos de las víctimas:
  —Musa, quédense piolas. No descubráis vuestras cabezas ni rasguéis vuestras vestiduras. No sea que Aquel nos cague matando a todos. (3)

     (1) Éxodo 29:10-41; 30:7-9, 22-38; Levítico 1:1-17; 3:1-17; 4:1-35; 7:1-21
     (2) Levítico 10:1, 2
     (3) Levítico 10:4-6

domingo, 18 de noviembre de 2012

¿ADÓNDE IREMOS A PARAR?

   Llego a la librería. Dos minutos antes, como siempre.  Sacamos las rejas con Héctor —sesenta y seis años, encargado—. Corremos la mesa de ofertas, abrimos las puertas de vidrio, quitamos la puertita de la persiana. Como de costumbre, Héctor nos cede el paso a Mónica —empleada, cincuenta y ocho años— y a mí. Atravieso el hueco de la persiana. Con Mónica competimos por quién enciende las dos computadoras y la luz del cuartito. Apuramos el paso. Yo doy zancadas. Ella, saltitos cortos. Me gana con las computadoras. Yo gano con el cuartito.
   —No me quites el trabajo —le digo.
   Nos reímos.
   Cuelgo mi mochila en el perchero del baño. La abro. Saco mi botella de agua. Le doy un trago. Me saco la campera. Vuelvo hacia la puerta, a terminar de abrir. En el camino, me arremango la camisa y levanto los libros que se suicidaron por la noche.
  La persiana está en alto. Carlos —dueño, setenta y algo— ya llegó. Habla con Héctor, que está del otro lado del mostrador. Llega el cadete nuevo —veintipico, entró la semana pasada—. Agarra la puertita de la persiana y viene hacia el fondo. Nos cruzamos.
   —¿Cómo andás, Lucas?
   —Bien. ¿Vos?
   Mejilla con mejilla, beso al aire.
   Carlos me mira extrañado.
   —Buen día —le digo.
   —Buen día, pichón —me dice. Y me pregunta—: ¿Hace mucho que lo conocés a este chico?
   —No… —respondo sin detenerme—. Desde que entró.
  Cazo al vuelo por qué lo pregunta. Mientras acomodo los libros de la mesa de afuera, escucho que habla con Héctor y Mónica. Capto algunas palabras sueltas. Carlos tira besitos al aire.
   —Ya no quedan hombres —dice.
   Me asomo.
   —Carlos —le digo—, pero a las mujeres las beso más, eh…
   Me mira.
   —¿Sí?
   —Claro…
   —¿Es cierto eso, Mónica? —pregunta—. ¿A vos te besa?
   —Sí, Carlos —dice Héctor—, pero esos son otros besos. Yo miro para otro lado.

domingo, 4 de noviembre de 2012

ALGO MÁS SOBRE LAS LEYES DE LOS HEBREOS

     Levítico, capítulo 5 al 26.

   En Levítico encontramos más leyes. Destaco las siguientes:

  - Si tocabas un sorete, debías expiar el pecado llevándole al sacerdote una oveja o una cabra para que la mate. (1)

  - Estaba prohibido comer murciélago. Y los hebreos creían que el murciélago era un ave. (2)

   - Si comías una morcilla, eras destruido. (3) 

  - La mujer que paría quedaba inmunda. Si paría un niño, quedaba inmunda por siete días. Si paría una niña, por dos semanas. (4)

   - No te acostarás con varón del modo que uno se acuesta con mujer. Es abominación. (5)
   La Biblia no dice nada sobre mujeres que se acuestan con mujeres. 
   ¡Bienaventuradas las tortas!

  - Tocante a tu ganado, no harás ayuntar dos animales de especies distintas. No sembrarás tu campo con mezcla de dos clases de semillas. Vestido tejido con mezcla de dos materiales distintos, no te lo pondrás. (6)
   ¡Nada de diversidad!

  - No raeréis los bordes de vuestra cabellera para darle forma redonda. (7)
   De respetar a rajatabla las Sagradas Escrituras, Carlitos Balá y multitud de niños con peinado hongo, en los años 80, hubiesen muerto apedreados. 
  Convengamos en que eso no hubiese estado tan mal, en nombre del buen gusto.

   - Los sacerdotes no podían ser ciegos, ni cojos, ni jorobados, ni enanos, ni eunucos, ni tener nariz aplastada. Tiene defecto. No sea que profane mis cosas santas. Feo. Caca. (8)

   Cerraremos esta entrada con algunas amenazas de Dios a sus criaturas.

  Si no quisiereis oírme ni cumplir todos estos mandamientos, y si rechazareis con desprecio mis estatutos y vuestra alma detestare mis leyes, traeré sobre vosotros el terror, la tisis y la calentura, que os consuman los ojos y os hagan desfallecer el alma. Y sembraréis en vano vuestra semilla, porque el fruto se lo comerán vuestros enemigos.
  Y pondré mi rostro contra vosotros, de modo que seréis heridos delante de vuestros enemigos, y os dominarán los que os aborrecen, y huiréis sin que nadie os persiga.
   Y si ni aun con esto quisiereis oírme, volveré a castigaros siete veces más por vuestros pecados.
   Y pondré vuestros cielos como hierro y vuestra tierra como bronce. Y se gastará inútilmente vuestro esfuerzo, pues no dará vuestra tierra su producto, ni el árbol del campo dará su fruto.
   Y enviaré sobre vosotros las fieras del campo, que os priven de hijos y que destruyan vuestras bestias, y a vosotros os reduzcan a pocos, y hagan solitarios vuestros caminos.
   Y si aun con esto no quisiereis corregiros para volveros a mí, sino que anduviereis en oposición conmigo, yo también andaré en oposición con vosotros, y os castigaré aún siete veces por vuestros pecados.
   Y traeré sobre vosotros la espada que ejecute la venganza de mi pacto quebrantado. Y os recogeréis dentro de vuestras ciudades; mas enviaré la peste en medio de vosotros, y seréis entregados en manos de vuestros enemigos.
  Y si ni aun con esto quisiereis obedecerme, sino que siguiereis andando en oposición conmigo, entonces yo seguiré andando en oposición con vosotros en ardiente indignación, y os castigaré aún siete veces por vuestros pecados.
  Y comeréis la carne de vuestros hijos, la carne de vuestras hijas también comeréis.
  Y echaré vuestros cuerpos muertos sobre los cuerpos muertos de vuestros ídolos, y mi alma os detestará.
   Y en cuanto a los que quedaren de vosotros, infundiré cobardía en sus corazones, de modo que los ponga en fuga una hoja que vuele. Y huirán como quien huye de la espada, y caerán sin que nadie los persiga.
   Y desfallecerán en su iniquidad en las tierras de vuestros enemigos. (9)

     (1) Levítico 5:3, 5, 6
     (2) Levítico 11:13, 19
     (3) Levítico 17:10-14
     (4) Levítico 12:1, 2, 5
     (5) Levítico 18:22
     (6) Levítico 19:19
     (7) Levítico 19:27
     (8) Levítico 21:16-23
     (9) Levítico 26:14-39

domingo, 28 de octubre de 2012

CUIDANDO LA PRESA

Graciela y yo en un colectivo. Esta vez me refiero a uno real, no al metafórico. Charlamos animadamente. Le hablo de mis opiniones sobre las teorías del karma y de la reencarnación. De Steiner, de Brian Weiss, de lo que pienso sobre la terapia de vidas pasadas, sobre la apertura de registros akáshicos. Me escucha atentamente. Bromeo. Nos reímos.

De pronto, sin transición alguna ni motivo que yo logre identificar, su cara se transfigura. El ceño fruncido. La boca, una línea blanquecina. Fija la vista en la nuca del pasajero que viaja adelante y permanece en silencio.

Sigo hablando, cada vez con menos energía. Pasa algo y no entiendo qué es. Ya no me escucha, de modo que interrumpo mi soliloquio a mitad de una frase.

—¿Qué pasa? —pregunto.

—Vos sabés qué pasa —responde sin mirarme—. No te hagas el tonto.

¿Estoy soñando? Se siente tan extraño como cuando Augusto Z me cortó el teléfono.

—No —replico—. No entiendo qué pasa.

Me mira con odio. Los ojos oscuros con fuego detrás. Es una bruja. En cualquier momento aullará y se elevará por los aires. Espero que no me vomite encima, desde el cielo.

—Miraste a esa chica —me dice—. ¿Pensás que soy ciega?

—¿Qué chica? ¡Si te estaba mirando a vos! ¡Estábamos hablando!

—La chica que acaba de subir. La miraste. Te hacés el tonto.

Ya no sé qué decir. Primera vez que alguien me hace una escena de este tipo. Esto es demasiado irracional para mí. Me pone de mal humor. Ya no estoy con ella. Me encuentro en el centro de mi cabeza, solo, habiendo atravesado cinco puertas blindadas, como Maxwell Smart en la presentación de la serie.

—Está bien, te creo —dice después de un rato—. ¿Qué me estabas diciendo? Seguí contándome.

No puedo creer que piense que será tan fácil.

—No tengo ganas de hablar —digo—. Se me fueron.

Nos quedamos en silencio un rato más. Ahora soy yo el que mira la nuca del de adelante.

Apoya su mano sobre la mía.

—Perdoname —dice—. Soy una tonta. Seguime contando, por favor, que estaba muy interesante.

Retomamos la charla, pero ya no es lo mismo. De las cinco puertas blindadas, sólo abro tres. Ella no puede llegar a donde estoy.

Y a lo largo de la conversación, cada tanto, vuelve a poner la cara de demonio; pero no dice nada. Cada vez que se transforma, sé que a mis espaldas hay una mina que está buena. Y la miro con el ojo de la nuca.

¿Cómo llegamos a este punto de la historia desde la despedida en su departamento y el regalo del collar espantoso?

Un par de semanas después de ese suceso, me llamó al laburo y me propuso encontrarnos, en calidad de amigos, para charlar e intercambiar cartas. Ella quería mandarle una a Silvana, aprovechando que yo estaba por viajar a La Pampa.

—Y vos, si querés, podés escribirle a Roxana.

Nadie, salvo ella, sabía la dirección de su hija. Era una medida de seguridad, para evitar que Walter N, ex pareja de Roxana y padre de Jennifer, personaje violento que entraba y salía de la cárcel de continuo y de quien volveré a hablar, se enterara de su paradero. Si alguna vez capturaba a alguno de nosotros, no podría obtener, mediante suplicio, información alguna.

De manera que la única forma de comunicarme con Roxana era a través de Graciela. Más tarde me enteraría de que ella no solo leía estas cartas antes de entregarlas, sino que también, a veces, tachaba algunas partes y las reescribía, por juzgarlas inconvenientes. Cambiando la palabra amor por cariño, por ejemplo. Debí haber supuesto que algo así sucedía; pero no olviden que, en la época de este relato, yo era un pobre, inocente, cervatillo.

Así que, finalmente, accedí a encontrarme con ella. Y en ese encuentro volvió a proponerme subir al colectivo. Esta vez me refiero al metafórico, no a uno real.

—No importa que no me ames, que sientas algo distinto a lo que siento yo. Con tu cariño me basta, porque disfruto mucho de tu compañía. ¿Por qué vamos a medir y comparar lo que sentimos? ¿Por qué vamos a hablar de sentimientos como si estuviésemos hablando de dinero? ¿Qué importa quién siente más, quién siente menos? Lo que importa es que cada uno disfrute de la relación, a su modo.

La última vez me había captado a través del cuerpo. En esta ocasión, convenció a mi lado racional. Sus argumentos me parecieron razonables. Por mi parte, no encontré ninguno que invalidara los suyos. Porque en aquel entonces, además de un cervatillo, era un joven extremadamente lógico, que reunía muchas de las características que los astrólogos atribuyen al signo de Virgo. De modo que, otra vez, acepté.

En esta nueva etapa de la relación, escenas de celos como la que acabo de describir se volvieron moneda corriente.

Mi segunda experiencia en un hotel fue tan desagradable como la primera.

El polvo estuvo bastante bien, pero después a Graciela se le dio por encender el televisor.

—¿La chica de la película te gusta más que yo? —me preguntó—. ¿Por qué la mirás?

—Porque vos la pusiste y está adelante mío —respondí—. Además, estoy sin anteojos. Lo único que veo son nubes color carne que se mueven y gimen.

La miré fijo. Me sostuvo la mirada. De pronto, su expresión se trocó en sorpresa y espanto.

—¡Me odiás! —exclamó.

Se levantó, dio dos pasos y fingió que se desvanecía.

Y yo, inocente cervatillo, corrí a socorrerla.

A pesar de que Graciela sabía de la existencia de Rocío y Belén, amigas mías, quienes le provocaban celos solían ser mujeres más grandes. Como Noemí, mi compañera de laburo, y Liliana, la madre de Leonel, con quien en esa época yo convivía. Como pensaba que yo buscaba una mamá, y algo de eso había, consideraba a esas sus rivales más peligrosas.

—¿Siempre se viste así, esta mujer, cuando estás vos?

La excepción a la regla era su hija.

Y su nieta.

—Anoche soñé que era el futuro y Jennifer volvía a Buenos Aires. Ya era grande. Y vos te enamorabas de ella.

Por el resto de la mañana, no me dirigió la palabra.

domingo, 14 de octubre de 2012

MOISÉS MATA A SUS HERMANOS

     Éxodo, capítulo 32.
   
  Tanto tardó Moisés en el monte Sinaí, tomando nota de todas las pelotudeces que Dios le pedía —el candelabro con flores y globitos, las cortinas, los corchetes, las presillas, las cadenillas, los calzoncillos—, que el pueblo se impacientó. Y fueron todos juntos a encarar a Aarón, hermano y mano derecha de Moisés.
   —¡Eh, loco! —le dijeron—. ¡Hacenos unos dioses que no sabemos qué pasó con ese Moisés! (1)
   —O.K. —dijo Aarón—. Tráiganme los aros de oro de sus mujeres y yo les voy a hacer unos dioses.
  Así lo hicieron y, con el oro fundido, Aarón fabricó un becerro. Y edificó un altar delante de él, y declaró que el día siguiente sería fiesta solemne a Jehová.
  Al día siguiente, todos madrugaron. Presentaron sacrificios, comieron, bebieron y se pusieron a garchar. (2)
   Entonces, Jehová habló a Moisés, diciendo:
   —¡Anda, desciende, porque tu pueblo se ha corrompido! Ahora, pues, déjame que se encienda mi ira contra él y los consuma, y yo haré de ti una nación grande. (3)
   —¿Para qué, oh Jehová, ha de encenderse tu ira contra tu pueblo, que tú sacaste de la tierra de Egipto con gran fortaleza y con mano poderosa? —dijo Moisés—. ¿Por qué han de hablar los egipcios, diciendo: con malicia los sacó para matarlos en las montañas, y para destruirlos de sobre la faz de la tierra? ¡Vuélvete del ardor de tu ira y arrepiéntete de este mal pensado contra tu pueblo! Acuérdate de Abraham, de Isaac y de Israel, siervos tuyos, a quienes por ti mismo juraste y les dijiste: multiplicaré vuestra simiente como las estrellas del cielo; y toda esta tierra que os tengo prometida, la daré a vuestra simiente, y ellos la heredarán para siempre.
   Y arrepintiose Jehová del mal que pensaba hacer a su pueblo. (4)
  Como antes Abraham se atrevió a objetar a Jehová, así hace también Moisés. Pero con palabras más duras y con mejores resultados. No será la última vez que interceda por su pueblo y los salve de los impulsos destructivos de Dios.
   Jehová no es un dios infalible. Es un dios que se equivoca, que cambia de opinión, que, reprendido por una de sus criaturas, se arrepiente. El Dios todopoderoso y que todo lo sabe es un invento posterior de los cristianos.
   Y Jehová es un dios al que le importa el qué dirán. No vaya a ser que los egipcios anden diciendo cosas por ahí…
   Moisés bajó del monte y, al ver el becerro de oro y a todo el mundo garchando, se enfureció y arrojó las tablas quebrándolas contra el piso. Luego tomó el becerro y lo quemó en fuego. Y lo molió hasta reducirlo a polvo, el cual esparció sobre la superficie de las aguas, e hizo que los hijos de Israel lo bebiesen. (5)
  Y viendo Moisés que el pueblo estaba desenfrenado, se puso a la puerta del campamento y clamó:
   —¡Quienquiera que sea de parte de Jehová, venga a mí!
   Y se le reunieron todos los hijos de Leví.
   Él, entonces, les dijo:
   —Así dice Jehová, el Dios de Israel: ponga cada cual su espada sobre el muslo, y pasad, y volved a pasar de puerta a puerta por entre el campamento, y matad, aunque sea cada uno a su hermano, y cada uno a su amigo, y cada uno a su pariente cercano. (6)
  Y los hijos de Leví lo hicieron así, conforme al dicho de Moisés, y cayeron del pueblo en aquel día como tres mil hombres. (7)
   En la Biblia para los niños, esto no te lo cuentan.

     (1) Éxodo 32:1
     (2) Éxodo 32:6
     (3) Éxodo 32:10
     (4) Éxodo 32:11-14
     (5) Éxodo 32:20
     (6) Éxodo 32:27
     (7) Éxodo 32:28