domingo, 7 de septiembre de 2014

SATURNO HEMBRA


Es sábado. El día está lindo. Hasta comienzos de esta semana ha hecho mucho calor. Recién ahora el verano parece estar aflojando. Hoy está soleado, pero corre un vientito fresco que revitaliza. Dan ganas de salir a pasear.

Entra una tipa a la librería, arrastrando a su hijo de doce años.

—¡Vamos! —le dice—. ¡Rápido! ¡Apurate que estamos llegando tarde!

Es una mujer de cuarentipico, muy elegante en su vestir. Se para en mitad del salón, sin soltar la mano de su hijo.

—¿A quién le puedo hacer una consulta? —pregunta al aire.

Alejandro está sentado en la silla destinada a los clientes que desean hojear algún libro. Apoya las manos en los posabrazos, se levanta con esfuerzo y avanza hacia la mujer con andar cansino y gesto huraño, como es habitual en él. Tiene sesenta y dos años, problemas crónicos de cintura y una marcada fobia social.

—¿En qué la puedo ayudar? —pregunta.

—Necesito un regalo para un chico de doce años —dice la mujer. Está muy acelerada—. Algún clásico. Que no sea muy caro.

—Mire, acá tiene varios clásicos—dice Alejandro. Sólo tiene que torcer el cuerpo, justo han quedado al lado de esa mesa. Mejor, imposible—. Están de oferta.

—¿Pero son nuevos? —pregunta la mujer—. Usados no quiero.

—Son todos nuevos —responde Alejandro, con algo de hastío en la voz—. Usados no vendemos. Son importados de España. Editorial Edimat. Están a buen precio.

—¿Y cuál puede ser?

—A ver… Para un chico de doce años puede ser Viaje al centro de la TierraEl libro de la selvaColmillo blanco

La mujer manotea un libro.

—Voy a llevar La Eneida —dice.

¿La Eneida?…, pienso.

Viene al mostrador.

—¿Me cobrás este? —me dice.

Levanto la vista de lo que estoy haciendo. No la miro demasiado para que no me entren ganas de vomitar. Tomo el libro. Le paso el lector.

—Treinta y cinco pesos —digo.

—Si no, puede ser Las aventuras de Huckleberry Finn —sugiere Alejandro. La Eneida le parece tan inadecuado como a mí.

—No —dice la mujer—, prefiero este. Quiero que lean los clásicos. A ver si aprenden… —Se dirige de nuevo a mí—. Envolvémelo para regalo.

Armo el paquete. Mientras, la mujer cacarea.

—¡Ya son las cuatro! ¡¿Cuántas veces te tengo que decir que te prepares con tiempo?! ¡Siempre lo mismo! ¡Siempre lo mismo! ¡Todo a último momento! ¡Y mirá cómo estás! ¡Todo desprolijo! —Le acomoda la ropa a su hijo con movimientos bruscos. Lo peina con los dedos—. ¡Total, la que queda mal soy yo!

Termino.

—¿A ver cómo quedó? —me dice.

No contesto. Meto el paquete en una bolsa.

—Treinta y cinco —digo.

Recién en ese momento, se pone a buscar la guita. No la encuentra.

—¡No me digas que no traje la plata! ¡No lo puedo creer! ¡Agarré la otra billetera! ¡Es tu culpa! ¡Esto es porque vos me hablás y me hablás y me hablás! ¡Todo el tiempo me hablás! ¡No me dejás pensar!

El chico no dice una palabra.

—Voy a llamar a Alicia —sigue ella— Ojalá esté cerca. —Llama por el celular—. Hola, Alicia, habla Claudia. Estoy en la librería comprando el regalo. Me dejé la billetera en casa. ¿Estás por la zona? ¿Me podés prestar treinta y cinco pesos y hoy te los devuelvo?

Alicia responde que sí a ambas preguntas.

—Gracias, Ali —dice ella—. Me salvaste.

Corta y se dirige a su hijo.

—Por tu culpa… Por tu culpa… Todo el tiempo me hablás.

Se queda unos segundos en silencio. Es un milagro. Luego, saca el paquete de la bolsa y lo mira.

—Vamos a escribirle algo en la etiqueta —dice—. ¿Puedo usar la birome?

—Por supuesto —digo.

Le tiende la birome a su hijo.

—Tomá —le dice—. Escribí.

El chico se queda con la birome en la mano.

—¡Dale! —dice la madre—. ¡Escribí! Querido Clemente…

Tengo que alejarme. Si estoy mucho tiempo expuesto al campo áurico de esta mujer, el pelo se me caerá y mis descendientes nacerán con malformaciones. Me acerco a Alejandro, que ha vuelto a sentarse en la silla, y compartimos impresiones sobre nuestra amiga.

Al rato, nos interrumpe.

—¿Tenés liquid paper? —me pregunta.

—No —respondo, mientras vuelvo al mostrador.

Mira a su hijo con furia.

—¡Lo arruinaste! —le dice—. ¡¿No podés hacer una cosa bien?!

—Pero le puedo pegar otra etiqueta encima —digo, y tomo una.

O te la puedo pegar en la boca, pienso.

—¿A ver? —dice. Rasca con la uña el borde de la etiqueta que ya está pegada—. Podemos sacar esta.

La interrumpo.

—No —digo—. Es preferible que peguemos esta encima. Si no, el papel se puede rasgar.

Y olvidate de que te haga un nuevo paquete, conchuda, remato con el pensamiento.

Pego la etiqueta. Le tiende otra vez la birome a su hijo.

—Ahora hacelo bien —dice.

El chico habla por primera vez desde que entró a la librería. Se nota que la situación lo incomoda.

—Hacelo vos —dice.

—¡No seas ridículo, por favor! —dice ella—. ¡¿Cómo lo voy a hacer yo?! ¡Es amigo tuyo!

El chico toma la birome.

—¡Ahora hacelo bien! —sigue ella—. ¡Concentrate! ¡Eso te pasa porque estás todo el día jugando con la computadora!

Los vuelvo a dejar solos. Me quedo con Alejandro hasta que llega la amiga con la guita.

—¡Ay, cómo me salvaste, Alicia! ¡Cuánto te lo agradezco!

—¡No hay por qué, nena! ¡Es una pavada!

Alicia me da su tarjeta. La paso por el posnet.

—Qué lindo día, ¿viste?

—Síii… ¡Por fin se está yendo el calor! ¡Ya no se aguantaba más!

—Sí, terrible… Ahora corre algo de aire.

—Se respira.

—Está lindo para salir a pasear.

—Sí…

Alicia mira al chico.

—¿Y a vos qué te pasa? —le pregunta. Como no recibe respuesta, se dirige a la madre—. ¿Qué le pasa a este? ¿Por qué tiene esa cara?

Levanto la vista. Me intriga cuál será la respuesta.

La madre hace un gesto de «Y yo qué sé…».

Saco el ticket del posnet. Alicia firma. Le devuelvo la tarjeta.

—Vamos que es tarde —dice la madre.

—Vamos —dice Alicia.

Miro al chico.

—Hasta luego —le digo.

Sale detrás de su madre sin registrar mi saludo.

domingo, 10 de agosto de 2014

¿QUÉ VIENES A BUSCAR?

En la librería.


—El adivino tiene tres bolas —suele decir Alejandro, uno de mis compañeros—. Yo sólo tengo dos.


Entra un sujeto de unos cuarenta y largos, cincuenta y cortos. Se dirige a Mónica.

—Hola —dice—. Quiero reconciliarme con la lectura. ¿Qué me podés recomendar?

Sin indagar cuál de los dos se ofendió con cuál ni los motivos de la disputa, Mónica consulta:

—¿Qué te gusta? ¿Novelas? ¿Historia? ¿Política?

La contrapregunta toma por sorpresa a nuestro amigo.

—No sé… —dice con perplejidad—. Quiero algo que me atrape.

Reconozco el gesto de Mónica. Los violines de la escena emblemática de Psicosis le quedarían bien de fondo.

A esta altura, ya comprendo que son los libros quienes se han distanciado de este señor. No insistas, pienso en decirle. Ellos no te quieren. No hay reconciliación posible. Vete. Olvida que existen. Pega la vuelta. Pero antes de que pueda abrir la boca, Mónica hace un nuevo intento de establecer contacto.

—¿Qué tenés ganas de leer? —pregunta—. ¿Ficción o no ficción?

Saco roto, flores a los chanchos, pólvora en chimango.

—No sé… Algo que me enganche.

¿Algo que te enganche?, pienso. Tomá:


domingo, 20 de julio de 2014

SE DICE DE MÍ

La foto es de Zdzisław Beksínski.


Las que siguen son cosas que se han dicho sobre mí —por escrito— en el lapso que va del año 1996 a la actualidad. No están en orden cronológico.


- Guille, Buenos Aires es un tango raro, no sabes cuánto se lo extraña. Y vos sos uno de esos cinco o seis motivos que a uno lo hacen soñar con el regreso.


- «Su memoria puede ser peligrosa, señor Altayrac», diría un político argentino en una habitación cerrada, con cuarenta grados y con vos atado a una silla.


- No sé si sos tarado mental o tenés alguna falla, pero de lo que estoy seguro es de que tus neuronas no están haciendo una correcta sinapsis. Igualmente, me gustaría que viviéramos cerca, y así poder encontrarnos y romperte un poco el culo a patadas. (…) Se ve que sos un reverendo pelotudo que no entiende muy claro las cosas cuando se las dicen de buena manera. (…) Te compadezco por tu nombre, es que parece de telenovela.


- Vos sos un pibe lindo y bueno, y seguro las minas hacen cola para estar con vos. Solamente tenés que prestar atención.


- Man, tus cosas fueron impresionantes, realmente muy duras, pero durísimas, de las que pocos sobreviven. Y verte tan firme en la persecución de tus objetivos como actor y dibujante me hace admirarte profundamente; porque creo que si la mitad de los mortales viven lo que viviste, o se pegan un tiro o no salen nunca más de la nada. Habla de cómo supiste aprovechar la «desgracia» para canalizarla en algo fructífero, de cómo tu inteligencia (de las más agudas que conocí en el último tiempo) y el aprendizaje de tu propia historia te llevan a tener claro lo que querés. (…) Sin duda, el dolor que sufriste se recondujo en forma de sabiduría, en forma de madurez.


- Pienso siempre en tu rostro, en muchos momentos del día y antes de irme a dormir. Si se ve triste o cargado de preocupación, tu mirada se transforma en una de las más profundas que conozco, y en alguna oportunidad sentí temor y no la pude sostener. Por belleza, por intensidad y por la identidad misma.


- Realmente no puedo creer lo infeliz, ingrato y miserable que sos. Tenés que aprender a ser humilde. (…) Sos un INGRATO y un cínico. HACETE CARGO DE TU VIDA. Nadie es culpable de ella sino vos. Te perdiste a una persona que te quiso ayudar y le escupiste en la cara. NO ME SACÁS UN MANGO MÁS. Si querés, haceme juicio. Eso sí: ponete en la cola, económicamente no tengo nada. Mandame una carta documento, Magoya la va a recibir con gusto. A partir de ahora, sos un ex empleado. Hablá con la contadora de esos inventos tuyos, a lo mejor te da bola. (…) ¿Sabés qué? Hace poco me encontré con Manuel, que nunca pidió nada, para darle plata y me dijo que lo clavaste con una heladera que nunca fuiste a buscar. Que lo despreciaste continuamente. A Sebastián también. Tenía una posibilidad de trabajo y te llamó, también lo despreciaste. «Depende de la propuesta», «Tengo todo mi dia ocupado»: frases de una persona que necesita trabajar... BAJATE DEL ÁRBOL. ADIÓS.


- Sos un genio. Realmente admiro tu actitud, pibe. ¡Ese es mi pollo!


- A veces, te veo como un niño pidiendo ayuda. Al mismo tiempo, la forma en que tomás las cosas con la mayor madurez y me sorprende (como a la vez me sorprende la tremenda sensibilidad que hay dentro tuyo y la pureza que existe en tu corazón).


- Al final, yo tenía razón en mis momentos de lucidez: sos la persona más fuerte que conozco. Qué orgullo haber formado parte de tu vida en momentos tan duros.


- Un tipo inteligente, alguien sin muchos complejos, amigo de sus amigos y con la suficiente cara dura de decir cosas que otros se guardarían para sí.


- La soledad te ha hecho: luchador por el tronco, por las ramas artista, por la raíz filósofo. El árbol más potente es el que está más solo.


- Te considero alguien lúcido, probablemente la persona más lúcida que conozco. Siempre hacés (te hacés a vos y a los demás) las mejores preguntas. Y eso, cuando uno está confundido, es fundamental. Hablar con alguien que, en vez de darte consejos pelotudos, hace preguntas. Las preguntas que profundizan el análisis.


- Pensás como un fascista, como un agitador fascista.


- Cuidate, y seguí siendo como sos: de espíritu noble y sincero.


- A Guillermo Altayrac le importan un carajo las apariencias. (…) ¿Qué es si no un artista de lo discordante el señor Altayrac?


¿Quién soy?

¿He de definirme a partir de cómo me ve el otro?

Si es así, ¿cómo he de integrar las contradicciones?

¿Qué otro modo tengo de definirme, de determinar mis coordenadas? ¿A partir de cómo me veo yo mismo?

Pero en el acto de mirarme a mí mismo, ¿no me convierto yo mismo en un otro?

Respecto a esto, ¿qué diferencia hay entre los otros y ese otro que soy yo cuando me miro?

¿Por qué habría de confiar más en mi propia percepción?

¿Por qué habría de confiar más en la del otro?

Nuestro modo de ver está condicionado por nuestra posición respecto al objeto observado. Te veo desde mí, desde mis propias características. Vistas desde aquí, ciertas características tuyas se destacan. Otras, escapan de mi vista, se pierden en mis puntos ciegos. Y al procesar lo que veo, lo cotejo con mi experiencia. El modo en que te veo depende de lo que he visto antes.

Y el modo en que te defino me define también a mí mismo.

Dime cómo me defines y te diré quién eres.

¿Está mal que me defina a partir de la mirada del otro?

¿Es insano?

¿Es peligroso?

¿La mirada del otro me restringe?

Pero siendo, como soy, un animal social, ¿no es razonable que me conozca a mí mismo a través de mi percepción de cómo repercuto en quienes me rodean?

¿Quién soy si no hay nadie que me mire?

Si un árbol cae en medio del bosque y no hay quién lo escuche, ¿de qué color es? (1)

¿Púrpura?

Según quién me mire, soy verde o anaranjado.

¿Soy fuerte? ¿Soy débil?

¿Soy noble? ¿Soy vil?

¿Soy un genio? ¿Soy un reverendo pelotudo?

La mirada del otro, según su idiosincrasia, destaca algunos de mis atributos por sobre los demás. Otros los distorsiona. Incluso, el otro proyecta sobre mí características que no son mías, sino de él. O que son las de un arquetipo que existe en su psiquis.

Por otro lado, yo también soy selectivo a la hora de desplegar mis características, según frente a quién estoy. Dependiendo del lazo que me une al otro y de las intenciones que tengo respecto a él. Esto ocurre tanto a nivel consciente como a nivel inconsciente.

¿Esto dificulta el encuentro real con el otro?

No.

Nosotros somos eso y también lo demás. Somos docenas de personas en una. Variamos durante el día y a veces, incluso, somos varios simultáneamente.

¿Para qué necesitamos definir al otro?

Para abarcarlo y así poder darle un lugar en nuestro esquema de la realidad.

Fijamos las coordenadas del otro sobre determinados ejes: amigo/enemigo, afín/opuesto, fuerte/débil, inteligente/tonto…

Si somos flexibles, esa estructura nos servirá de punto de partida para seguir explorando al otro y le iremos haciendo ajustes a medida que avancemos en ese proceso. Eventualmente, incluso, destruiremos la estructura completa y la reemplazaremos por otra. Así y todo, la estructura de base habrá sido necesaria como referencia.

Si somos rígidos, quedaremos atrapados en esa estructura. Todo lo que haga el pelotudo, por ejemplo, será prueba de que es un pelotudo. Ya no miraremos al otro, ya no buscaremos. No seguiremos preguntándonos, porque todas las respuestas estarán dadas de antemano. No veremos a la persona, sino el símbolo que tenemos en nuestra cabeza para representarla.

Algo parecido sucede con las anécdotas que hemos contado una y otra vez. ¿Realmente recordamos los hechos o solo recordamos las palabras que tantas veces hemos utilizado para narrarlos?

¿La objetividad absoluta es posible?

¿La objetividad absoluta es deseable?

Te veo desde mí. Me gustás. O no.

Mejor dejemos la objetividad a Dios.

Que, neutro, muera de aburrimiento.


(1) Gracias, Herman Toothrot.

domingo, 29 de junio de 2014

PROSTITUTA DEL DOLOR

Subte, línea D. Vuelvo a casa, tipo nueve de la noche.

Un muchacho flaquito, de veintilargos, se presenta al público como Fulano de Tal, de nacionalidad colombiana.

Su tono de voz es suave y arrullador. Dice ser padre de un niño muy pequeño y la única persona con la que el bebé puede contar en la vida.

Hasta hace poco trabajaba en un videoclub, dice, pero fue despedido. No cuenta el motivo. Está buscando empleo desesperadamente. Mientras tanto, la única fuente de ingreso que tiene es esta: lo que nosotros podamos darle a cambio de la historia que nos contará.

—Esta es la historia de un hombre que se enamoró de una mujer y le pidió que se casara con él. Ella, que era muy interesada, le dijo: «De acuerdo, me casaré contigo. Pero esto es algo muy importante, viviremos juntos por el resto de nuestros días. Por eso te pido un presente, como muestra de que valoras mi gesto. Quiero que me regales un avión».

»Era tanto el amor que este hombre sentía por esta mujer codiciosa que de inmediato se puso en campaña para conseguir lo que ella le pedía. Tras varios años de trabajo arduo y vida austera, ahorrando centavo a centavo, gastando sólo lo indispensable para seguir en pie y continuar trabajando, logró comprar el avión.

»Pero a ella, que era muy interesada, esto no le bastó. «Lo que me pides es muy importante», dijo. «Viviremos juntos por el resto de nuestros días, tendremos muchos hijos. Quiero que me traigas el corazón de tu madre.»

En este punto, reconozco la historia. Es un cuento judío que hace poco, casualmente, leí citado por David Cooper. No me parece adecuado para el perfil del auditorio. La expresión de los rostros que me rodean confirma que estoy en lo cierto.

—Tanto amaba este hombre a esta mujer codiciosa que apenas si dudó en satisfacer su deseo. Tomó un cuchillo, fue a casa de su madre, le atravesó el pecho y le arrancó el corazón. Metió el corazón en su bolsillo y corrió al encuentro de su amada. Sólo pensaba en ella, ya veía su rostro frente a él, sentía sus besos anticipadamente. En su carrera frenética tropezó, y al caer oyó algo, como una voz tenue, sin poder precisar de dónde venía. Le restó importancia y siguió corriendo. Pero al rato volvió a tropezar, y volvió a caer, y oyó la voz nuevamente. Entonces, sacó el corazón de su bolsillo, y lo acercó a su oído, y esta vez pudo sentir con total claridad. Era la voz de su madre, que le decía: «Ay, hijito querido, mi pequeño, ¿te has lastimado?».

Se produce un silencio absoluto. Después, algunos cuchichean. El muchacho está parado frente a mí. Le tiendo un billete.

—Gracias, amigo —me dice—. Que Dios te lo multiplique. —Luego se dirige de nuevo a todo el vagón—. En fin, esta es la historia que he querido venir a contarles. Su moraleja es que no hay en el mundo nada más grande que el amor de una madre, que es capaz de perdonarlo todo.

Alguien más le ofrece un billete.

—Gracias. Que Dios te lo multiplique.

Luego, la gente se desentiende de él. Su número ha terminado y ha cosechado todo lo que merece su historia macabra. Ahora debe circular para que pueda seguir desfilando el resto de los personajes de ese vodevil del medio evo que todos los días se representa en los pasillos del subte: ciegos, lisiados, el niño pobre que canta a los gritos.

Pero el muchacho permanece en su sitio. Recorre los rostros con su mirada, uno a uno. De pronto, sus piernas parecen debilitarse y se sostiene de un pasamanos.

—Hoy no me encuentro bien —dice—. Por favor, ayúdenme. Esto no lo haría por mí, lo hago por mi bebé…

No obtiene respuesta.

—Soy un hombre muy trabajador —sigue—, se los aseguro. Pero estoy pasando un mal momento. Sólo quiero que mi bebé esté bien. Lo que me den será cien por ciento para mi chiquitico y cero por ciento para mí.

Sonríe con tristeza.

La gente sigue en otra, como si él hubiese dejado de existir.

Ya no habla a la multitud, se concentra en una persona al azar: una chica que está a mi derecha.

—Por favor… Si no es dinero, algo de comida…

Se hinca. Junta las manos. La chica baja la vista.

—Por favor…Es para mi bebé…

Tamaño acto de humillación amerita una recompensa: dos manos se apresuran a alcanzarle sendos billetes.

No recuerdo haberlo visto levantarse.

Sigue ahí, congelado, de rodillas.

domingo, 8 de junio de 2014

POR NO CONOCER EL USO DEL DIOS DEL PAÍS

Dedicado a Mateo, por diferentes razones.
Segundo Libro de los Reyes, capítulo 10 al 17.


Ya hemos visto que Jehú comenzó su reinado con el pie derecho, haciendo lo que es justo a los ojos de Jehová: decapitando a setenta tipos. Después siguió por el buen camino aniquilando mediante engaños y a traición a todos los adoradores y sacerdotes de Baal que vivían en Israel. (1) Pero se mandó la cagada de dejar en pie los becerros de oro que había en Bet-el y en Dan. (2) Por eso, perdió el favor de Jehová.

Apretemos otra vez la tecla de avance rápido. Aceleremos la caída de este reino que se ha vuelto tan vil. Veamos en cámara rápida a estos fornicadores padecer los horrores de la guerra y sufrir una derrota tras otra, imaginemos de fondo la musiquita de Benny Hill y disfrutemos de la escena como lo hace Jehová.

Jehú reina veintiocho años. Durante su reinado, los sirios invaden gran parte del territorio de Israel. Jehú muere y lo sucede su hijo Joacaz. Joacaz es malo. Reina diecisiete años. Los sirios siguen invadiendo Israel. Joacaz muere. Lo sucede su hijo Joás. Joás es malo. Reina dieciséis años. Muere y lo sucede su hijo Jeroboam. Jeroboam es malo. Reina cuarenta y un años. Muere y lo sucede su hijo Zacarías. Zacarías es malo. Reina seis meses. Sallum conspira contra él, lo mata y reina en su lugar. Sallum reina un mes. Manahem lo mata y reina en su lugar. Manahem es malo. Reina diez años. Muere y lo sucede su hijo Pecaya. Pecaya es malo. Reina dos años. Peca conspira contra él, lo mata y reina en su lugar. Peca es malo —y claro… ¡Peca!—. Reina veinte años. Los asirios invaden algunas ciudades de Israel y deportan a sus habitantes a Asiria. Oseas conspira contra Peca, lo mata y reina en su lugar. Oseas es malo. Reina nueve años. Los asirios vuelven a atacar a Israel. Invaden todo el país y deportan a sus habitantes.

Volvamos a la velocidad de avance normal.

Salmanasar, rey de Asiria, trasladó gente de su país a Israel y la estableció en las ciudades tomadas, en lugar de los israelitas.

Mas aconteció que cuando comenzaron a habitar allí, como no conocían el culto a Jehová, Jehová envió contra ellos leones que los iban matando.

Entonces, mandaron a decir al rey de Asiria: Aquellos que trasladaste y estableciste en las ciudades de Israel no conocen el uso del dios del país. Y él ha enviado contra ellos leones que, he aquí, los están matando, por no conocer ellos el uso del dios del país.

El rey de Asiria, pues, ordenó: Llevadle a esta gente alguno de los sacerdotes que trajimos de allí, para que habite con ellos y les enseñe el uso del dios del país. (3)

¿Por qué los dioses no vendrán con manual de instrucciones?


(1) 2° Reyes 10:18-25
(2) 2° Reyes 10:29
(3) 2° Reyes 17:24-27

martes, 13 de mayo de 2014

DIOS CELEBRA UNA DECAPITACIÓN MASIVA

Segundo Libro de los Reyes, capítulo 3 al 10.


Joram, sucesor de Ocozías, también hizo lo que era malo a los ojos de Jehová. Por eso, durante su reinado, Jehová permitió que los sirios sitiaran Israel por tanto tiempo que el hambre empujó a alguna gente a comerse a sus hijos. (1)

A los doce años de su reinado, Jehová decidió reemplazarlo por Jehú, capitán del ejército de Israel. A tal fin, mandó al profeta Eliseo a ungir a Jehú como rey y a ordenarle que matara a Joram y a toda la casa de Acab, su padre. (2)

Ni lento ni perezoso, Jehú montó en su carro de guerra y partió con sus hombres a Jezreel, al encuentro de Joram y de su madre Jezabel. Mató a ambos —y al rey de Judá, que estaba de visita y que también hacía lo que era malo a los ojos de Jehová (3) — y tomó la ciudad.

Luego escribió cartas y las envió a Samaria, capital de Israel, a los principales de la ciudad y a los tutores de los setenta hijos de Acab que vivían allí, diciendo: Escoged al mejor de los hijos de vuestro señor y ponedle en el trono, y pelead por la casa de vuestro señor.

Mas ellos tuvieron grandísimo temor, y dijeron: He aquí que dos reyes no han podido hacerle frente, ¿cómo, pues, podremos resistirle nosotros?

Por lo cual, enviaron a decir a Jehú: Siervos tuyos somos y haremos todo lo que mandares. No elegiremos por rey a ninguno, haz lo que bien te pareciere.

Él, entonces, escribió por segunda vez, diciendo: Si sois míos y a mi voz seréis obedientes, tomad las cabezas de los hijos de vuestro señor y venid a mí, como a estas horas el día de mañana. (4)

Y así se hizo: los setenta hijos de Acab fueron decapitados y sus cabezas se enviaron a Jezreel dentro de canastos. Jehú las recibió y mandó que se las pusiera en dos montones a la entrada de la ciudad. (5) Finalmente, mató a todos los que habían quedado de la casa de Acab en Jezreel y en Samaria. (6)

Entonces, Jehová dijo a Jehú: Por cuanto has obrado bien en hacer lo que es recto a mis ojos para con la casa de Acab, conforme a todo lo que tenía en mi corazón, hijos tuyos hasta la cuarta generación se sentarán en tu lugar sobre el trono de Israel. (7)


(1) 2° Reyes 6:24-29. Ya hemos visto aquí y aquí que Jehová había amenazado a los hebreos con hacerles comer a sus hijos si le desobedecían.
(2) 2° Reyes 9:6-8
(3) 2° Reyes 8:25-27
(4) 2° Reyes 10:6
(5) 2° Reyes 10:7, 8
(6) 2° Reyes 10:11, 17
(7) 2° Reyes 10:30