viernes, 17 de junio de 2011

GENTE EXTRAÑA QUE HE CONOCIDO: GUILLERMO EL EXHIBICIONISTA

El exhibicionista del post publicado la semana pasada —HISTORIA DE OTRO PENE (Los ojos de plomo)— se llama Guillermo, es tocayo mío.

¿Cómo lo sé?

Porque después de aquella noche, lo volví a ver por el barrio en varias ocasiones y, en una de ellas, escuché cómo lo llamaban.

Él estaba parado junto a los baños de la estación Mitre. El guarda que pedía los boletos a la entrada del andén y el muchacho del puesto de panchos conversaban y lo vieron. Se rieron.

—¿Y, Guillermo? ¿A cuántos se la mostraste hoy?

Guillermo no contestó. Miraba el piso.

Una vez lo vi saliendo de un almacén con una bolsita.

¡Sí, señora! ¡Los exhibicionistas también hacen las compras!

Otra vez lo vi de saco y camisa, con una carpeta bajo el brazo.

¿Buscando trabajo?

Puede ser.

O quizás en la carpeta llevaba fotos de su pene. Me lo imagino parando gente en la calle.

—Disculpe que le robe unos minutos. ¿Le puedo hacer una encuesta?

—Sí, cómo no, joven —responde una señora.

Guillermo abre la carpeta y pasa las páginas. Fotos de su pene en distintos ángulos y grados de erección.

—¿Cuál de estas le da más miedo?

Cada vez que me lo cruzaba, me preguntaba qué haría si me volviera a mostrar la pija.

Sé su nombre, me decía a mí mismo. Y él no sabe que yo lo sé. Puedo usar ese dato como factor sorpresa. Me la muestra y le digo: «¿Qué hacés, Guillermo? Yo la conozco a tu vieja». O algo así. ¡Y ahí el que queda paralizado del estupor es él!

¡Santas vergas, Batman! ¡Qué buen plan has ideado!

¡Gracias, Joven Maravilla! ¡Ahora debemos ponerlo en acción!

Y la ocasión para hacerlo se dio hace un mes aproximadamente. Aunque parezca mentira, fue unos días después de escribir el borrador del post en el que cuento mi primer encuentro con él. Como si lo hubiera invocado. Y tuvimos uno de los diálogos más absurdos de mi vida.

El encuentro fue en el baño de la estación Mitre, lugar que no se caracteriza por sus condiciones de aseo. Yo estaba meando en uno de los inodoros, porque los mingitorios estaban tapados y llenos de pis hasta el tope. Hace años que los sanitarios no tienen puertas, de modo que nada me cubría la retaguardia.

Una voz a mis espaldas.

—¿Tenés hora?

Zas, Guillermo…, pienso.

—No, no tengo —respondo, conservando la calma. Sin que se me corte el chorro de pis siquiera. Ahora, Joven Maravilla, yo soy el dueño de la situación.

—Ah… ¿Y más o menos la hora? —insiste él.

Termino de mear, me la sacudo y me doy vuelta.

Veo su cara, su cuerpo no. Está en una postura inclinada, para asomar sólo su cabeza por el hueco de la puerta. El muy ladino guarda la sorpresa para el final. Por la expresión de su rostro y cierto leve movimiento, presumo que se está masturbando.

—Guillermo —le digo.

Duda. Cesa el movimiento. Sonríe nervioso. Veo que le falta un diente.

—¿Te conozco? —me pregunta.

—Sí, ya me mostraste la poronga.

—Ah, perdón —dice él y se mete en el otro sanitario.

—Todo bien —digo yo cortésmente.

Toda la conversación fue en un tono afable y correcto, por parte de ambos. Llevamos las cosas civilizadamente. Salvo por el detalle de que él se estaba meneando la verga fuera del alcance de mi vista, ¿no? Nada es perfecto.

Puntos a destacar:



1- Él insiste: «Ah… ¿Y más o menos la hora?»

¡¿Qué clase de pregunta es esta?! ¡Aparte de exhibicionista, carente de imaginación! Obviamente, todo era una treta para que yo me volteara y lo viera, ¿pero no se le ocurrió algo más coherente para preguntar?

¿Qué tendría que haber contestado a esto?

Y, no sé, vos tenés tantos recursos como yo para calcularla a ojo, como quien dice. Salvo que seas un engendro que ha estado encerrado, agazapado, en este baño asqueroso durante setenta y dos horas seguidas. Una especie de Gollum urbano.

O mejor: Vos y yo sabemos qué hora es, Guillermo. ¡La hora de mostrar la pija!



2- Él pregunta: «¿Te conozco?». Yo respondo: «Sí, ya me mostraste la poronga».

No me digas que esto no te descolocó, hijo de puta. Debés haber pensado: «¿Pero cómo? Si yo no me presento antes de mostrarla…»

—Hola, mi nombre es Guillermo. ¿Le tenés miedo a esto?

—Y, flaco, la verdad que sí…

—Bueno, te dejo mi tarjeta. Si te cabe la adrenalina y atemorizarte, concertamos otra entrevista.



3- «Sí, ya me mostraste la poronga», digo yo. «Ah, perdón», dice él.

¡Pero si hace un rato me la ibas a mostrar sin escrúpulo alguno! ¡¿Qué onda?! ¡¿Pedís perdón porque me la ibas a mostrar por segunda vez?! ¡¿Es un extraño código ético entre los exhibicionistas?!



4- «Todo bien», remato.

Eso se llama tolerancia. Creo que merezco el Nobel de la Paz.

Me salió del alma, como suele decirse. Preparado, el diálogo no hubiese quedado mejor.



5- Los ojos ya no eran impactantes. La voz ya no era tétrica. Más bien un poco cómica, nasal. Todo depende del contexto y del factor sorpresa, supongo. O en estos doce años el sujeto se ha deteriorado considerablemente y ha perdido su aura de horror. Creo que es lo primero.



De haber un tercer encuentro, prometo postearlo en este blog. Con Guillermo ya entramos en confianza, así que supongo que la próxima vez será algo así como:

—Buen día. ¿Cómo andás? ¿Te puedo mostrar la poronga?

—Sí, cómo no. Pero un ratito nomás; estoy un poco apurado.

—¿Le tenés miedo a esto?

—Y… No te puedo mentir, Guillermo. Ya no. Después de doce años, hay cosas que pierden su magia.

11 comentarios:

  1. "Vos y yo sabemos qué hora es, Guillermo. ¡La hora de mostrar la pija!"

    jajajajajajaja

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  2. terrible. muy bizarro. y un poco gracioso también, sí.
    espero su respuesta altayrac.
    saludos cordiales.

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  3. Soy: Jajaja... Me alegra que te haya gustado...

    c.: Te juro que a mí me alegró el día, que venía medio bajón. Estuve toda esa tarde riéndome solo cuando me acordaba de alguna parte del diálogo.

    Mi respuesta ya está disponible, ... (no sé tu apellido). La redacté mientras vos leías sobre este degenerado.
    Saludos cordiales para Ud. también.
    Y buenas noches. Me voy a dormir.

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  4. AJAJAJAJ te juro que me reía mientras lo leía y mi vieja al lado mío me miraba con cara de "estás loca". Muy bizarro el flaco. Concuerdo totalmente en la parte de que si lo planeabas, no salía tan bien el diálogo. Un beso grande Guillermo, y que sigas teniendo experiencias extrañas para levantar el ánimo y entretener a tus lectores, ajaja!

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  5. Parece una historia de ficción, ¿no?

    Me hiciste reir mucho, pero también me recordar una etapa oscura de mi vida, en que atraía a todos los degerados exibicionistas y -literalmente- perdí la cuenta de cuántos me mostraron sus partes.

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  6. Ma ca re na: ¡Me alegro de haberte hecho reír!

    Espero seguir teniendo experiencias extrañas; pero, si puede ser, no tan diabólicas... Jajaja...
    Por lo pronto, seguiré con esta sección "Gente extraña que he conocido". Con material viejo, ya vivido. Este finde, un nuevo personaje de la vida real.

    Un beso grande y gracias por pasar.

    Cat: Sí, parece una historia de ficción. ¡Pero juro que es verdad!

    ¿Es cierto lo que decís sobre los exhibicionistas? ¿Eras un imán de degenerados? ¿Y cuánto duró esa oscura etapa de tu vida?

    ¡Saludos y gracias por pasar!

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  7. Oh, Guillermo me da ahora un poco de pena, Guillermo.

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  8. Boris: ¡Santas vergas, Joven Maravilla!

    Frestón: ¿A cuál de nosotros dos te estás dirigiendo y cuál de nosotros dos te da pena?

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  9. Me refiero a Guillermo El Exhibicionista, Guillermo Altayrac :)

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  10. ¿Ves, boludo? Era como te decía yo...
    Lo tengo acá al lado.

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