lunes, 22 de agosto de 2011

GENTE EXTRAÑA: EDUARDO L (Parte 2)

  Con la vieja vivía una chica de unos doce años y un nene de seis. Al momento de llegar Leonel M, la familia estaba cenando. La vieja le indicó que se sentara en una silla que estaba apartada de la mesa, junto a un teléfono, y se desentendió de él. Siguió comiendo como si nada. Los chicos lo miraban a Leonel M de reojo.
   —Hola —le dijo el nene de seis.
   —Siga comiendo y cállese la boca —dijo la vieja sin levantar la vista del plato.
   Leonel M miraba fijo la puerta, como si pudiera ver a través de ella. Y aguzaba el oído. Le pareció oír que su madre y Eduardo L discutían, pero no estaba seguro.
   —¿Puedo llamar a la policía, señora?
   —El teléfono no anda.
  Cuando terminaron de comer, la vieja mandó a los chicos a dormir y levantó la mesa.
   —¿La ayudo a lavar los platos, señora?
   —No hace falta, m’hijo.
  La vieja terminó de lavar los platos y se sentó en un sillón. Cerró los ojos. Leonel M siguió esperando. Le pareció que la vieja se había dormido. Respiraba profundo y con ruido, un silbido al inhalar. Levantó el tubo y comprobó que había tono.
   —El teléfono no anda, m’hijo —repitió la vieja sin abrir los ojos.
   A eso de las dos de la mañana, a Leonel M le pareció oír que su madre lo llamaba. Se levantó de un salto y se acercó a la puerta. La vieja abrió los ojos y lo siguió con la mirada. Al rato se escuchó bien clara la voz de Liliana N.
   —¡Leo!
   Leonel M apoyó la mano en el picaporte y miró a la vieja.
   —¿Me abre?
   La vieja abrió la puerta cuando Liliana N llegaba a la casa.
   —¡Leo!
   Leonel M se acercó a ella.
   —¡Gracias, señora! —dijo Liliana N.
   La vieja se limitó a cerrar la puerta.
   —¡Señora! ¡¿Podemos usar el teléfono?!
   —No te calientes. No te va a dejar.
   Madre e hijo tuvieron que escapar del lugar haciendo dedo. Después de buscar a Leonel M por los alrededores, pistola en mano, Eduardo L se había echado a dormir. Como medida preventiva, antes de salir, Liliana N metió la llave del auto de Eduardo L en la cerradura y la rompió haciendo palanca para abajo. Lo que empezó siendo una historia de amor salvaje, terminó siendo un thriller.
  Pasan siete años. Hace su aparición en escena un servidor: Guillermo Sebastián Altayrac —con todas las letras, no necesito esconderme de nadie. Saludo a mi público. Me debo a ustedes. Son el alambre que sostiene esta carne—. Después de vivir casi un año con Roberto P y Claudia I, me mudé con Leonel M y su madre a Munro. Una compañera de laburo me decía que yo me la buscaba por juntarme con gente tan estrafalaria. Tal vez tenía razón. En todo caso, ya he escarmentado.
  En el medio, Eduardo L había vuelto a entrar en prisión por robo calificado y había sucedido lo de Sierra Chica. Y él, junto con otros presos, fue trasladado a Devoto. Por medio de un conocido en común con Liliana N, averiguó nuestro teléfono. Una vez cada quince días, aproximadamente, llamaba desde la cárcel para hablar con ella. Algunas veces para decirle cuánto la amaba. Otras, para prometerle que cuando saliera la iba a matar.
   Las cosas del querer.
   A los meses de estar viviendo los tres juntos, Leonel M se mudó a lo de su novia, en Banfield. Pero la noche de la que voy a hablar ahora, ambos habían venido de visita. En esas ocasiones, Liliana N les cedía a su hijo y a su nuera su habitación, que tenía una cama de dos plazas, y ella dormía en el living, en el sofá. Y yo dormía solo en la habitación que antes compartiera con Leonel M.
   Despierto sobresaltado de madrugada. Había sonado el timbre. Hacía meses que no teníamos noticias de Eduardo L, pero supe de inmediato que era él. Extrañamente, Liliana N, protagonista de esta historia de amor, no adivinó que el que estaba tocando el timbre era su Romeo. O su Otelo. Estábamos en el piso de arriba de una casa de dos plantas. Medio dormida, Liliana N abrió un poco una persiana y, asomándose, preguntó quién era. Eduardo L había bebido. No se dio cuenta de que la voz venía de arriba. Pensó que salía de un portero eléctrico —que no teníamos— y se puso a hablar, a gritos de borracho, con el timbre.
   —¡¿Hola?!… ¡¿Hola?!… ¡¿Liliana?!
  Liliana N reconoció la voz y se apartó de la ventana. Permaneció en silencio.
   —¡Hola!… ¡Hola!… ¡La puta madre!
   Liliana N escuchó hablar a su enamorado con alguien más. Después, el ruido de una puerta de automóvil abriéndose y cerrándose, y el motor alejándose para dejar paso al silencio de la noche.
   De toda esa secuencia me enteré al día siguiente. Lo único que escuché en ese momento fue la voz de Liliana N; los murmullos de abajo; el auto alejándose y los cuchicheos de Leonel M, su novia y su madre después de lo sucedido.
   Me dormí.
  Al día siguiente, cuando estaba por salir al trabajo, Liliana N me interceptó en el living. Me hizo una seña desde el sofá y me dijo en un susurro:
   —Si afuera alguien te pregunta con quién vivís, decile que vivís solo.

5 comentarios:

  1. Movilizador como siempre, Gustavo
    Me encantaron, mal, tus comentarios, estoy falta de tiempo hoy para devolverte y comentar esto, pero quería dejar asentado que lo leí.
    Eduardo L me da miedo ya de sólo leerlo, la verdad me sorprende que escribas sobre él, jaja te lo digo en serio. Por ahí me río de nervios.
    Beso grande, el finde me pongo al día con vos :)

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  2. excelente relato, que bueno que ya estes curado de espanto de esa gente.! abrazo

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  3. wonderwall: Emmmmhh... Mi nombre es GUILLERMO. No GUSTAVO. Jajaja...
    Bien, me gusta haberte movilizado nuevamente. Lo tomo como un cumplido.
    ¡Y gracias por el elogio sobre mis comentarios! Es muy lindo lo que escribís en tu blog, también.
    ¿Por qué te SORPRENDE que escriba sobre Eduardo L? ¿En qué sentido?
    Beso grande y gracias por pasar.

    Israel: Así es. Sigo frecuentando locos, pero no en tal grado. Locos lindos nomás.
    Abrazo y gracias por pasar.

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  4. faaa te la regalo si encima se piensa que sos el joven amante de liliana...

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  5. Lo mismo me decía yo. Pero por alguna razón, no lo pensó.
    En aquel entonces, yo era el joven amante de OTRA señora. Pero no de esa.

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