domingo, 13 de noviembre de 2011

GENTE EXTRAÑA: AUGUSTO Z (Parte 3)

   Augusto Z tenía la misma mirada penetrante que su hijo, la mirada que los libros de astrología atribuyen a Escorpio. Su hijo era de ese signo, pero él no: él era de Aries. Tendría que revisar su carta natal para ver dónde tenía el ascendente, o si tenía un Plutón fuerte.
  Ojos claros, magnéticos, enmarcados por pobladas cejas blancas. Ojos de mago de Tolkien.
   Y en la frente, un chichón, como cuerno en desarrollo —este sí atributo de Aries—. Se lo había hecho trabajando, con un golpe de martillo, hacía años, y parecía haber venido para quedarse.
  También, como su hijo, tenía mucho sentido del humor. También hicimos buenas migas en seguida. Mate de por medio, charlamos de cuestiones metafísicas. Le conté que en un tiempo yo había hecho yoga y que mi vieja había hecho un curso de control mental, y que también me había enseñado algunas técnicas. De relajación, de visualización creativa. Me contó en qué consistía el curso que él estaba haciendo: bioenergía asistida. Parecía ser un rejunte de muchas doctrinas y disciplinas: antroposofía, yoga, control mental, karma y reencarnación, radiestesia, curación por imposición de manos. Incluso, habían encajado en ese rompecabezas a la figura del Cristo, explicando sus milagros desde la bioenergética.
   ¿Por qué se llamaba bioenergía asistida?
   Porque no se le enseñaba al alumno a transmitir su propia energía, sino la energía del cosmos por medio de la asistencia de su «espíritu guía».
   ¿Qué es un espíritu guía?
  Una suerte de ángel de la guarda. Ellos mismos hacían un paralelismo entre ambas figuras.
   Esto del espíritu guía me costaba aceptarlo como posible. También lo de los bajos astrales.
   Los bajos astrales o espíritus del bajo astral eran entidades maléficas que se te podían incorporar, es decir «pegarse» a tu cuerpo, y provocarte malestares físicos o psicológicos.
   Estos espíritus eran humanos desencarnados. La gente de (nombre del centro de estudios metafísicos) decía que los asesinos y suicidas no reencarnaban de inmediato. Antes permanecían un tiempo en el bajo astral, un plano de baja vibración o densidad. Algo así como otra dimensión, pero desde la cual podían influir sobre las personas de este plano. A veces lo hacían espontáneamente, se incorporaban a la gente con el objeto de volver a experimentar sensaciones del mundo físico. Pero también podían ser adiestrados y dirigidos a uno por alguien que supiera hacerlo. Así es como funcionaba la magia negra.
   Augusto Z estaba convencido de que las cosas le habían ido tan mal en la vida porque su cuñada había contratado a un brujo que hacía años les enviaba bajos astrales —o «bichos», como también solía llamarlos— a él y a su familia.
   La gente de (nombre del centro de estudios metafísicos) enseñaba un método para detectarlos —mediante el uso de un péndulo— y para erradicarlos —mediante la visualización de un torbellino de luz—.
   La mayor cantidad de invasiones, según decía Augusto Z, se daba los fines de semana, porque el brujo de su cuñada tenía mayor disponibilidad horaria para adiestrar y enviar a los «bichos». No todo el mundo puede ganarse el pan de cada día amaestrando fantasmas; evidentemente, el pobre hombre se veía obligado a desempeñar algún otro oficio.
   Y Augusto Z tenía que pasar sus ratos libres yendo de aquí para allá, con el péndulo en la mano, revisando cada rincón de la casa y cada fragmento de cuerpo de su familia, déle visualizar torbellinos.
   Todos los lunes yo le preguntaba:
   —¿Cómo andás, Augusto?
  Él, después de unos segundos de silencio, con expresión de agobio y perplejidad, me tiraba la cantidad de invasores del último ataque.
   —Este fin de semana, noventa y siete…
   Y cada lunes, la cifra aumentaba.
   —Este fin de semana, ciento cuarenta y dos…
   Cada vez más agobio y perplejidad.
   —Este fin de semana, doscientos ochenta y cinco…
   Llegó un punto en el que a Augusto Z comenzó a costarle creer que el brujo de su cuñada pudiese estar enviándole tamaña cantidad de entidades.
   —¡¿No corta ni para cagar, este hijo de puta?! —se preguntaba.
   Y decidió consultarlo con su espíritu guía utilizando su péndulo.
  Todos los bajos astrales no venían de la misma fuente, respondió el espíritu guía. De a poco, se habían ido sumando invasores de otro origen.
   ¿Quién los enviaba?
   Otro brujo, contratado por una ex novia de Juan Z despechada por el abandono.
    No pensaban darle un respiro.
    Ni para cagar.

6 comentarios:

  1. Me pregunto de qué habrá laburado el brujo de la cuñada de lunes a sábado... Me lo imagino cobrador en un peaje, pero mis fuentes son de otro plano de realidad, no sé si tan confiables.

    Excelente historia Guillermo. Sigue o hasta ahí nomás?

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  2. Ahbuenoo, qué crédulo Augusto Z... (Mientras leía la entrada no podía parar de pensar que yo sé hacer algo con una especie de péndulo y tiene increíbles resultados pese a que me lo enseñaron en una hora libre en mi época escolar.Me doy miedo)Saludos, Guille !

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  3. Esto de los fantasmas me está re interesando.

    Me da penita Agusto Z que no puede combatir a los bichos astrales esos.. decime que cambia su suerte hacia el final!!

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  4. jajaja muy buena el "¿No corta ni para cagar este hijo de puta?????"

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  5. Mateo: Al brujo de la cuñada me lo imagino de personal de seguridad de algún comercio. Pero también podría ser cobrador en un peaje. Espero que le haya ido bien en el negocio de la brujería y se esté dedicando a lo que realmente era su vocación.
    Trescientos bichos por fin de semana. Otra que Messi goleando.
    Gracias por el elogio, Mateo. La historia sigue hasta que diga Capítulo Final. Creo que la liquido en tres entradas más.
    Abrazo y gracias por pasar.

    Lunática: ¡Quiero que me cuentes lo del péndulo!
    ¡No tires la mano y escondas la piedra!
    Abrazo.

    Ariadna: Vas a tener que leerlo vos misma.
    Creo que termina en quince días.
    Cuidado con los fantasmas, Ariadna.
    Abrazo.

    El pato Bonavides: Me alegro de que te haya gustado.
    Abrazo y gracias por pasar.

    Boris: Yo no bebo.
    Tú bebes, seguramente.

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