martes, 6 de marzo de 2012

EL UMBRAL DE LA LOCURA

Pablo A era amigo de Juan Z. Creo que se habían conocido en la secundaria nocturna. Pablo A era un sujeto extraño, con problemas psicológicos, diagnosticado como psicótico. Había tenido antecedentes, pero los brotes importantes los empezó a tener a partir de la muerte de su abuelo. Afirmaba que su espíritu se le aparecía y se comunicaba con él. Alguien que conozco diría que seguramente esto era verdad. Y que Pablo no veía a su abuelo muerto porque estaba loco, sino al revés: que Pablo estaba loco porque veía a su abuelo muerto. Yo digo ¿quién sabe?… No tengo manera de probar eso ni lo contrario.

Sea como sea, Pablo era —y seguramente sigue siendo— un sujeto extraño. Tanto su aspecto como su comportamiento lo eran. No hay persona a quien le haya mostrado mi álbum de fotos que no se haya detenido en él diciendo: «¿Y este? Qué cara…».

Lo primero que impacta es el modo en que mira a la cámara. Uno ve esos ojos y escucha un viento huracanado detrás.

El segundo impacto lo produce el tamaño de la cabeza, lo largo de la cara, la quijada saliente. Tiene algo de Lovecraft, mezclado con César Banana Pueyrredón, mezclado con Bukowski. Y el pelo de Beethoven.

Con él y con Juan solíamos grabar unos simulacros de programas radiales en joda, algunos de los cuales aún conservo. Pablo tenía un sentido del humor infantil y reiterativo. Podía tararse repitiendo variantes del mismo chiste absurdo o escatológico durante horas. Pero si estaba con alguien que lo guiaba y le ponía límites, era capaz de hacer chistes muy graciosos.

También hacía música, por llamarla de algún modo. Autodidacta, componía sus propios temas. Los padres le habían regalado un sintetizador y se había fascinado con el sonido de órgano de iglesia. Le encantaban los cantos gregorianos y otras cosas por el estilo. Siempre que pienso en él, me lo imagino vestido como el Fantasma de la Ópera, tocando esas melodías desafinadas, tenebrosas y reiterativas en su sintetizador.

A veces le pedía a Juan que lo acompañara con el bajo y pasaban la tarde tocando y grabando esas sesiones. Juan se divertía y le gustaba darle una mano a su amigo, incentivándolo a que hiciera algo creativo. Algunos días se quedaban tocando hasta el anochecer, como en la ocasión que quiero relatar.

Se habían juntado en lo de Juan. Pablo había compuesto algunos temas nuevos, que sonaban iguales a todos los anteriores. A todos les ponía la base de batería electrónica del sintetizador, que sonaba a lata y que, combinada con el sonido de órgano de iglesia, daba como resultado un efecto muy extravagante. Cuando cantaba, lo hacía en un inglés inventado —salvo en un tema que se llamaba Cállate, hijo de perra, en el que repetía cállate hijo de perra, ya no me hables, ya no me escuches, eres un hijo de perra, y así, alternando— e invariablemente había un segmento reservado a uno de sus solos de órgano desbocado, en los que daba rienda suelta a toda su deformidad.

A pedido de Pablo, siempre tocaban con la luz apagada. El sol iba menguando hasta que, finalmente, la habitación solo quedaba iluminada por las luces de la pecera de Juan. Esa tarde, Pablo no hacía chistes. Lúgubre, tocaba con solemnidad. Cuando cayó el sol, le pidió a Juan que dejara el bajo. Le contó que ese día era el aniversario de la muerte de su abuelo y que había compuesto un réquiem en su honor. La sinfonía duró más de una hora. Los sonidos discordantes del órgano sin un esquema aparente. Pablo tocaba con los ojos cerrados. Los dedos crispados, sacudiendo la melena. Juan, que era muy respetuoso del duelo ajeno, no se animaba a interrumpirlo. Se tragó el concierto entero.

Cuando Pablo terminó, se trasladaron al comedor y cenaron en silencio. Ese fin de semana Augusto y Emilia se habían ido a la costa.

Después de la cena, tomaron unos mates. Pablo, como en tantas otras ocasiones, se puso a hablar de su abuelo. Del espíritu de su abuelo. De sus últimas apariciones. De las cosas que le contaba, que le aconsejaba, que le reclamaba. A Juan le duraba el efecto del réquiem a la luz de la pecera. No había sido buena idea invitar a Pablo esa noche.

Algo interrumpió el soliloquio de Pablo. Algo fuera de contexto, inexplicable. Bebés gritando. En el patio, en el techo. Multitudes.
   
El espanto cortó la respiración de Juan los segundos que tardó en darse cuenta de que los bebés eran gatos. Unos segundos en los que estuvo a punto de volverse loco.

12 comentarios:

  1. te acordas hace poco en mi casa, q hablabamos de la abuela, que mi lampara de escritorio de la nada se apago, y que no encendia, q creiamos q se habia quemado la lamparita?bueno al dia siguiente, atine como de constumbre encender la lampara, y que paso? encendio como si nada...nadie toco nada....yo dije cada vez q hablod e la abuela siempre pasa algo, en la otra casa con mi viejo q se apagaba y encendia la luz, o se movia el picaporte como si nada, se mueven las puertas, y esta deja de funcionar el velador y despues funciona como si nada...nada me hizo acordar a esto!saludos!

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  2. no conocés a alguien que conocés porque estás enredado, estás enredado porque conocés a alguien que conocés

    (y así se puede hacer todo el tiempo con casi todas las frases... uh, ¡este jueguito es adictivo!)

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  3. uh, tremendo, se corta la respiración en el ultimo párrafo. Inquietante.


    Besos

    Rami

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  4. no hay nada registrado de esa musica estoy seguro de que supertramp le hubiera gustado escuchar eso!!!!!!!!!!pregunto en serio no hay nada de esa musica?? abuelo llevate la dentadura al mas alla que hay olor a saliva

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  5. Estoy...a ver, sin palabras? entre a tu blog ahora con el proposito de responderte jocosamente a tu ultimo comentario en el mio, y quede con el orto cerrado al leer esto. Eso es todo lo que puedo decir, por lo menos publicamente, aqui como al pasar en este comentario. A medida que lo fui leyendo me fui quedando cada vez mas callada (interioremente) y finalemente muda al re leer el titulo. Quizás algún día te explique porque. Por ahora sin palabras.

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  6. Excelente el relato...
    Y, muchas veces hay cosas que no se explican más que con la palabra "locura", pero que cuando te pasan, te pasan...
    Cómo explicás algo que no tiene una explicación lógica?

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  7. ¿Mmmm... no para dibujarlo a Pablo? Dale, hacé dibujo. Me intriga mucho esa cara en que se detienen todos al ver las fotos.

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  8. Gatos forros, si me habrán asustado de pendejo.

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  9. los gatos cuando hacen esos ruidos me asustan siempre!
    mi vecina tiene gatos...así que de vez en cuando se cruzan a mi patio.

    por otra parte, creo que, siempre estamos al borde la locura...siempre.
    como que la chaveta se puede cortar y...

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  10. ¡Ay! "Lo primero que impacta es el modo en que mira a la cámara. Uno ve esos ojos y escucha un viento huracanado detrás"
    (¿Dentro de tanta locura,vos cómo estás!? Si recuerdo una imagen ...vos también estás al horno jajajj "Loca ella y loco yo... ¡Locos! ¡Locos! ¡Locos! Piantaaoo piantaaoo" eh... )

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  11. Losty: Qué vieja chota...
    ¡Abrazo y gracias por pasar, nena!

    Café: ¿Enredado? ¿En qué sentido enredado?
    En «Una merienda de locos», de Alicia en el País de las Maravillas, de Carroll, hay una muestra de ese jueguito. Tal vez conozcas el fragmento:
    El Sombrerero (...) dijo:
    —¿En qué se parece un cuervo a un escritorio?
    «¡Vaya, parece que nos vamos a divertir!», pensó Alicia. «Me encanta que hayan empezado a jugar a las adivinanzas.» Y añadió en voz alta:
    —Creo que sé la solución.
    —¿Quieres decir que crees que puedes encontrar la solución? —preguntó la Liebre de Marzo.
    —Exactamente —contestó Alicia.
    —Entonces debes decir lo que piensas —siguió la Liebre de Marzo.
    —Ya lo hago —se apresuró a replicar Alicia—. O al menos... al menos pienso lo que digo... Viene a ser lo mismo, ¿no?
    —¿Lo mismo? ¡De ninguna manera! —dijo el Sombrerero—. ¡En tal caso, sería lo mismo decir «veo lo que como» que «como lo que veo»!
    —¡Y sería lo mismo decir —añadió la Liebre de Marzo— «me gusta lo que tengo» que «tengo lo que me gusta»!
    —¡Y sería lo mismo decir —añadió el Lirón, que parecía hablar en medio de sus sueños— «respiro cuando duermo» que «duermo cuando respiro»!
    —Es lo mismo en tu caso —dijo el Sombrerero.

    Ramita: ¡Me alegro de haberte cortado la respiración!
    ¡Abrazo y gracias por pasar!

    José Gabriel: Sí, tengo copia de una de esas grabaciones. Un día te la muestro.
    ¡Abrazo y gracias por pasar!

    Paris_In_Flames: ¡No, no, no! ¡No me dejes con la intriga: ahora quiero saber!

    Dana Eva: ¡Gracias!
    Lo que no tiene una explicación lógica, lo vivencias, y se acabó.
    ¡Abrazo y gracias por pasar!

    Diana Bz: Ok, algún día lo dibujaré. ¡Pero también te puedo mostrar una foto!
    ¡Abrazo y gracias por pasar!

    Hugo: ¡Eeeeeeh, looooocooo! ¡Este blog es amigo de los gatos, looooocooo! ¡Rescataaaaateee, looooocooo!
    ¡Abrazo y gracias por pasar, looooocooo!

    Karina: ¿Creés que siempre estamos al borde de la locura? Después contame más sobre eso, si tenés ganas.
    Abrazo y gracias por pasar.

    Lunática: Te cuento. Te leí y primero pensé: «¿De qué carajo me habla esta piba?»
    ¡Después recordé!
    Y pregunto, ¿me estás llamando loco? La imagen de la que hablás no te da derecho a eso. En todo caso, te da derecho a llamarme loca. O lunática, como vos.
    Corriendo por Avenida Corrientes, con una calabaza de sombrero y una banderita de taxi libre ensartada en el orto.
    ¡Loco! ¡Loco! ¡Loco! ¡Vení, volá, vení! ¡Volá conmigo ya!
    ¡Trai-lai-la-larará!
    ¡Abrazo y gracias por pasar!

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