domingo, 26 de agosto de 2012

NO AMOR

Volvemos a mi pene, uno de los protagonistas de este blog. Oh, si ese pedazo de carne, ese amasijo de venas, hablara… De momento, al menos, mientras no ocurra un milagro, he de escribir yo por él.

Una vez que conocí en persona a una de las seguidoras de Carne con Alambre, me contó que el día anterior había hablado con otra.

—¿Qué hacés mañana?

—Voy a capital. Me encuentro con Guillermo.

—¿Qué Guillermo?

—Altayrac.

—¿El del blog del pene?

—El mismo.

Pero estoy divagando —decir algo así como que comencé con el tronco y me fui por las ramas sería algo demasiado burdo. No seré yo quién lo haga—. Volvemos a mi pene, digo. Y a Graciela M. Y a cada uno de ellos en relación al otro. Esto de hablar sobre mi pene como si fuera una persona me recuerda una anécdota. Mariano M, un antiguo compañero de trabajo de quien alguna vez hablaré más, contaba que su mujer se quejaba del sexo que tenían. Ella decía que sus relaciones consistían en ellos dos, en la cama, haciendo todo para satisfacer a un tercero: el pene.

Oh, pequeño dictador…

Otra vez me fui por las ramas —no, no haré ese chiste. No seré yo quién lo haga—. Mi pene. Graciela. Esos dos elementos, cada uno en relación al otro. Eso es todo lo que en este momento nos compete —y si no he hecho aquel chiste, mucho menos haré este—.

Durante la estadía de Graciela en Ushuaia, tuve la consulta con el segundo urólogo. Este coincidió con el primero en que había que operar, y me derivó al cirujano para que me examinara y concertara conmigo la fecha de la intervención. A esa primera entrevista con el cirujano, me acompañó Graciela —una de las principales interesadas en que todo saliera bien—.

Habíamos quedado en que a la salida nos tomaríamos un café con un tostado. Camino a Plaza Miserere —la entrevista había sido en el Dupuytren—, Graciela me preguntó si tenía mucha hambre.

—No —respondí—. Más o menos.

—Entonces, vení —dijo ella.

Me tomó de la mano, frenó en seco y, por arte de magia, hizo aparecer un telo. Esa fue mi impresión. Evidentemente, cuando veníamos en sentido contrario, camino al Dupuytren, ella lo había registrado. Yo, inocente cervatillo, no había reparado en él.

—Pero no puedo… —le dije.

—No importa —dijo—. Podemos hacer otras cosas.

Ya dentro, soltó mi mano. Pidió una habitación. Pagó ella. Primera vez que yo pisaba un telo. No era muy diferente a como me lo figuraba.

Escalera. Puerta. Adentro. Imaginen toda esta secuencia filmada como el video de Smack my bitch up, de The Prodigy. Yo no había consumido nada —yo no me drogo, señora. Una sola vez tuve un viaje en ácido—, pero eso grafica bastante bien el vértigo que sentía en ese momento.

Luces tenues. De pie junto a la cama. Graciela me abraza, me besa. Me quita el buzo, la remera. Acaricia mi cuerpo. Besos. Más besos. La boca, el cuello, el pecho. Desnuda su torso. Aprieta su cuerpo contra el mío. Tantea mi cinturón. Lo desprende. Sujeta con fuerza mi erección. Se sienta. Me chupa. No sabe cómo. Me hace doler un poco. Me quejo. Sube de nuevo. Más besos. Termina de desvestirse. Me abraza fuerte. Sin soltarme, se deja caer de espaldas en la cama. Me arrastra. Estoy sobre ella. Acaricia mi espalda. Me rodea con las piernas. Beso su cuello.

—Te amo —dice.

Dejo de respirar. Acaricio. Sigo besando.

—Te amo —repite.

Me quedo quieto. La cara pegada a su cuello. Ella también se detiene. Siento su cuerpo latir bajo el mío.

—Decime algo…

Tengo la lengua pegada al paladar.

—¿Qué sentís por mí?

Sigo sin ver su rostro. El aire entra de golpe en mis pulmones. Pero mi voz se oye débil.

—Cariño. Atracción física. Pero no amor.

Silencio. Después de unos segundos, pequeños temblores recorren su cuerpo. El llanto se oye después.

Me separo de ella. Se tapa la cara con un brazo. Me da la espalda. Poso mi mano en su hombro. Pasan los minutos. Parecen horas. Tengo un nudo en el estómago, la quijada tensa. De a poco, su cuerpo cesa de temblar.

—Mirá —dice. Señala hacia arriba, nuestros cuerpos desnudos en el espejo del techo—. Cualquiera que viera esa imagen pensaría que es otra cosa.

No contesto.

Suena el teléfono, terminó el turno. El aparato está del lado de Graciela. Ella no atiende. El sonido estridente me taladra el cerebro.

Ella putea. Toma el tubo.

—¡Ya va! —ladra—. ¡Pago lo que haya que pagar!

Cuelga de un golpe.

Nos vestimos. Se queda sentada en la cama. Yo estoy de pie, con ganas de salir corriendo.

—Por favor —me dice—, vení a casa esta noche…

—No… —digo, sorprendido.

Lloriquea.

—Por favor… Me siento mal…

—Yo también me siento mal. Necesito estar solo.

—Tengo miedo de estar sola esta noche…

Miro el piso. Me quedo en silencio.

—Es un favor que te estoy pidiendo… Es lo único que te pido…

—Bueno… —digo, sin levantar la vista.





Por la mañana, me dio un collar hippie que había comprado en Ushuaia.

—Era un regalito que iba a hacerte, una sorpresa… Quiero dártelo igual… Para que te acuerdes de mí…

El collar me parecía bastante feo. Asentí sin decir palabra.

—Dejame que te lo ponga.

La dejé hacer. Me abrazó, llorando.

Apenas llegué al laburo, Noemí me preguntó, riendo:

—¿Qué es esa cosa espantosa que te colgaste?

Guardé el collar en un cajón. Ahí se quedó hasta que la empresa se fundió, a fines del 2001.

11 comentarios:

  1. "¿el del blog del pene?" jajajaja! Eso sólo merece un post.
    ¿Cómo te va, Guillermo querido, que hace mil años que no nos vemos, eh?
    Besos y abrazos.

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  2. Eso de que relacionen tanto con un blog no es bueno nunca.

    ¿Existe ese collar todavía?

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  3. ¿El de la fotografía que ilustra la entrada es el algergue transitorio en cuestión?... ¿o estoy pidiendo demasiada puntillosidad?

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  4. que melodramatica con el collar hippie y se quedo para siempre en el cajon?

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  5. Hoy no voy a intentar ser gracioso con el comentario.
    Excelente relato.

    Abrazo!

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  6. Es gracioso, cuando te conocí, una de las frases que surgieron de la conversación fue "sé un montón sobre tu pene, y nada sobre vos"...
    Una vez me pasó algo parecido, ya te lo voy a contar... qué feo que la gente hable cosas de amor cuando se tiene simplemente sexo... no?
    Te mando un beso cordobés. (se estiran al final)

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  7. Definitivamente tenés que leer Madame Bovary... Excelente, jamás me animaria a publicar mis historias con espejos de techo, por eso te aplaudo.-

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  8. Releyendo esta publicación, sobre la que coincido con Mateo y también lo aplaudo, quiero agregar que es usted un vil descarado: le hizo pagar el turno, se hizo desvirgar y encima, pasados los años, se queja, en 5 secas palabras, por la calidad de la fellatio (Me chupa. No sabe como).

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  9. si te cabe prodigy calate esto

    http://www.youtube.com/watch?v=uqcTVVUFnKQ

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  10. Gabriela: ¡Es que yo no soy nada más que un pene bonito!
    Besos y abrazos y besos.

    Hugo: El collar quedó en ese cajón, por los siglos de los siglos. Hoy día, la empresa ya no existe. Ignoro cuál fue el destino de ese collar. Tal vez se lo haya quedado Gollum.

    Señor Potoca: Estás pidiendo demasiada puntillosidad: no es el albergue en cuestión. Pero suspendamos la incredulidad y hagamos de cuenta que sí.

    José Gabriel: Sí, el collar hippie quedó en ese cajón por el resto de la eternidad.

    Dany: ¡Gracias!
    ¡Abrazo y gracias por pasar!
    Siempre es un gusto leerte.

    Dana Eva: ¡Soy más que un pene bonito! ¡Mucho más que un pene bonito!
    Te mando un besotote.

    Mateo: Ya lo leeré, sí sí.
    Y usted publique esas historias, no sea pacato.
    Gracias por los elogios.
    Abrazo grande.
    Siempre es un gusto leerte.

    Señor Potoca II: Nonono: ella me arrastró al hotel y me forzó. ¡Abusó de mí!
    Y hay que saber chupar una pija con fimosis. No cualquiera.

    Boris: Muy interesante el link.
    ¡Un gusto verte de nuevo por aquí!

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  11. Casualmente el proximo disco de estos flacos se iba a llamar No Love. Ahora lo cambiaron a NO LOVE DEEP WEB, pero la idea sigue estando.
    Un gusto leer, suerte che.

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