La mujer apoyó el libro en el mostrador.
¿Qué libro era? ¿Uno de arte? ¿Uno de filosofía?
No lo recuerdo. No le presté atención, estaba haciendo varias cosas a la vez.
Le cobré.
—¿Me lo envolvés para regalo? —pidió.
—Cómo no —dije.
Hice el paquete. Cuando estaba a punto de ponerle el moño, me detuvo.
—Sin moño, por favor —dijo—. Si no, mi hijo me lo tira por la cabeza. Es minimalista.
Quedé inmóvil, con el moño en la mano, pegado a los dedos. Levanté la vista, la miré a los ojos. Su expresión era grave. Parpadeé. Volví a mirar el moño. Lo pegué en el mostrador.
Pobre mujer…, pensé.
La imaginé golpeando la puerta del cuarto de su hijo.
—Andrés…
Contra el pecho sujeta un paquete a lunares, con un moño enorme, dorado. Su hijo no contesta. Ella prepara el puño para golpear nuevamente, pero a último momento titubea. Da un solo golpe, casi inaudible.
—Andresito…
Espera. Aguza el oído. Tal vez su hijo duerme, o salió sin avisarle. Da media vuelta y se dispone a retirarse. La voz de su hijo la frena en seco.
—¡¿Qué querés?!
—Andresito… —dice ella, volteándose de nuevo—. Tengo algo para vos…
Le habla a la puerta cerrada como si en ella viera el rostro de su hijo.
Otra vez el silencio. Sus facciones se contraen del dolor. Nunca sabe cómo actuar con su hijo. ¿Cuándo se convirtió su niño en este extraño?
—¡Pasá! —dice su hijo, finalmente.
Ella oculta el paquete tras de sí y abre la puerta.
El lugar parece más grande de lo que es por lo vacío que se encuentra. Es más despojado que mi departamento, incluso. No hay cuadros ni ningún elemento decorativo. No hay ventanas, Andrés las hizo tapiar para que nada interrumpiera el blanco impoluto de las paredes. El trabajo fue hecho tan concienzudamente, bajo supervisión estricta de él mismo, que es imposible adivinar dónde estaban ubicadas las aberturas. El piso, de porcelanato, también es blanco. El único mobiliario, si puede ser llamado así, es un cubo de madera laqueada, negro, colocado en el centro exacto de la habitación.
Sentado sobre él está Andrés —enorme: un metro noventa, ciento veinte kilos—, con otro cubo entre las manos, pequeño. Es similar a un Rubik, pero blanco y negro. Pasa gran parte del día encerrado, dándole vueltas a este artefacto. No trabaja, no estudia. Está cerca de cumplir los cuarenta años y sigue siendo mantenido por su madre. Su padre los abandonó cuando él era un niño pequeño.
La mujer entra a la habitación y se para frente a su hijo. Sonríe, aún con las manos detrás de la espalda.
Andrés no interrumpe lo que está haciendo.
La sonrisa de la mujer se va desdibujando.
—Hijo… —dice—. Te traje un regalo…
Sin dejar de manipular el rompecabezas, Andrés levanta la vista fugazmente y de nuevo se enfrasca en lo suyo.
—¿No querés ver lo que es? —dice la mujer después de un rato.
Andrés resopla. Deja caer los brazos pesadamente a los costados del cuerpo.
—Bueno, dale… —dice.
La mujer vuelve a sonreír, como si no percibiera en el rostro de su hijo la mueca de desdén, con algo de asco. Le tiende el paquete.
Andrés no lo toma. Sólo lo mira con una expresión de desagrado profundo. El Rubik bicromático resbala de su mano y rebota contra el piso. El recinto devuelve el eco del repiqueteo.
—¿Qué pasa, hijo?… —pregunta la mujer—. Es un libro… De un autor que te gusta… Abrilo…
Andrés le arranca el paquete de las manos. Lo sostiene ante sí, sin quitarle la vista de encima. Sus dedos aprietan cada vez más fuerte, hasta volverse blancos. Tiembla. Es un volcán por entrar en erupción. Estalla en un rugido.
—¡Tiene moño!
—¡Claro, hijo! —dice la mujer con voz lastimera—. ¡Es un regalo!…
—¡¿Cuántas veces te tengo que repetir que soy minimalista?! —grita Andrés, y clava en su madre los ojos fieros.
La mujer conoce ese gesto. Sabe que cuando su hijo la mira así, lo más conveniente es… correr.
Antes de alcanzar la puerta, recibe el impacto del paquete en la nuca. Un libro grande, pesado como un ladrillo. La caída de los gigantes, de Ken Follett, o alguno de la saga Canción de hielo y fuego.
Traumatismo de cráneo. Ocho días internada y un mes de reposo domiciliario.
Los moños no son minimalistas, ha aprendido la lección. Nunca la olvidará.
Ciertamente, el moño es too mainstream...
ResponderEliminar(?)
yo me quería hacer el minimalista en mi adolescencia y mi mama me mostro una linda y minimalista patada en el orto...desde ese día vivo del criterio abierto
ResponderEliminarLas cosas que puede disparar una frase, escuchada por azar! Te dije en otra oportunidad que admiro esa capacidad que tenés de inspirarte en la vida cotidiana y "redimensionarla" porque no se me ocurrió una palabra mejor. Y sos un escritor prolífico, que es fundamental para escribir cada vez mejor.
ResponderEliminarMe gusta el minimalismo visto "de lejos". porque para conseguir el efecto la casa tiene que ser grande, con menos cosas. La gracia está puesta en uno o dos detalles en medio de un ambiente casi vacío. Los ambientes recargados no me gustan, esos llenos de adornos, muebles y retratos. Pero los minimalistas resultan un poco fríos. Relaciono el minimalismo con un racionalismo excesivo, así que nunca me hubiera imaginado al personaje revoleando cosas! El personaje surge de la lectura literal de la frase y eso está bueno. Alguien que primero ve la envoltura y después el regalo o el gesto del regalo es minmalista? Me voy con esa pregunta.
Para evitarse problemas semejantes, mejor una vasectomia, o una ligación de trompas y listo.
ResponderEliminarSuerte
J.
Ese hijo está para regalarlo con moño y todo, aunque dudo que alguien lo reciba! Muy buen relato.
ResponderEliminarmuy interesante tu texto
ResponderEliminarUn Rubik bicromático debe ser fácil...
ResponderEliminarQué trastorno interesante, eh! Dame unas semanas más y nos juntamos a tomar algo y ponernos afónicos de tanto charlar (todavía me acuerdo que me pasó eso la vez que nos vimos).
ResponderEliminarQué bueno que te gusten mis dibujos! Hay que hacer lo que a uno lo mueve, siempre que se pueda.
Abrazo, Guillaume! Nos leemos!
Nachox: Totalmente de acuerdo. (?)
ResponderEliminarJosé Gabriel: Una sola patada, lisa y llana, bastó.
Lorena: ¡Gracias por el elogio! ¡Es uno de los más lindos que me han dicho!
Respecto al minimalismo, me pasa lo mismo que a vos: me resulta medio frío.
Me alegro mucho de que te haya gustado el texto y me gusta tu reflexión final.
Abrazo grande, Lorena, y gracias por pasar.
José A. García: Una vasectomía minimalista.
¡Saludos y gracias por pasar!
NoeliaA: Si el moño es lindo, tal vez sí.
¡Me alegro de que el relato te haya gustado!
¡Saludos y gracias por pasar!
RECOMENZAR: Gracias.
Alma vacía: Supongo.
Gabba Franzolini: ¡Dale! Yo también necesito unas semanas para acomodar algunos asuntos, así que hay coincidencia. Jajaja.
Sí, esa vez charlamos mucho.
¡Me gustan tus dibujos, sí! ¡Estás dibujando cada vez mejor!
¡Abrazo grande, Gabrielle, y gracias por pasar! ¡Siempre es un gusto leerte!
Brillante, estás afiladísimo, si fuera editor publicaría tus textos y nos divertiríamos leyendolos nosotros, sabiendo que tal vez, no se los vendamos a nadie, y el mundo se los pierde...
ResponderEliminarJajaja. Pero eso lo podemos hacer desde acá mismo.
EliminarMe alegro de que te haya gustado el texto.
Abrazo y gracias por pasar.
Bueno, efectivamente los libreros a un lado y otro del estuario parecen tener experiencias similares con los clientes, tal cual decías.
ResponderEliminar¡Muy bueno por cierto!
Un abrazo oriental y seguiré leyendo el resto, que veo es bastante. Salud
¡Abrazo occidental y gracias por pasar!
EliminarMe dieron ganas de darle una buena cachetada a ese "hijo". Esto significa que tu relato causó efecto! Muy bueno Guille :)
ResponderEliminarJajajaja. ¡Gracias, Melina! Me alegro de que te haya gustado el relato.
EliminarAbrazo y gracias por pasar.
Demasiado comprensible esa madre
ResponderEliminar¿Comprensible?
Eliminarjajaja qué genial, él me recordó un dibujo animado de veía de chica, donde el niño protagonista interpretaba todo de forma literal y se imaginaba historias rarísimas tratando de entender las frases de los adultos jaja
ResponderEliminar¡Eso que contás me suena mucho! Tal vez, yo también vi ese dibujo animado de chico.
Eliminar¡Gracias por pasar!
Caí de casualidad, me gustó tu relato.
ResponderEliminar¡Me alegro de que te haya gustado!
Eliminar¡Saludos y gracias por pasar!
A mi me pasa eso todos los días y la gente habla sin saber y escribe sin saber y no saben lo que es el amor a un hijo. Y que una madre hace todo y perdona todo. Y lamento que ustedes, evidentemente, no dieron ni recibieron ese amor.
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