—Hola. ¿Augusto?
—Hola, Guillermo. ¿Cómo estás?
—Bien…
—Vos siempre estás bien…
Me quedé. Me pareció que estaba bromeando, pero no entendía el sentido del chiste. Prosiguió.
—A esta altura nos conocemos de sobra. Vos a mí y yo a vos.
No bromeaba. El tono era grave. Yo seguía sin entender qué estaba sucediendo. No me dio tiempo a preguntar nada.
—Te lo digo en serio: no quiero que nos molestes más. Ni a mí ni a mi familia —dijo, y me cortó.
Seguí unos segundos con el tubo en la mano, sin terminar de caer.
Esa noche, lo fui a buscar a Juan a la salida de la escuela nocturna en la que él estudiaba. Me dio vuelta la cara. Me quedé parado viendo cómo se tomaba el colectivo sin haberme dirigido una palabra. Aguzando el oído, casi llegaba a escuchar la musiquita de La dimensión desconocida.
Llamé un par de veces más. Atendió Augusto. Corté.
Até cabos y saqué la conclusión de que este tipo creía que era yo el que se metía en su casa utilizando técnicas de control mental, para succionarles energía a él y a su familia. La idea me parecía totalmente descabellada, pero otra cosa no se me ocurría. Y recordaba lo raro que Augusto se había comportado la última vez que nos habíamos visto.
Le conté mi teoría a un amigo, Mariano M.
Me miró extrañadísimo.
—Boludo, ¿no pensará que te drogás y que sos una mala influencia para el hijo?
Consideré la idea.
—No creo…
—O que sos puto y te lo querés levantar…
—Que en vez de chuparle la energía a la familia, le chupo la pija al hijo. Te entiendo, lo tuyo parece más creíble; pero me parece que es lo que digo yo.
No sólo dejó de hablarme la familia, sino también la gente que yo había conocido a través de ellos. Así: de un día para el otro. Todo un círculo de personas.
¿Por qué no fui a tocarles el timbre para pedirles explicaciones?
Timidez. Supongo.
Tampoco me parece que sea muy prudente tocarle el timbre a un tipo que cree que sos un vampiro energético y tiene una pistola en la guantera.
Les mandé una carta a modo de despedida. Una carta medio lastimera, como era mi estilo en esa época. Obviamente, no recibí respuesta.
Pasó el tiempo. ¿Cuánto? Meses, un año. Un día sonó el portero eléctrico en casa y atendió mi hermana. Puso cara de extrañeza.
—Es Juan —me dijo.
—¿Juan?
Bajé a recibirlo. Me saludó como si no hubiese sucedido nada. Como si hubiésemos estado distanciados un tiempo, pero por motivos razonables. Nos contamos, superficialmente, qué había sido de nuestras vidas, a quién habíamos visto, a quién no. Nos burlamos de Germán P. Después me informó el objeto de su visita. —Te vengo a devolver los libros Elige tu propia aventura que le habías prestado a mi hermana. ¿Te acordás?
—No, no me acordaba. No hacía falta, boludo… Yo ya no los leo.
—Tomá, boludo, es lo que corresponde: son tuyos.
—Como quieras…
Comenzó a despedirse.
—Bueno, Guille, hablamos…
—Dale… Llamame vos, porque yo no sé si llamarte…
Se quedó unos segundos en silencio.
—A veces creo que me estoy volviendo loco… —Me tendió la mano. Se la estreché—. Te llamo.
Otra vez. ¿Por qué no le pregunté abiertamente?
Timidez. Miedo a confrontar.
Pero el tiempo pasó y me hice más duro.
Aunque parezca increíble, con él me pasó lo mismo que con Guillermo el exhibicionista: me lo volví a encontrar justo cuando comenzaba a escribir el borrador de esta historia. Este blog tiene la propiedad de resucitar muertos. Fue en el patio de comidas del Coto de Libertador, en Olivos. Lo reconocí al instante, estaba prácticamente igual. Tal vez un poco más parecido al padre que cuando éramos chicos. Mi primer impulso fue ir a encararlo. Estaba atravesando una etapa de cambios en mi vida, en la que le di cierre a un montón de cuestiones pendientes, y no pensaba desaprovechar esta oportunidad. Pero había una chica con él y no me pareció adecuado abordarlo en esas circunstancias.
Igualmente, después de hacer mi pedido, me instalé en una mesa desde la que podía observarlo con comodidad. Tomé mi té, me puse a leer. Cada tanto lo miraba. Después me enfrasqué en la lectura y dejé de prestarle atención. Hasta que se hizo la hora de seguir mi camino. Levanté la vista. La chica estaba sola. Probablemente, Juan había ido al baño. Y yo tenía ganas de mear. Bien, bien, bien, me dije, el destino así lo quiere.
No parecía sorprendido de encontrarme. Evidentemente, él también me había visto en el patio de comidas. Otra vez me saludó como si nada y nos pusimos al día con nuestras vidas. Habían pasado doce años desde la última vez que nos habíamos visto. Él había estado viviendo en Ecuador, enseñando computación a chicos de una escuela de frontera. Me pareció muy lindo que se hubiese dedicado a eso. Allá había conocido a su pareja, la chica que lo estaba esperando en la mesa, y los dos se habían venido a vivir a Buenos Aires hacía apenas unas semanas. Hablamos de cómo se estaban adaptando al ritmo de la ciudad, al cambio de clima. Le conté algunas cosas mías. Y la charla empezó a volverse intrascendente. Otra vez a quién viste, a quién no. Pero en esta ocasión no me iba a ir sin obtener lo que me proponía, o al menos intentarlo.
—¿Tu viejo sigue con el tema de los bajos astrales?
Ya estaba incómodo antes. Mi pregunta lo incomodó más aún. Se rió nervioso.
—No… ¿Te acordás?… No, ya no anda en eso… Mi vieja y mi hermana hacen reiki, pero de los bajos astrales ya no se habla más.
Había metido una cuña para abrir el camino. Ahora, al asalto directo.
—¿Tuvo algo que ver con el tema de los bajos astrales el que tu viejo me cortara el teléfono aquella vez y ustedes se distanciaran de mí como se distanciaron?
Creo que no se esperaba algo tan frontal. Seguía riéndose de nervios. Se movía mucho. Un pasito para un lado, un pasito para el otro. El bailecito, como le decía un director de teatro con el que trabajé, cuando en el escenario los actores se movían de más por inseguridad.
—¿Eh?… No… Nada que ver… No fue por eso… No me acuerdo… ¿Mi viejo te cortó?
—Sí.
Reproduje la conversación de aquella vez.
—¿Eso dijo?
—Sí. ¿Yo era muy pesado, Juan? ¿Iba demasiado a tu casa? ¿Molestaba?
—No… —Mencionó a un conocido—. Fulano sí, por ejemplo. En las vacaciones se instalaba en casa y no lo sacabas más. Hasta que un día le tuve que decir. Pero vos no… Nada que ver…
Listo. Descartada la hipótesis más razonable. Él podría haberla aprovechado de excusa. Pero no lo hizo.
—¿Y entonces?
—No me acuerdo…
Bien. El sujeto se niega a colaborar. Vamos a tener que golpear más fuerte.
—¿Y el día que caíste de la nada en casa para devolverme los Elige tu propia aventura que le había prestado a tu hermana? ¿Te acordás?
—Sí… Creo que sí…
—Ese día me dijiste que a veces creías que te estabas volviendo loco.
—¿Eso te dije?
—Sí, me dijiste eso.
Reproduje el diálogo. Tengo una caja negra en la cabeza.
Se rió.
—Sí… No sé… No me acuerdo… Tal vez lo dije por mi viejo… No sé…
O.K. ¿Más duro? Mirá que tengo un Plutón fuerte, Juan, y puedo ser más escorpiano que un escorpiano.
—¿Vos te acordás de que tu viejo se metió al río con el agua hasta el pecho y se puso el arma en la boca?
Se rió.
—¿Eh?
—Y decía que había sido manipulado por bajos astrales. Me lo contó a mí, pero creo que a vos te lo había contado también. ¿No?
—Sí… Creo que sí…
—Me parece que tu viejo se estaba sugestionando demasiado con el tema, y por una charla que tuvimos una vez, de vampirismo energético, llegué a la conclusión de que me cerró la puerta de su casa porque creía que yo les chupaba energía. Salvo que fuera porque era muy cargoso y los visitaba demasiado seguido.
—No sé, Guille… Te juro que no me acuerdo… Pasó mucha agua bajo el puente.
Diablos, vaya que eres un hueso duro de roer…
Era evidente que no iba a sacar nada en limpio. Le quité la lámpara de la cara y lo desaté de la silla.
—Bueno, ya no importa, Juan. Es como decís vos: ya pasó mucha agua bajo el puente. Solo que hubiese querido saber de qué se trataba. Pero da igual.
Volví a los temas intrascendentes. Le señalé que se había elegido un lugar muy ruidoso para merendar. Lleno de máquinas de videojuegos, el único lugar de la Tierra en el que siguen existiendo.
—Hay que volver a adaptarse a tanto ruido después de haber vivido allá, ¿no?
Esta vez no prometimos llamarnos.
Nos estrechamos la mano, nos palmeamos el hombro, nos deseamos suerte.
Que el agua nos lleve. Estamos en paz.