domingo, 28 de julio de 2013

MUCHA FUERZA Y POCOS SESOS

Jueces, capítulo 16.


Como hemos visto, el odio engendra más odio y quien se venga corre el riesgo de entrar en una cadena interminable de represalias.

Dejamos a Sansón con una quijada de asno en la mano y rodeado de mil cadáveres, cantando feliz de la vida como en una película de Disney, sin saber que sus días están contados.

Después de esto, los filisteos comenzaron tareas de inteligencia para averiguar cuál era el origen de la fuerza sobrehumana de Sansón y cómo neutralizarla. Y qué mejor táctica para develar el secreto de un hombre que preguntárselo a su mujer, siempre dispuesta a traicionarlo —mujer mala, fea, caca—.

Muerta la filistea, Sansón anduvo un poco de putas (1) y luego se enganchó con cierta mujer del Valle de Sorec, la cual se llamaba Dalila.

Los príncipes de los filisteos, pues, vinieron a ella y le ofrecieron guita a cambio de que les consiguiera la información que ellos buscaban. (2)

Por lo cual, Dalila dijo a Sansón, con mucho disimulo:

Ruégote me declares en qué consiste tu fuerza tan grande y de qué manera podrás ser amarrado, para poderte dominar.

Y Sansón le respondió:

Si me ataren con siete cuerdas de arco frescas, que aún no se hayan secado, seré débil y vendré a ser como cualquiera de los hombres.

Claro que esto era mentira: ustedes y yo sabemos cuál era la kryptonita de Sansón.

Cuestión que los príncipes de los filisteos le trajeron las siete cuerdas de arco frescas a Dalila y ella las usó para atar a Sansón mientras dormía. Y varios filisteos entraron en la habitación.

Entonces, ella dijo:

¡Sansón, los filisteos te acometen!

Y él rompió las cuerdas como se rompe un hilo de estopa cuando toca el fuego, y, aunque la Biblia no lo menciona, supongo que cagó a tortazos a los filisteos.

He aquí que me has mentido —dijo Dalila—. Ahora bien, ruégote me declares con qué podrás ser atado.

Y Sansón le mandó fruta otra vez.

Si me ataren fuertemente con sogas nuevas —dijo—, que nunca se hayan usado, seré débil y vendré a ser como cualquiera de los hombres.

Bueno, ya entendieron la mecánica de la historia, parecida a la de algunos cuentos infantiles, así que resumamos.

Esa noche pasó lo mismo que la anterior. Y, otra vez, Dalila reprochó a Sansón su mentira y le pidió la información. Y oootra vez Sansón le mintió. Y oootra vez los filisteos entraron a la habitación y la ligaron. Una historia bastante estúpida. Bastante estúpida ella que pregunta tan frontalmente, y bastante estúpido él que finalmente cede.

Y aconteció que como ella le acosaba con sus palabras todos los días y le apremiaba, por fin se impacientó su alma hasta desear morir. (3)

O.K., puedo imaginarme que la mina era insoportable:

—Dale, Sansón, decime… Por favor… ¡Qué malo que sos, eh! Y después me decís que me amás… ¡Si me amaras, me lo contarías! Dale… Porfi porfi porfi…

Así durante horas. Más o menos como Graciela pidiéndome que me dé vuelta mientras duermo. ¿Pero tengo que creer que él era tan boludo como para darle la información, siendo que por tres noches consecutivas los filisteos se habían emboscado en la habitación? ¿Tengo que interpretar que sabía que los filisteos lo matarían pero se entregaba a ellos porque tenía las pelotas llenas de que la mina le insistiera, por eso de «se impacientó su alma hasta desear morir»? Pero si así fuera, no se sorprendería cuando no logra escapar de sus ligaduras. Y así sucede:

Ella, entonces, le dijo —después de cortarle las trenzas y atarlo—: ¡Sansón, los filisteos te acometen! Y él, despertando de su sueño, dijo: Saldré como las demás veces, y sacudiré mis vínculos. Mas no sabía que Jehová se había apartado de él. (4)

Un boludo importante.

El resto de la historia es bien conocida: los filisteos lo capturan, le arrancan los ojos y lo usan de bufón en una fiesta, en una casa enorme. Sansón reza, recupera su fuerza, se apoya en unas columnas, las derriba y la casa se derrumba aplastando a todos los filisteos y a él mismo.

De modo que fueron más los que mató muriendo, que los que había muerto en su vida.

Lo que se dice un final feliz.


(1) Jueces 16:1
(2) Jueces 16:5
(3) Jueces 16:16
(4) Jueces 16:20

domingo, 14 de julio de 2013

EL HORROR

Cansado de las escenas de celos, los planteos enfermizos, las demandas continuas, decidí separarme de Graciela. Desde el inicio de esta etapa de la relación hasta esta ruptura —que no sería la definitiva— habían pasado poco más de tres meses, aunque, primero por la novedad y más tarde por el hastío, a mí me parecían años.

No recuerdo qué había ocurrido la noche anterior, pero fue la gota que rebalsó el vaso: una escena de celos con la hija, con la nieta, con alguien de una vida pasada… Esa mañana desperté aplastado. Había tomado la decisión en sueños, ahora me esperaba la tarea ardua de llevarla a la práctica.

Contrastando, Graciela amaneció mimosa. Le encantaban los matinales. A tal punto que más de una vez me desperté y ya estábamos garchando —corrientes psicológicas identifican el tener sexo con gente dormida con el abuso sexual y la necrofilia (*) —. En esta ocasión, todo su manoseo caía en saco roto: no hubiese logrado levantarme ni el Cristo.

Al ver que no reaccionaba, sus caricias fueron menguando.

—¿Es por lo de anoche? —preguntó finalmente.

Me quedé en silencio, ahí tirado, como en estado catatónico. Tampoco hacía falta que hablara: ella lo haría por los dos.

—Perdoname, soy una boluda… —dijo—. Vos sabés cómo soy…

—…

—Sé que no tengo derecho a ponerme celosa, pero a veces no lo puedo controlar.

—…

—Sé que las cosas fueron claras desde un principio, que no somos novios ni nada, pero yo te amo, ¿entendés?

—…

—Y sé que vos no. Y sé que esto que estoy viviendo no es más que un pequeño oasis en medio del desierto de angustia y soledad que es mi vida.

—…

—Sé que tarde o temprano te vas a ir, más temprano que tarde, seguramente con una mujer más joven que yo, que te sepa dar lo que yo no. Eso que vos tanto necesitás y que yo nunca supe qué es, porque yo te doy toda mi vida, me entrego en cuerpo y alma, pero se ve que eso no te alcanza.

—…

—Entonces me da miedo, ¿entendés? Miedo de que la dueña de tu corazón esté a la vuelta de la esquina. Y de que esta luz que encendiste en mi vida esté a punto de apagarse, sumiéndome en la oscuridad total.

Nos quedamos en silencio. Y en medio de ese silencio, de pronto, entendió. Se llevó una mano crispada al pecho y, con tono de mártir de telenovela, exclamó:

—Es ahora… Te estás yendo. Me estás dejando. No te animás a decírmelo.

Se volteó. Trató de captar mi mirada.

—Es así, ¿no? —preguntó.

No contesté. Me pareció que «es así, ¿no?» tenía las mismas letras que «asesino». Reacomodé las letras en mi cabeza para corroborarlo.

—¡¿Por qué?! ¡¿Conociste a alguien?!

—No.

—¡¿Entonces por qué?! ¡¿Por qué, por qué?!

Abrí la boca. Antes de emitir sonido, traté de elegir las palabras lo mejor posible.

—Siento que me pedís más de lo que te puedo dar —dije—. Siento que la diferencia entre lo que vos y yo sentimos, contrario a los que pensamos en un principio, sí tiene importancia, y es lo que genera situaciones como la de ayer.

—Soy una boluda. Perdoname. Te juro que no va a volver a pasar.

—Siento que esta relación nos hace mal a los dos, tanto a mí como a vos, porque situaciones como la de ayer nos hacen sufrir a ambos.

—Te pido que no hables por mí. Que me dejes decidir a mí lo que es mejor para mi vida.

—Hablo por mí, entonces.

Otra vez se llevó la mano al pecho, como si quisiera quitarse una estaca que yo acabara de clavarle.

—Te pido que lo pienses mejor —dijo—. Dame otra oportunidad. No quise hacerte sufrir. Perdoname. No va a volver a pasar.

—…

Entendió el significado de mi silencio y rompió en llanto. Tan a mares como las lágrimas, le salían las palabras. Habló de lo sola que estaba, de lo mal que se sentía, de lo dura que había sido su vida, de lo sombrío que era el futuro que le esperaba si yo me iba.

Así como salían de su boca, las palabras entraban en mi cuerpo. A través de cada poro. Anegando mi interior. Hasta quebrar aquello que contenía mi propio llanto, liberándolo. De pronto, todo era horrible. La vida de ella, la mía. Las de sus hijos, las de mis padres, las de mis hermanas. Ya no escuchaba su voz. En mi mente se proyectaban, como diapositivas, imágenes de lo feo que todos nosotros habíamos vivido, interminables. Y eran la revelación oscura de que así sería siempre, porque así era la vida.

Cuando mi llanto aflojaba, otra imagen venía a reavivarlo. Ella ya no lloraba. No hacía falta, yo lloraba por los dos. Y ella podía darse el gusto de consolarme. Como a un niño. Meciéndome entre sus brazos. Estrechándome contra su pecho. Asfixiándome.

Así estuve por largo rato. Veinte minutos, calculo. Aunque ella dijo que perdí la noción del tiempo y estuve llorando una hora.

Luego volví al estado catatónico del principio. El último lugar de la Tierra en el que quería estar era ese, pero no lograba juntar la fuerza necesaria para levantarme. Deseaba que ella y el departamento se desvanecieran. Quedarme solo, en medio de la nada. Su presencia, en cambio, era más sólida que nunca. Aún me sostenía entre sus brazos. Éramos La Piedad.




A las tres semanas de no recibir noticias mías, volvió a llamarme. Dijo que, reflexionando mucho en esos días, se había dado cuenta de que yo tenía razón: nuestra relación como amantes, siendo que sentíamos cosas distintas el uno por el otro, no era sana. Me proponía, entonces, que fuéramos amigos. Que nos juntáramos, cada tanto, a charlar, a tomar un café.

—¿Puede ser? —me preguntó.

Y volví a picar.

¿Por qué?

Por culpa.

Y porque, además de un cervatillo, en esa época de mi vida también era un pececillo.

O un pescadillo, como quieran.

Nos encontramos en el mismo café que la primera vez, aquella en que escapé de sus besos.

Apenas llegó, anunció que tenía dos sorpresas para mí.

—Mirá —dijo, y se bajó el escote mostrándome media teta en la que se había tatuado un dibujo mío.

Era el único dibujo que había logrado que le hiciera, después de insistirme horrores: un lagartijo hecho a desgano, lo mismo que dibujaba siempre que no tenía ganas pero alguien me rompía mucho las pelotas.

—¿Te gusta? —me preguntó.

«¡Hola! Mirá donde estoy…», me decía el lagartijo con una sonrisa.

—Sí… —respondí.

—Te llevo en mi piel —dijo.

Hice lo que pude por transformar en una sonrisa la mueca que surgió de mi boca.

Y esta es la otra —dijo con aire misterioso.

Ahora me va a mostrar la cajeta, pensé.

Puso un paquetito, envuelto en papel para regalo, sobre la mesa.

Levanté las cejas. La mueca de un rato antes no se decidía a abandonar mi cara.

Sonrió.

—¡¿Y?! —dijo—. ¡Abrilo! ¡¿No te da curiosidad?!

—Sí… —respondí.

Lo abrí. Era un objeto horrible. Una pequeña artesanía de cerámica. Sobre una base que simulaba pasto, un tronco semipodrido. Y apoyado contra este, un cráneo humano, sin el maxilar inferior, con algunos mechones de pelo aún pegados aquí y allá. De sus cuencas vacías salían cucarachas, gusanos y un ciempiés, que se metían en el tronco. O hacían el recorrido inverso, quién sabe. Todo esto, mal hecho. Feo, deforme, de proporciones erradas. Lo cual le daba un aspecto más siniestro todavía. El artista parecía haber sido un niño malparido, lleno de odio a la especie humana y a la vida en general.

Tal sentimiento desproporcionado, proveniente de una criatura de tan corta edad, no podía causar otra cosa que el espanto más visceral.

—¿Te gusta? —me preguntó.

No pude responder enseguida. Tragué saliva, carraspeé, parpadeé un par de veces.

—Sí…

—A mí no me gusta —dijo—, pero pensé que a vos sí. Porque tiene esa onda de los dibujos que hacés. Así, medio morbosito.

Levanté las cejas y asentí con la cabeza, sin quitar la vista de la escultura monstruosa, incrédulo aún de su fealdad.

Veinte minutos bastaron para ponernos al día con las cosas trascendentes que nos habían pasado desde la última vez que nos habíamos visto. Después torció la conversación hacia el asunto que realmente le interesaba. Esta vez no habló de viajes en colectivo. Nada de vuelo poético. Esta vez su lenguaje fue del tipo comercial: habló de satisfacer necesidades mutuas.

Cedí a la tentación y ahí nomás firmamos contrato.

Mi tercera experiencia en un hotel fue tan desagradable como la primera y la segunda. No hizo ningún esfuerzo por disimular lo poco que le importaba que yo disfrutara del encuentro. Yo era un gran consolador con el que se estaba masturbando. Y, frente a mi nariz, el lagartijo sonriente subía y bajaba, subía y bajaba…




Me ofreció ir a su casa. Le dije que otro día. Volví a la mía. En aquel entonces, yo vivía en Munro con Liliana N, la madre de Leonel M. No me la cogía, solo convivíamos compartiendo gastos. No es que me garchara a las madres de todos mis amigos. Lo juro.

Llegué a medianoche, pero Liliana aún estaba despierta. Al día siguiente yo entraba más tarde al laburo, así que nos quedamos charlando un rato. Ella estaba al tanto de lo mío con Graciela y de sus características psicopatológicas.

—¿Y? —me preguntó—. ¿Te encontraste, al final?

—Sí —respondí.

—¿Y qué tal?

—Bien. Charlamos un rato. Mirá la cosa horrible que me regaló.

La expresión de Liliana trocó en espanto e incredulidad.

—¡¿Qué es eso?! —preguntó.

—Una boludez. Una artesanía.

La tomó con aprensión, como presta a soltarla apenas se moviera.

Se rió.

—¡Es un horror! —exclamó—. ¡¿Por qué te regaló una cosa así?!

—Dice que se parece a mis dibujos.

—Esto es una macumba, boludo…

—Naaah… ¿Qué macumba?… Esto lo venden en los todo por dos pesos. Yo ya he visto.

—¿No me contaste que era umbandista?

—Sí, pero de joven. Le duró unos meses nomás.

—¿Te lo vas a quedar?

—No, lo voy a tirar a la mierda. ¿Para qué quiero una cosa así?

—Para mí que es un trabajo.

—¡Y dale con la macumba!

Se rió.

—¿Te molesta si lo saco afuera ahora mismo? —preguntó.

Me reí.

—Para nada.


(*) Esto han de leerlo con el tono rápido y monocorde que usan los locutores para dictar las salvedades a las promociones de negocios de electrodomésticos en las publicidades de radio.

Esto que acabo de escribir, también.

domingo, 30 de junio de 2013

PALABRA DE DIOS: SANSÓN

Jueces, capítulo 1 al 15.


Moisés, y más tarde Josué, habían tenido a los hebreos más o menos controlados. Luego de la muerte de Josué, medio que todo se va a la mierda. A lo largo del libro de los Jueces veremos distintos jueces, justamente, que lograrán encaminar al pueblo, alternando con períodos en los que el pueblo se descontrola y hace lo que es malo a los ojos de Dios. Esto es, básicamente, fornicar y adorar a otros dioses, ambas cosas a menudo relacionadas ya que las orgías formaban parte de los rituales de otros pueblos.

El texto nos quiere hacer creer que cada vez que al pueblo hebreo le iba mal era porque se había alejado de los estatutos de Jehová, y cada vez que le iba bien era porque los respetaba. (1) Este pensamiento mágico fue llevado al extremo por el rabino rumano Joel Teitelbaum, cuando en los años 50 declaró que el Holocausto había sido un castigo divino. Probablemente, haya visto a los alemanes en esos hombres fieros de rostro y de lengua extraña con que Jehová amenaza a los hebreos en Deuteronomio. (2) Afortunadamente, los dichos de Teitelbaum fueron repudiados por la mayoría de los judíos.

Hasta que aparece Sansón, el libro de los Jueces es casi tan aburrido como el de Josué, de modo que otra vez apretaré la tecla de avance rápido. Sólo destacaré algunas cositas que me gustan.

En el capítulo cuatro, mientras un tipo duerme, una mina lo clava al piso atravesándole las sienes con una estaca. Esto es bueno a los ojos de Dios porque el tipo es un cananeo. (3)

En el capítulo siete, un hombre sueña con una torta gigante que rueda por un campamento volcando las tiendas. (4)

En el capítulo once, Jefté jura a Jehová que si entrega a los amonitas en su mano, sacrificará en su honor lo primero que se cruce al volver a casa.

Jefté gana esa batalla.

De regreso a casa, lo primero que se cruza es a su hija. (5)

Finalmente, en el capítulo trece nace Sansón. (6)

Hijo de una mujer estéril a la que se le apareció un ángel —después de que se la empomara el marido, que se entienda: no fue como con Jesusito, aquí el ángel sólo ofició de fertilizador—, Sansón era una mezcla de Obelix y el Increíble Hulk: inocente, calentón y de fuerza sobrehumana.

Pasó el tiempo, Sansón creció y se enamoró de una filistea.

Tomádmela por mujer —pidió a sus padres.

—¿Tantas minas hay en nuestro pueblo y vos te querés meter con la hija de uno de esos incircuncisos? —dijeron ellos. (7)

Pero el deseo de Sansón procedía de Jehová, por cuanto buscaba ocasión contra los filisteos. Así que fue imposible quitarle a Sansón la idea de la cabeza.

Camino a pedir la mano de la filistea, un león salió rugiendo al encuentro de Sansón. Entonces le arrebató el Espíritu de Jehová, de modo que despedazó al león como hubiera despedazado a un cabrito, y nada tenía el su mano.

Y volviendo después de algún tiempo para tomar a la mujer como esposa, se apartó del camino para ver el cuerpo del león. Y he aquí una colmena de abejas dentro del cuerpo del león, y miel.

Y apoderándose de ella, siguió andando y comiendo hasta que alcanzó a su padre y a su madre, a quienes dio de ella; y ellos comieron.

Sansón, pues, se casó con la filistea, y para festejarlo organizó un banquete de siete días. Y en medio de ese banquete, propuso un enigma a treinta filisteos que lo rodeaban.

—Si me diereis la respuesta dentro de los siete días del banquete —les dijo—, entonces yo os daré treinta camisas. Mas si no pudiereis declarármelo, entonces vosotros me daréis a mí las treinta camisas.

A lo que ellos contestaron:

—Di tu enigma para que lo oigamos.

Del devorador salió comida —dijo Sansón—, y del fiero salió dulzura.

Y los filisteos no encontraron respuesta.

Así sucedió que al séptimo día dijeron a la mujer de Sansón:

Engaña a tu marido para que nos declare el enigma. De otra manera, te quemaremos a ti y a la casa de tu padre a fuego. ¿Para robarnos nos habéis convidado?

Tanto acosó la mujer a Sansón —y no por la amenaza: ya venía haciéndolo desde el comienzo del asunto del acertijo, sólo por curiosidad— que finalmente logró que él le diera la respuesta, y la transmitió a los filisteos.

Y antes de que se pusiera el sol del séptimo día, ellos dijeron a Sansón:

¿Qué cosa más dulce que la miel? ¿Ni quién más fiero que el león?

Sansón cazó al vuelo lo que había sucedido.

Si no hubierais arado con mi novilla, no habríais descubierto mi enigma —les dijo. Y preso de furia, bajó a la ciudad vecina de Ascalón, mató a treinta tipos, despojó los cadáveres y con sus camisas pagó la apuesta. (8)

Luego de esto, se fue a lo de sus padres.

Ahí se quedó por un tiempo, hasta la época de la siega del trigo. Entonces, un día volvió a lo de la filistea, con un cabrito al hombro, pa la cena. Cuántos hombres hay como este, ¿no? Discuten con la mina, matan treinta tipos y vuelven como si nada. ¡Hola, amor! ¡Poné la mesa que traigo una cabra! Pero se encontró con que el padre no le permitía entrar.

—¿Qué hacés, pibe? No, como desapareciste yo pensé que la habías aborrecido. Se la di a otro flaco. Si te interesa, tengo libre a la más chica. (9)

Otra vez, Sansón se agarró una calentura padre. Y ya vimos que en esos casos no se andaba con chiquitas. Capturó trescientos chacales, los ató cola con cola, y entre cada dos colas puso una antorcha. Después, encendió fuego las antorchas y soltó a los chacales en los campos de trigo de los filisteos, provocando un incendio de la puta madre. (10)

Cuando los filisteos se enteraron de quién había hecho esto, y de por qué lo había hecho, quemaron vivos a la filistea y a su padre. (11)

A pesar de ser el culpable de que esto sucediera, Sansón juró vengarse de los asesinos. Y así lo hizo: los mató a todos y fue a refugiarse en una hendidura del peñón de Etam, que era una tienda de ropa femenina que en los 80 tenía un jingle muy pegadizo. (12)

Como suele suceder en estos casos, los filisteos decidieron vengarse de quien se había vengado de que ellos se vengaran de que él se hubiera vengado de lo que ellos le habían hecho. (13) Ya saben: el odio engendra más odio y no hay que combatir fuego con fuego.

Subieron, pues, los filisteos a Judá. Allí acamparon e informaron a los hombres del lugar que buscaban a Sansón.

Los hombres de Judá descendieron a la hendidura del peñón de Etam (14) y dijeron a Sansón:

—Mirá, loco: nosotros no queremos tener bardo. Así que vinimos a atarte para entregarte a los filisteos.

—Júrenme que no me van a matar ustedes —les pidió Sansón.

—Lo juramos —dijeron ellos.

—O.K. —dijo él, y se dejó amarrar. (15)

Cuando venía subiendo del peñón, los filisteos lo vieron, y alzando un grito corrieron a su encuentro.

Y arrebatóle el Espíritu de Jehová, de modo que las sogas que estaban sobre sus brazos vinieron a ser como el lino que ha sido quemado a fuego; así se deshicieron las ligaduras de sobre sus manos.

Y hallando una quijada de asno fresca aún, extendió su mano y la tomó, e hirió con ella a mil hombres.

Tan contento estaba después de esta proeza que se puso a cantar:

¡Con la quijada de un asno, montones sobre montones! ¡Con la quijada de un asno he matado a mil hombres! (16)


(1) Jueces 2:11-19
(2) Deuteronomio 28:49, 50
(3) Jueces 4:21, 23
(4) Jueces 7:13
(5) Jueces 11:30-40
(6) Semejante al sol.
(7) Jueces 14:3
(8) Jueces 14:19
(9) Jueces 15:2
(10) Jueces 15:4, 5
(11) Jueces 15:6
(12) Vamos a Etam. Vamos vamos vamos a Etam. Vamos a la moda, porque la moda es Etam.
(13) Tuve que hacer un croquis para escribir esta frase. Pueden comprobar que es correcta.
(14) Vamos a Etam. Vamos vamos vamos a Etam. Vamos a la moda, porque la moda es Etam. Esto es muy pegadizo.
(15) Jueces 15:11-13
(16) Jueces 15:16

Nota extra: Acabo de enterarme de que Etam significa guarida de bestias salvajes. ¡¿Quién pondría ese nombre a una tienda de ropa para mujeres?! Evidentemente, un misógino.

domingo, 16 de junio de 2013

UN POCO DE PREHISTORIA

Una tarde, cuando tenía ocho años, Ulises salió a joder por el barrio de San Martín. Se juntó con un amiguito, habitual compañero de andanzas, y se colaron en un tren. No era la primera vez que lo hacían; pero en esta ocasión, al terminar el recorrido, se subieron a otro. Y luego de este, a otro más. Cuestión que, al caer el sol, terminaron en la provincia de Córdoba.

Allí pasaron una semanita encerrados en un instituto de menores, hasta que la denuncia de que habían desaparecido dos niños en Buenos Aires y la denuncia de que habían aparecido dos niños en Córdoba, finalmente, se encontraron.

Lo que más rememora Ulises de esas vacaciones son las duchas frías a las que lo sometían cuando juzgaban que se portaba mal. Se las aplicaban en un cuarto equipado a tal fin: varias duchas estaban dispuestas de tal modo que no había lugar en el que uno pudiera escapar a ellas. Lo que hoy día se llama ducha escocesa, algunos hoteles alojamiento ofrecen este agradable servicio a sus clientes.

Otra cosa que recuerda es que, en el tren camino a Córdoba, unos señores se pusieron a conversar con ellos y a su amiguito le bajaron los pantalones y lo manosearon. Según me dice, a él no le hicieron nada. Solo toquetearon a su amigo porque era medio bobo y se dejó hacer.

También me cuenta que cuando era chico dormía en un pedazo de colchón. Diminuto, menos de la mitad de lo que había sido el colchón originalmente. A los seis años entraba justo; pero a medida que fue creciendo, el cuerpo le empezó a sobrar por todos lados. Le costaba conciliar y mantener el sueño. Más tarde se quedaba dormido en el colegio. Una maestra le preguntó por qué estaba tan cansado y él le explicó su situación.

A raíz de esto, los directivos de la escuela citaron a Graciela para indagar si lo que decía el chico era verdad.

Esa tarde, Ulises volvió a su casa y encontró a su madre hecha una furia.

—¡¿Qué tenés que andar contando cosas de la casa?! —le increpó, y le pegó con un zapato taco aguja.

El taco se le clavó en la cabeza.

domingo, 2 de junio de 2013

PALABRA DE DIOS: JOSUÉ

Imagen extraída de aquí.

Deuteronomio, capítulo 34.
Josué, capítulo 1 al 24.


A la edad de ciento veinte años, Moisés murió y dejó como sucesor a Josué.

Y aquí apretamos el botón de avance rápido a full, porque el libro de Josué es bastante aburrido. Prácticamente, lo único que leeremos durante los veinticuatro capítulos es cómo los hebreos fueron matando a distintos pueblos y ocupando sus tierras.

Sólo destaco que en el capítulo siete un tipo se afana una alfombra y, como castigo por eso, los cagan matando a él y a su familia. (1)

Y una historia muy simpática de un pueblo vecino que logra zafar de los hebreos mediante un engaño. (2)

Esta gente vivía dentro de la zona que Jehová había prometido a los hebreos. De modo que, por orden expresa de Jehová, debían ser aniquilados.

Pero se les ocurrió una idea.

Enviaron a un grupo de hombres, como embajadores, a dialogar con los hebreos. Los vistieron con ropa vieja y calzado gastado, y, como provisiones, llevaban pan seco y mohoso y cantimploras rotas.

—Venimos de re leeejos —dijeron a los hebreos— a aliarnos con ustedes.

—¿Y cómo sabemos que viven lejos y que no viven acá nomás? —preguntaron ellos. (3)

—¡Miren! —dijeron los crotos—. Cuando salimos de casa, esta ropa estaba nueviiita nueviiita. ¡Ahora está hecha mierda por lo largo del camino! Y este pan lo compramos recién hecho, antes de salir. Calentito, rico, estaba. ¡Ahora es un asco! Es que vivimos en la loma del orto. (4)

Y así Josué hizo paz con ellos, y celebró pacto con ellos, concediéndoles la vida. Y también lo juraron los príncipes de la Congregación.

Días después, los hebreos se enteraron de que los crotos vivían en Gabaón, a tres días de caminata. Pero ya no podían hacerlos cagar, a causa del juramento que habían hecho en nombre de Jehová.

Sin embargo, aún podían maldecirlos.

Y eso hicieron, condenándolos a ser sus siervos por el resto de la eternidad. (5)

Prometimos que vivirías.

No dijimos en qué condiciones.


(1) Josué 7:1, 19-25
(2) Josué 9:1-27
(3) Josué 9:6, 7
(4) Josué 9:12, 13
(5) Josué 9:23

domingo, 19 de mayo de 2013

MALA JUNTA

Gabriel era gay. Tenía cincuenta años y un aire a Woody Allen, pero más demacrado. Vivía en el edificio de Graciela.

Un día subió a la terraza a tender la ropa y se cruzó con Ulises, que justo salía del cuartito de las escobas.

A la tercera vez que sucedió lo mismo, Gabriel comenzó a sospechar lo que Ulises hacía en el cuartito.

A la quinta, se animó a preguntar.

—Hola, mi nombre es Gabriel. Disculpá que te pregunte, no te quiero ofender. ¿Vos dormís ahí?

Ulises le explicó su situación. Le habló de la casa tomada, del desalojo, de la mala relación con su madre.

En aquel entonces, Gabriel vivía solo. Salir del armario le había valido el desprecio de la que fuera su mujer y madre de su hija, un pequeño monstruo de seis años que ejecutaba con igual destreza el violín y la ironía. Luego había tenido un par de parejas gay, pero la convivencia no había funcionado. Movido por la piedad, y por otro tipo de impulso, decidió invitar a Ulises a vivir en su departamento.

Como he contado en otro lado, Ulises se decía heterosexual; pero en un tiempo se cogía a un viejo por plata. Con Gabriel, como más tarde con Roberto, el intercambio sería sexo por alojamiento y comida.

Cuando Ulises entró en confianza —no es algo que le costara mucho: a los dos días, ponele—, tomó por costumbre llevar a sus amigotes a la casa.

Primero a Camilo, quien también se hizo acreedor de la misericordia de Gabriel.

—¿Ese chico duerme en un auto? Decile que venga a dormir acá, las veces que quiera.

Y así fue: Camilo pasaba algunas noches con ellos, en el departamento, sin necesidad de pagar con sexo el favor de su anfitrión.

Después se sumó Walter.

Walter había sido pareja de Roxana, hermana de Ulises, con quien había tenido una hija. Era un macho más feroz que Ulises. El alfa de la manada. La amistad con él consistía en sometérsele dócilmente.

Él no se quedaba a dormir, sólo pasaba de visita de vez en cuando.

Por extraño que parezca, Gabriel se enamoró de él. Bueno, no necesariamente les parecerá extraño a ustedes. A mí me parece extraño.

¿Por qué?

Porque yo nunca me enamoraría de Walter. Lo que me generaba era miedito. Si me lo hubiera cruzado en la calle por la noche, habría cambiado de vereda. Si me lo hubiera cruzado en un desierto, me habría enterrado a mí mismo en la arena para escapar de esos ojos fieros, inyectados en sangre.

Pero en fin, yo soy yo y Gabriel era Gabriel, y las cosas son así: hasta Barreda consigue pareja.

¿Qué nos lleva a relacionarnos con cierta gente y no con otra?

De pronto nos cruzamos con alguien, fortuitamente —¿fortuitamente?—, y nos vinculamos con él, y con su mundo. Y él se vincula con nosotros y con nuestro mundo. Y ambos mundos se vinculan, independientemente de él y de nosotros, incluso. Se da una multitud de interrelaciones, algunas de las cuales escapan a nuestra influencia. Cada componente que se vincula modifica y es modificado. Nada queda igual después de todo esto, para bien o para mal.

Pero más allá de lo fortuito del encuentro, y de que el encuentro haya sido o no fortuito, yo podría cruzarte y optar por no relacionarme con vos. O, simplemente, no registrar tu existencia.

Sin embargo, lo hago: te capto y decido vincularme.

¿Por qué?

Una tarde, Gabriel llegó al departamento y encontró todo revuelto. Alguien había vaciado el contenido de los cajones en el piso, evidentemente buscando objetos de valor. Acto seguido, se percató de que faltaban el televisor, la videocasetera y la computadora. Entonces, escuchó un ruido en la cocina y fue corriendo hacia ahí. Llegó a tiempo para ver una pierna que desaparecía a través de una claraboya que daba a la terraza. Nunca supo que esa pierna era de Camilo.

Días más tarde, Walter cayó borracho al departamento.

Gabriel estaba solo.

—¡Hola! ¿Cómo andás? Los chicos no están, pero pasá…

Walter lo violó.

Después se puso a romper los muebles y a saltar sobre la mesa mientras cantaba: «Oléee olé olé oléee… Puutooo, puutooo…».

domingo, 5 de mayo de 2013

MÁS Y MÁS LEYES

     Números, capítulo 30.
     Deuteronomio, capítulo 13 al 28.

   Seguimos con las leyes de los hebreos.
   En Números y en Deuteronomio encontramos más. Destaco las siguientes:

   - Si te incitare en secreto tu hermano, o tu hijo, o tu hija, o tu mujer, o tu amigo que es para ti como tu misma alma, diciendo «Vamos y sirvamos a otros dioses», no le perdone tu ojo, ni le tengas piedad, ni le protejas; sino que irremisiblemente le matarás. Tu mano será la primera que se levante contra él para hacerle morir, y la mano de todo el pueblo después. (1)

  - Cuando algún hombre tuviere un hijo terco y rebelde, que no quisiere escuchar la voz de su padre o la voz de su madre, y que aunque le castigaren no les obedeciere; su padre y su madre echarán mano de él y le sacarán ante los ancianos de su ciudad.
  Y dirán a los ancianos de su ciudad: Este nuestro hijo es terco y rebelde, no quiere obedecer nuestra voz; glotón es y bebedor.
   Y todos los hombres de su ciudad le apedrearán hasta que muera. (2)

   - No vestirá la mujer traje de hombre, ni vestirá el hombre ropa de mujer; porque todo aquel que hace esto es abominación a Jehová tu Dios. (3)

  - Si un hombre hacía un juramento a Dios —como quien hoy día promete ir de rodillas a Luján si sale campeón su equipo favorito, ponele—, debía cumplir indefectiblemente con su palabra.
   Si una mujer hacía un juramento así, su padre o su marido podían dejar sin efecto su voto. (4) 

  - Si un hombre se casaba con una mujer y, después de garchársela, denunciaba que ella no había llegado virgen al matrimonio, los padres de la mujer debían tomar las sábanas sobre las que la pareja había garchado y llevarlas ante los ancianos de la ciudad.
   Si las sábanas estaban manchadas con sangre, al hombre le cobraban una multa.
   Si no había manchas de sangre, a la mujer la apedreaban. (5)

  - Si una mujer casada era violada en la ciudad, la apedreaban a ella, además de al violador, por no haber gritado pidiendo ayuda.
  Si era violada en el campo, sólo apedreaban al hombre, porque daban por sentado que la mujer había pedido ayuda pero nadie la había escuchado. (6)

  - Si una mujer soltera era violada y el violador era descubierto, este debía pagar una indemnización al padre de la mujer y casarse con ella. (7)

  - Si un hombre se casaba con una mujer y después se encontraba con que algo de ella no le gustaba, podía escribir una carta de repudio y despedir a la mujer de su casa. (8) Salvo en casos como el del punto anterior, en los que el hombre no podía despedir a la mujer en toda su vida.

  - Si dos tipos se cagaban a trompadas y la mujer de uno de ellos intervenía y, para librar a su marido, agarraba al otro de las pelotas, había que cortarle la mano. (9)
   Habiendo una ley respecto a esto, ¿debemos suponer que casos así eran habituales?

  - En época de guerra, los soldados debían llevar entre sus armas una pala, que utilizaban para cavar pocitos en los que cagaban y para tapar después sus excrementos.
  Porque Jehová, tu Dios, anda en medio de tu campamento, para librarte y para entregar tus enemigos delante de ti. Por lo mismo, tu campamento ha de ser santo. No sea que él vea tu cacona y se aparte de ti. (10)

   - Entonces, los levitas tomarán la palabra y dirán a todos los hombres de Israel, con voz levantada:
   ¡Maldito aquel que se acostare con su suegra!
   Y dirá todo el pueblo:
   ¡Amén! (11)

   Y hoy también cerramos con algunas amenazas de Dios a sus criaturas.

  Si no obedecieres la voz de Jehová, tu Dios, para poner cuidado en hacer todos sus mandamientos y sus estatutos que hoy te prescribo, vendrán sobre ti y te alcanzarán todas estas maldiciones:
   Maldito serás en la ciudad, y maldito serás en el campo.
   Maldito serás en tu entrada, y maldito serás en tu salida.
   En vez de la lluvia de tu tierra, Jehová te dará polvo y cenizas. Desde los cielos descenderán sobre ti hasta que seas destruido.
  Y servirán tus cadáveres de pasto a todas las aves del cielo y a las bestias de la tierra, y no habrá quien las espante.
   Jehová te herirá con la úlcera de Egipto, y con tumores, y con sarna, y con comezón, de que no podrás ser curado.
   Con mujer te desposarás, mas otro hombre se acostará con ella.
   Tu buey será degollado delante de tus ojos, mas tú no comerás de él.
   Tu asno será arrebatado en tu misma presencia, y no te lo devolverán.
  Hijos e hijas engendrarás, mas no serán para ti, porque irán en cautiverio.
  Traerá Jehová sobre ti una nación de lejos, desde los cabos de la tierra, a la manera que vuela el águila. Nación cuya lengua no entiendes. Nación fiera de rostro, que no tendrá respeto al anciano, y del niño no tendrá compasión.
   Y comerás el fruto de tu seno, la carne de tus hijos y de tus hijas.
   Y será que así como se regocijaba Jehová sobre vosotros para haceros bien y para multiplicaros, así se regocijará Jehová sobre vosotros para haceros perecer y para destruiros.
   Y Jehová te hará volver a Egipto en navíos, por el camino del cual te dijo: No volverás más a verlo. Y allí os ofreceréis en venta a vuestros enemigos, por esclavos y por esclavas.
   Y no habrá quien os compre. (12)

     (1) Deuteronomio 13:6-9
     (2) Deuteronomio 21:18-21
     (3) Deuteronomio 22:5
     (4) Números 30:2-8
     (5) Deuteronomio 22:13-21
     (6) Deuteronomio 22:23-27
     (7) Deuteronomio 22:28, 29
     (8) Deuteronomio 24:1
     (9) Deuteronomio 25:11, 12
     (10) Deuteronomio 23:9, 12-14
     (11) Deuteronomio 27:14, 23
     (12) Deuteronomio 28:15-68