miércoles, 18 de marzo de 2015

DESPOJADO

La mujer apoyó el libro en el mostrador.

¿Qué libro era? ¿Uno de arte? ¿Uno de filosofía?

No lo recuerdo. No le presté atención, estaba haciendo varias cosas a la vez.

Le cobré.

—¿Me lo envolvés para regalo? —pidió.

—Cómo no —dije.

Hice el paquete. Cuando estaba a punto de ponerle el moño, me detuvo.

—Sin moño, por favor —dijo—. Si no, mi hijo me lo tira por la cabeza. Es minimalista.

Quedé inmóvil, con el moño en la mano, pegado a los dedos. Levanté la vista, la miré a los ojos. Su expresión era grave. Parpadeé. Volví a mirar el moño. Lo pegué en el mostrador.

Pobre mujer…, pensé.

La imaginé golpeando la puerta del cuarto de su hijo.

—Andrés…

Contra el pecho sujeta un paquete a lunares, con un moño enorme, dorado. Su hijo no contesta. Ella prepara el puño para golpear nuevamente, pero a último momento titubea. Da un solo golpe, casi inaudible.

—Andresito…

Espera. Aguza el oído. Tal vez su hijo duerme, o salió sin avisarle. Da media vuelta y se dispone a retirarse. La voz de su hijo la frena en seco.

—¡¿Qué querés?!

—Andresito… —dice ella, volteándose de nuevo—. Tengo algo para vos…

Le habla a la puerta cerrada como si en ella viera el rostro de su hijo.

Otra vez el silencio. Sus facciones se contraen del dolor. Nunca sabe cómo actuar con su hijo. ¿Cuándo se convirtió su niño en este extraño?

—¡Pasá! —dice su hijo, finalmente.

Ella oculta el paquete tras de sí y abre la puerta.

El lugar parece más grande de lo que es por lo vacío que se encuentra. Es más despojado que mi departamento, incluso. No hay cuadros ni ningún elemento decorativo. No hay ventanas, Andrés las hizo tapiar para que nada interrumpiera el blanco impoluto de las paredes. El trabajo fue hecho tan concienzudamente, bajo supervisión estricta de él mismo, que es imposible adivinar dónde estaban ubicadas las aberturas. El piso, de porcelanato, también es blanco. El único mobiliario, si puede ser llamado así, es un cubo de madera laqueada, negro, colocado en el centro exacto de la habitación.

Sentado sobre él está Andrés —enorme: un metro noventa, ciento veinte kilos—, con otro cubo entre las manos, pequeño. Es similar a un Rubik, pero blanco y negro. Pasa gran parte del día encerrado, dándole vueltas a este artefacto. No trabaja, no estudia. Está cerca de cumplir los cuarenta años y sigue siendo mantenido por su madre. Su padre los abandonó cuando él era un niño pequeño.

La mujer entra a la habitación y se para frente a su hijo. Sonríe, aún con las manos detrás de la espalda.

Andrés no interrumpe lo que está haciendo.

La sonrisa de la mujer se va desdibujando.

—Hijo… —dice—. Te traje un regalo…

Sin dejar de manipular el rompecabezas, Andrés levanta la vista fugazmente y de nuevo se enfrasca en lo suyo.

—¿No querés ver lo que es? —dice la mujer después de un rato.

Andrés resopla. Deja caer los brazos pesadamente a los costados del cuerpo.

—Bueno, dale… —dice.

La mujer vuelve a sonreír, como si no percibiera en el rostro de su hijo la mueca de desdén, con algo de asco. Le tiende el paquete.

Andrés no lo toma. Sólo lo mira con una expresión de desagrado profundo. El Rubik bicromático resbala de su mano y rebota contra el piso. El recinto devuelve el eco del repiqueteo.

—¿Qué pasa, hijo?… —pregunta la mujer—. Es un libro… De un autor que te gusta… Abrilo…

Andrés le arranca el paquete de las manos. Lo sostiene ante sí, sin quitarle la vista de encima. Sus dedos aprietan cada vez más fuerte, hasta volverse blancos. Tiembla. Es un volcán por entrar en erupción. Estalla en un rugido.

—¡Tiene moño!

—¡Claro, hijo! —dice la mujer con voz lastimera—. ¡Es un regalo!…

—¡¿Cuántas veces te tengo que repetir que soy minimalista?! —grita Andrés, y clava en su madre los ojos fieros.

La mujer conoce ese gesto. Sabe que cuando su hijo la mira así, lo más conveniente es… correr.

Antes de alcanzar la puerta, recibe el impacto del paquete en la nuca. Un libro grande, pesado como un ladrillo. La caída de los gigantes, de Ken Follett, o alguno de la saga Canción de hielo y fuego.

Traumatismo de cráneo. Ocho días internada y un mes de reposo domiciliario.

Los moños no son minimalistas, ha aprendido la lección. Nunca la olvidará.

martes, 17 de febrero de 2015

CUARTA VUELTA

Hoy, Carne con Alambre cumple cuatro años. Y sigue dándome tanta satisfacción como al comienzo. A pesar de que hoy día no es tan visitado como lo fue en algún momento.

Eso parece ser una tendencia en los blogs en general. Cuando yo comencé con este, ya había gente diciendo que los blogs habían muerto. Yo no viví la edad de oro de la blogósfera, llegué un poco más tarde. Númenor ya se había hundido y los pocos Dúnedain sobrevivientes se habían transformado en vagabundos a caballo. Sin embargo, llegué a tiempo para conocer varios blogs maravillosos. Presencié la muerte de algunos, con mucho pesar de mi parte. Otros siguen con vida, aunque entre esos los hay que han caído en un sopor profundo, como princesas de cuento de hadas. O como borrachos en una taberna a la madrugada. Depende. Según el caso.

Hay quien dice que a los blogs se los está tragando Facebook, como la Nada a la tierra de La historia interminable. Esto me parece extraño, porque yo los veo como dos medios con dinámicas muy diferentes, que no pueden ser reemplazados el uno por el otro. Pero tal vez sea así, no lo sé.

Sea como sea, Carne con Alambre tiene la intención de ser uno de los trescientos espartanos defendiendo el paso de las Termópilas, aunque tenga que morir en el campo de batalla. ¡Bienvenidos aquellos y aquellas que quieran acompañarme en esta aventura!

A lo largo de estos cuatro años, este ha sido un espacio de intercambio de ideas. Un espacio de expresión; pero también un espacio social, de interacción. Y esa es una de las cosas que lo han hecho tan gratificante para mí. Ya he dicho que todas las veces que fue posible generé un encuentro en persona con la gente que conocí por este medio. Así como hubo una merma en el tránsito virtual, también la hubo en el intercambio cara a cara: este año, a diferencia de los anteriores, no tuve encuentros personales.

Virtualmente, se sumaron —por orden de aparición—: NsNc —en la dulce espera—, COSME FULANITO —que opina que nivel cultural es proporcional a índice de coeficiente intelectual—, Coneja —que admira el pelo sin frizz de las coreanas—, Alma vacía —que se peleaba con su madre y se iba a lo de la abuela Violeta—, WOLF —que piensa que La Divina Comedia es muy PRO—, Bell —que espera a Plutón—, Cecilia Berry —que podría hacer un lindo blog con los pequeños textos que ha comenzado a escribir—, José A. García —demiurgo—, Karina de Boquita —cuyo blog murió recién nacido— y NoeliaA —creadora de tulpas—.

Y  siguen acompañándome —ya son amigos de la casa—: El Señor Potoca —a quien le parecen estúpidas las maldiciones de Dios, ¿escuchaste, Dios?—, José Gabriel —que ama las frases de mi tío—, Gabriela Aguirre —que juega al Tetris con el tacho de basura—, Mateo —que partió siendo Teseo y volvió siendo Odiseo—, Lunática —que huye el día de su cumpleaños—, Valeria —futura abogada—, Rosi Ta —amiga de cuadrúpedos—, Hugo —cuyo blog recientemente fallecido me ha dado muchas satisfacciones en forma de música—, Alejandro Cossavella —que volvió a las andanzas y, con gusto de mi parte, habilitó de nuevo los comentarios de su blog—, Dan —a quien exigen que desconozca lo que desconoce—, Yoni Bigud —que prometió recomendarme en Kipling’s—, Lorena —asediada por su ginepsicólogo—, Bigote Falso —que ya es revista por segunda vez y tuvo la gentileza de publicarme—, Viejex —hijo de un tigre—, Nachox —con quien compartimos el gusto por la historieta—, Belén Be —Dibujante y poeta— y Ariel Panchez —Radagast urbano—.

Por todos ustedes, alzo este cáliz rebosante de néctar y brindo por la amistad duradera.

¡Salud!

domingo, 25 de enero de 2015

DIBINA PROBIDENSIA

Alejandro me cuenta:


Una vez, en la escuela secundaria, encuentro en el recreo a una compañera llorando desesperada.

—¿Qué te pasa? —le pregunto.

—¡Que me van a reprobar en el examen de lengua! —dice—. ¡Y mis viejos me van a matar!

—¿No estudiaste?

—¡Sí! ¡Pero es muy difícil! ¡No entiendo nada! ¡Me van a bochar! ¡Mis viejos me matan! ¡Me matan!

Entonces, trato de calmarla.

—Tranquila… —le digo—. Vas a ver que es más fácil de lo que creés. Cuando estés sentada frente al examen, te va a salir todo.

La piba se tranquiliza un poco. Se seca las lágrimas, suspira y me dice:

—Dios te oya.

domingo, 28 de diciembre de 2014

IR A POR LANA Y SALIR AHORCADO

Ester, capítulo 6 al 9.


Aquella noche, el sueño huyó de Jerjes, por lo cual mandó que trajeran el libro de las crónicas reales y que lo leyeran en su presencia. De modo que sus siervos, como padres contando cuentos al hijo para que se duerma, fueron narrándole diferentes sucesos: que en tal año el rey ganó tanta guita, que en tal año conquistó tales tierras, que en tal año derrotó a Leónidas de Esparta, que en tal año se peleó con la reina… Y así hasta que llegaron al episodio de Mardoqueo salvando a Jerjes del atentado en su contra planeado por los centinelas de la puerta. (1)

—¿Y cómo se premió a este hombre? —preguntó Jerjes.

Los siervos se miraron entre sí, con cara de «ni idea…». Hojearon un cacho el libro buscando la respuesta —lo hojeaban entre varios porque era un libro grandote—.

—Parece que de ningún modo, señor —dijo uno—. Acá no dice nada… (2)

—¡¿Pero cómo?! —exclamó Jerjes—. ¡Hay que corregir esto inmediatamente!

Entre una historia y otra, ya había amanecido. Y Hamán llegaba al aposento real para pedir a Jerjes que Mardoqueo fuera colgado en la horca que había hecho preparar para él.

—¿Quién está ahí afuera? —preguntó Jerjes.

—Hamán, señor —respondieron los siervos.

Que entre —dijo Jerjes. Los siervos lo hicieron pasar—. ¡¿Cómo andás, amigo?! Te hago una pregunta. ¿Qué debe hacerse por el hombre que el rey se complace en honrar?

«Este me debe querer homenajear a mí», pensó el boludo de Hamán, (3) y respondió:

Para el hombre que el rey se complace en honrar, tráigase uno de los trajes que el rey viste, y el caballo en que monta el rey. Y dense el traje y el caballo en mano de uno de los príncipes más nobles del rey, para que vista así al hombre que el rey se complace en honrar, y le haga pasear a caballo por las calles de la ciudad, y pregone delante de él: ¡Así se debe hacer al hombre que el rey se complace en honrar!

—Genial —dijo Jerjes—, me encantó. Apurate, agarrá uno de mis trajes y mi caballo, y hace eso con el hebreo Mardoqueo, el que se sienta en la puerta del palacio. Que no falte un detalle, hacé tal cual dijiste. (4)

Así hizo, pues, Hamán. Y, luego de tamaña deshonra, se fue precipitadamente a su casa, lamentándose y con la cabeza cubierta.

Más tarde, Jerjes y Hamán fueron al segundo banquete de Ester. Y Jerjes volvió a preguntar:

¿Cuál es tu petición, oh reina Ester? Hasta la mitad del reino te será otorgada.

A lo cual respondió Ester:

¡Si he hallado gracia en tus ojos, oh rey, y si al rey le place, séanme concedidas mi vida y la de mi pueblo! ¡Porque hemos sido entregados, mi pueblo y yo, para que nos exterminen!

—¡¿Qué?! —dijo Jerjes—. ¡¿Quién fue el hijo de puta que hizo eso?!

—¡Hamán! —dijo Ester, señalándolo acusadora. (5)

Así fue como Hamán se enteró de la cagada que se había mandado. Ya que, hasta ese momento, Ester seguía ocultando su origen hebreo, a pedido de Mardoqueo.

Lleno de ira, Jerjes se levantó de la mesa y salió al jardín del palacio, intentando sosegarse un poco. Mientras tanto, viendo que su destino pendía de un hilo, Hamán rogó a Ester por su vida. Cuando Jerjes volvió al salón, Hamán, con el rostro bañado en llanto, se había dejado caer sobre el lecho en el que se reclinaba Ester.

—¡¿Y ahora el hijo de puta se quiere violar a mi mujer en mi propia casa?! —dijo Jerjes. (6)

Pónganse las pilas, guionistas bíblicos, este equívoco parece de película de Olmedo y Porcel.

Para colmo de males, en ese momento, entró al salón un eunuco re botón diciendo:

—¡Patroncito, patroncito! ¡Hamán preparó una horca para colgar a Mardoqueo, que tanto ayudó al patroncito! (7)

Ese fue el tiro de gracia.

¡Colgadle a él mismo en ella! —ordenó Jerjes.

Así lo hicieron y eso apaciguó la ira del rey.

Luego de esto, Jerjes entregó a Ester la hacienda de Hamán. Y Ester reveló su parentesco con Mardoqueo, por lo cual este fue recibido por Jerjes con todos los honores.

¿Final feliz?

Aún no. Porque los decretos sellados con el anillo del rey eran irrevocables. De modo que la orden de exterminar a los hebreos el día trece del mes de Adar seguía en pie, por más que le pesara al mismísimo rey.

¿Cómo podré yo ver el mal que alcanzará a mi pueblo? —se lamentaba Ester—. ¿Y cómo podré ver la destrucción de mi parentela?

—Vamos a hacer una cosa —dijo Jerjes—: ustedes redáctense lo que se les ocurra que pueda servirles de ayuda, y yo les doy mi anillo para que lo sellen. —Le quitó el anillo al muerto y lo lanzó hacia Mardoqueo—. ¡Atajá! Quedátelo, cualquier cosa te lo pido. (8)

Mardoqueo, pues, escribió que el rey había concedido a los hebreos que en cada ciudad se reuniesen y se pusiesen sobre la defensa de sus vidas, exterminando toda la fuerza armada del pueblo o provincia que les acometiese, junto con sus niños y sus mujeres, (9) el día trece del mes de Adar. Y se enviaron copias del edicto a todas las provincias del reino.

Finalmente, el día en que los enemigos de los hebreos esperaban tener el dominio sobre ellos, sucedió todo lo contrario: fueron los hebreos quienes tuvieron el dominio sobre sus enemigos. Y mataron de ellos a setenta y cinco mil quinientos. (10)

Por la noche, entre arrumacos, Ester le pidió a Jerjes permiso para seguir masacrando a sus adversarios al día siguiente.

¿Cómo negarle algo a la luz de sus ojos?

—Lo que vos quieras, preciosa… —dijo Jerjes. (11)

—¡Gracias! —dijo Ester—. ¡Sos un amor!


(1) Ester 6:2
(2) Ester 6:3
(3) Ester 6:6
(4) Ester 6:10
(5) Ester 7:5, 6
(6) Ester 7:8
(7) Ester 7:9
(8) Ester 8:2, 8
(9) Ester 8:11
(10) Ester 9:6, 16
(11) Ester 9:12-15

domingo, 14 de diciembre de 2014

MALENTENDIDO

Cuando sus hijos eran chicos, Alejandro tenía un videoclub. A veces, llevaba a los pibes al local. Si se ausentaba por un rato, para hacer algún trámite o alguna compra, les daba instrucciones de que no abrieran a nadie y los dejaba viendo una película infantil. Un día, al regresar, notó que las películas pornográficas estaban un tanto desordenadas, como si alguien las hubiese manipulado durante su ausencia. Al tiempo, ocurrió lo mismo y Alejandro comenzó a sospechar que sus hijos aprovechaban sus salidas para ver pornografía.

Queriendo confirmarlo, decidió tenderles una trampa: les dijo que estaría afuera una hora, se fumó un pucho en la esquina y volvió minutos después.

Abrió la puerta de golpe. Encaró derecho para el fondo. Oyó los gritos susurrados de sus hijos y ruido de cosas que caían. Cuando llegó a la trastienda, los dos mayores —de ocho y nueve— lo esquivaron y salieron corriendo.

—¡Ey! —dijo Alejandro—. ¡Vengan para acá, pendejos de mierda!

Pero los pibes alcanzaron la puerta y huyeron del local.

A Martín —de cuatro años—, en cambio, Alejandro lo encontró paradito junto a la videocasetera, muy tranquilo. A sus pies, descansaba la caja de la porno que sus hermanos no habían llegado a sacar del aparato.

—¡Estaban mirando una película porno! —interpeló Alejandro, algo desconcertado por la actitud impasible del niño.

—¡No, papá! —dijo Martín, con una expresión de sorpresa tan genuina que dejó a su padre más desorientado aún.

—Ah, ¿no? —dijo Alejandro. Levantó del piso la caja del video y la mostró a su hijo—. ¿Y esto qué es?

—Es una película de una señora que le chupa el pito a su marido…

domingo, 30 de noviembre de 2014

EL REY EXTIENDE SU CETRO

Ester, capítulos 4 y 5.


Cuando Mardoqueo supo del edicto que Hamán había redactado mandando exterminar a todos los hebreos del reino, rasgó sus vestidos, se plantó en la puerta del palacio real y se puso a llorar a los gritos. Entonces, Ester encargó a uno de los eunucos que la asistían que averiguara por qué motivo hacía esto Mardoqueo. El eunuco fue hasta la puerta del palacio, y Mardoqueo le contó todo lo que había pasado y envió con él mensaje a Ester pidiéndole que intercediera por su pueblo ante Jerjes.

Ester recibió el mensaje y mandó decir a Mardoqueo:

Hace treinta días que yo no he sido llamada a presencia del rey. Y es bien sabido que cualquier hombre o mujer que se presenta ante el rey sin haber sido llamado es condenado a muerte, salvo aquel a quien el rey extiende su cetro de oro para que viva.

A esto, Mardoqueo respondió:

—A ver si nos entendemos, piba… ¿Vos te creés que por ser reina te vas a salvar de que te hagan boleta como al resto de los hebreos? Te aviso que no, eh… Así que fijate… (1)

Ester reflexionó un momento y, finalmente, mandó decir a Mardoqueo:

—O.K., Voy a presentarme ante el rey, aunque eso vaya contra las reglas. Y si me tengo que morir… ¡que me muera! (2)

Tres días después, se puso sus mejores pilchas y fue hasta la casa de Jerjes —el rey y la reina vivían en el mismo palacio; pero, dentro del mismo, en edificios separados—. Se quedó de pie en el patio interior que estaba frente a la sala del trono real, y Jerjes, desde el trono, la vio y extendió hacia ella su cetro de oro. Entonces, acercóse Ester y tocó la punta del cetro. Y se ve que la tocó muy bien, porque ahí nomás Jerjes le dijo:

¿Qué quieres, oh reina Ester? ¡Hasta la mitad del reino te será concedida!

A lo cual respondió Ester:

Si al rey le place, venga el rey, y Hamán con él, hoy, al banquete que le tengo preparado.

Fueron, pues, Jerjes y Hamán al banquete que había preparado Ester. Y allí, Jerjes volvió a preguntar:

¿Cuál es tu petición? Hasta la mitad del reino te será otorgada.

Venga mañana el rey —dijo Ester—, y Hamán con él, a otro banquete que prepararé. Entonces, diré al rey cuál es mi petición.

Hamán salió del banquete re contento; pero ver que Mardoqueo, sentado como siempre en la puerta del palacio, no se levantaba para saludarlo le arruinó el día. (3) Llegó a su casa y se reunió con sus amigos y su mujer. Y les contó que había estado en el banquete de Ester.

La reina no ha permitido entrar con el rey a ninguno sino a mí —dijo—, y mañana también estoy convidado por ella con el rey. ¡Mas todo esto de nada me aprovecha, mientras yo vea al hebreo Mardoqueo sentado en la puerta del rey!

—Chabón —dijeron sus amigos y su mujer—, ¿por qué no mandás a hacer una horca y mañana por la mañana hablás con el rey para que cuelguen a Mardoqueo en ella? Así vas a estar re feliz cuando llegues al banquete.

—¡Esa sí que es una buena idea! —dijo Hamán, e hizo preparar la horca. (4)


(1) Ester 4:13, 14
(2) Ester 4:15, 16
(3) Ester 5:9
(4) Ester 5:14

domingo, 16 de noviembre de 2014

EL PARAÍSO DE LOS DIBUJANTES CHICOS

Llegan libros de Zorro Rojo. Clásicos de la literatura ilustrados por dibujantes de renombre. Muy lindas ediciones.

—Mirá —le digo a Alejandro, tendiéndole uno de Lovecraft ilustrado por Enrique Alcatena—. Este era profesor mío en la escuela de historieta.

—Ah, sí… —dice Alejandro—. Quique Alcatena. Lo conozco. De cuando yo trabajaba en la distribuidora de historietas.

—Mirá vos… —digo—. No sabía que laburabas en una distribuidora de historietas.

—Te estoy hablando de hace veinte años… Si hoy me lo cruzo a Alcatena, no lo reconozco… Un tipo macanudo.

—Sí, un tipo macanudo. En la escuela de historieta los tuve de profesores a él y a Zanotto.

—Zanotto, sí. El de Bárbara. Bueno, de andar por las convenciones yo los conocí a todos. Otro que era macanudo era Solano López.

—Sí… Solano López vino una vez a la escuela a dar una charla, y también lo cruzábamos en las convenciones con los pibes con los que hacíamos una revista. Era un tipo piola.

—Con Alcatena y Solano López tengo una anécdota.

—¿Sí?

—Sí. Resulta que mi sobrino dibuja. Y ya dibujaba en esa época. Siete años tenía. Se la pasaba dibujando y leyendo historietas. Se leía todo. Era un fanático. Y un día pensé en preguntarle a mi hermana si me dejaba llevarlo a Fantabaires, que se hacía por primera vez ese año, para que conociera en persona a algunos de los dibujantes que tanto le gustaban. Pero el pibe me ganó de mano. Un día que vino de visita a casa, me encaró.

»“Tío”, me dijo, “¿no me llevás a Fantabaires?” Porque sabía que yo trabajaba con las historietas.

»“¿Y para qué querés ir a Fantabaires?”, le pregunté.

»“¿Cómo para qué quiero ir?”, me dijo. “Tío… Yo soy un dibujante.”

»“Ah, claro…”, dije yo. “Te entiendo. Vos querés ir a ver a los colegas.”

»“No, tío…”, me dijo. “Yo soy un dibujante chico. Colega le dicen los dibujantes grandes a otros dibujantes grandes…” Como diciéndome vos no entendés nada…

Me río.

—Qué pendejo divino… —digo.

—Entonces le pedí permiso a la madre —prosigue Alejandro— y lo llevé. Era todo ojos, el pibe. Mirando las historietas, los dibujos expuestos. Todo serio. Y en eso lo vemos a Solano López, sentado en un stand, firmando autógrafos. Yo ya lo conocía, así que los presenté.

»“Este es Solano López”, le dije al pibe. “Francisco, este es mi sobrino”, le dije a viejo. “Es dibujante.”

»“¡Mucho gusto!”, dijo Solano López, y le estrechó la mano. “Así que sos dibujante… Qué bien… ¿No me hacés un dibujo?” Y le puso una hoja delante.

»“Bueno”, dijo el pibe, y se puso a dibujar.

—¿Y estaba confiado o medio tímido? —pregunto.

—Se notaba que estaba nervioso. Dibujaba muy concentrado. Con la cara pegada a la hoja, atento a cada detalle. Tardó como media hora. Y cuando terminó, se lo dio a Solano, y el viejo miró el dibujo y dijo:

»“¡Muy bueno! Pero acá falta algo.”

»El pibe se lo quedó mirando con cara de sorpresa.

»“¿Qué?”, preguntó.

»“¡La firma!”, dijo Solano. “Un artista tiene que firmar sus trabajos.”

»“Ah…”, dijo el pibe. Y firmó el dibujo. Todo concentrado también.

»“Ahora sí”, dijo el viejo. “¡Qué buen dibujo!”

»Después seguimos recorriendo la exposición.

»“¿Viste lo que dijo Solano López de tu dibujo?”, le pregunté al pibe. “¿Estás contento?”

»“Sí…”, me dijo, pero era como que todavía no caía. Estaba en el aire. Y en eso lo veo venir a Alcatena.

»“Mirá”, le dije al pibe. “Ese que viene allá es Enrique Alcatena. Te lo voy a presentar.”

»“¿Cómo andás, Quique?”, le dije. “Te presento a mi sobrino. Es dibujante.”

»Te digo que preparado no podría haber salido mejor. Alcatena le da la mano y le dice:

»“¡Mucho gusto! ¡Ya nos volveremos a cruzar, colega!”

Me río.

—¡Qué bueno!… —digo.

—El pibe se quedó de una pieza —dice Alejandro—. No entendía nada.

»“¿Viste?”, le dije cuando Alcatena se fue. “¡Te dijo colega!”

»Y me miró. “¡Sí, me dijo colega!”, me contestó. Pero como diciendo ¡se equivocó!

»Días después, cuando la volví a ver, mi hermana se reía.

»“¡¿Me querés decir adónde llevaste a mi hijo?!”, me preguntó. “¡Volvió como loco! ¡Está todo el día hablando de Fantabaires! ¡Que Quique no sé cuánto, que Solano no sé qué! ¡Piensa tanto en eso que a la noche no puede dormir!”