sábado, 13 de agosto de 2011

GENTE EXTRAÑA: EDUARDO L (Parte 1)

   Eduardo L estuvo preso en Sierra Chica para la época del motín de los Doce Apóstoles. Esos tipos que jugaron a la pelota con la cabeza de un cristiano e hicieron empanadas de compañeros de prisión.
   Eduardo L no fue responsable de ninguna de estas iniquidades; pero fue citado a declarar, junto con la totalidad de los internos del penal, en el juicio por la masacre. Entre todos los testimonios, el suyo fue uno de los que más destacaron. En realidad, no hubo tal testimonio: Eduardo L se negó a declarar. Aun así se hizo merecedor de una mención en el periódico y en un libro que salió hace unos años sobre el caso.
   ¿Por qué?
   Porque Eduardo L se negó a declarar con estilo.
   Luego de ser escoltado por los policías, Eduardo L se sentó de espaldas al juez.
   Ante la petición del juez de que se sentara como corresponde, Eduardo L contestó:
  —¡Date vuelta vos, si querés! ¡Donde yo vivo tengo mil doscientos presos encima, pedazo de tarado!
   Las maneras tal vez no eran correctas, pero el argumento era  sensato.
   El juez lo apercibió por su comportamiento. Eduardo L contestó:
   —¡Si querés ser famoso, yo te hago famoso acá mismo! ¡¿O te pensás que soy un perejil como los doce bobos que tenés en la jaula?!
   Acto seguido, fue retirado de la sala. No sé si su actitud le valió algún castigo o algo por el estilo.
   Tal vez ustedes se pregunten qué tiene que ver este sujeto conmigo.
   ¿Yo estuve preso en Sierra Chica?
   No.
  Eduardo L había sido pareja, en su juventud, de Liliana N, la madre de Leonel M, amigo mío desde los seis añitos.
  La primera vez que Eduardo L cayó preso fue por asaltar un banco, junto con otras dos personas. Una de ellas era el Polaco, un tipo que terminó sus días como linyera y borracho, dándole órdenes de guerra a dos perros: Lobo y la Negrita. No había nada menos parecido a un lobo que ese perro. La Negrita, en cambio, era negrita.
  Los dos perros se habían acostumbrado a atacar a los automóviles en movimiento cuando el Polaco se los ordenaba. A la Negrita, un auto le quebró una pata.
   Según cuenta la leyenda, el Polaco —realmente polaco de nacimiento— había vivido, de muy pequeño, la Segunda Guerra Mundial en su país.
   Creo que me fui por las ramas… ¿En qué estábamos?
   El Polaco, Eduardo L, el asalto al banco. Ahí está.
   La primera vez que Eduardo L cayó en cana fue por eso. Después salió, volvió a entrar, volvió a salir y así, como suele suceder en estos casos. Pasó más de la mitad de su vida en prisión. Algunas veces en Buenos Aires, otras en Córdoba.
   Luego de lo del asalto, Liliana N se casó con el que sería el padre de Leonel M, pero la relación entre ella y Eduardo L era una de esas relaciones patológicas que no parecen poder disolverse con nada, excepto con la muerte de alguno de los integrantes, como de hecho sucedió.
   Tras su primera salida de prisión, Eduardo L se instaló en un pueblito de Córdoba, no recuerdo cuál. Hacía tiempo que Liliana N se había divorciado del padre de su hijo. Durante los últimos años, Eduardo L y ella habían mantenido contacto, telefónicamente y por correo. Y cuando él fue puesto en libertad, concertaron un encuentro en aquel lugar de Córdoba cuyo nombre no recuerdo.
  Hacia allí fue Liliana N con su hijo de catorce años, Leonel M. A continuar con la historia de amor que se había visto truncada por la prisión y el casamiento.
   A pesar de toda el agua que había corrido bajo el puente, volvieron a congeniar como en los buenos viejos tiempos. Dios los había criado, el viento los había amontonado.
   Entre todas las peculiaridades de carácter que tenía Eduardo L, estaba la de sentir celos de Leonel M, como si fuera otro macho disputándole la hembra. Esto también lo he sufrido yo en carne propia por parte del que fuera mi padrastro —así las cosas: a Leonel M y a mí, también nos amontonó el viento—. Pero Eduardo L iba mucho más allá que mi padrastro.
  Estando sobrio, la hostilidad de Eduardo L hacia Leonel M era solapada. Estando borracho, la cosa cambiaba. Eduardo L sólo bebía con las comidas, pero en cada ocasión se bajaba media damajuana de vino. Y desde el primer día de la estadía de Liliana N y Leonel M en su casa, tomó la costumbre, en la sobremesa, de manosear a la madre mirando fijamente a los ojos del hijo.
   Leonel M soportó esto una vez, dos veces, tres veces. Más no. Una noche en la que estaban cenando en el patio delantero de la casa, y su madre estaba sentada sobre la falda de Eduardo L, estalló:
   —¡¿Por qué no te ubicás, chabón?!
   La mano de Eduardo L quedó inmóvil sobre el pecho de Liliana N. Su mirada siguió clavada en los ojos de su rival adolescente. Sus fosas nasales se dilataron. Su labio inferior comenzó a temblar. Liliana N, conociendo el carácter de su enamorado, intervino tímidamente.
   —Eduardo… Tranquilo…
   Aunque, conociendo el carácter de su enamorado, sabía que eso no iba a poder detenerlo. La maquinaria se había puesto en marcha y ya no había vuelta atrás.
   —Bajate —susurró Eduardo L.
   Liliana N insistió, acariciándole la nuca.
   —Eduardo, es un chico…
  Sin sacar la vista de encima de Leonel M, Eduardo L mostró los dientes, como un perro.
   —Bajate —repitió.
  Esta vez, Liliana N acató la orden. Se quedó parada junto a él, alerta como un gato. Por unos segundos la escena quedó así, estática, como una foto.
  —¿Vos sabés lo que quiere decir chabón en la cárcel? —preguntó Eduardo L.
   Pero el cachorro no se amedrentaba.
   —¿Qué me chupa lo que quiere decir en la cárcel? Acá no estamos en la cárcel, chabón.
   Más segundos de silencio. Eduardo L estaba inmóvil, pero a la vez en movimiento. Lo atravesaba una corriente subterránea. El magma ardiente de un volcán a punto de entrar en erupción. El rostro rojo. Los ojos negros seguían devorando a su rival.
   —¡Faca faca! —gritó de repente.
   —¿Qué? —dijo Leonel M, confundido.
   Liliana N sí había entendido y se había puesto blanca. Aún no atinaba a moverse.
   —¡Faca faca! —repitió Eduardo L. Esta vez agarró un cuchillo de la mesa, grande, de carnicero. Entonces Leonel M entendió, y se puso blanco como su madre—. ¡Agarrá un cuchillo y vamos a arreglarlo como hombres, carajo!
   —Eduardo, Leo no te quiso insultar… —intervino Liliana N con voz temblorosa. Miró a su hijo rogando complicidad.
  Viendo el cariz que estaban tomando las cosas, Leonel M optó por conciliar. Levantó la mano en son de paz. Pero la lengua lo traicionó.
  —Chabón… —La mirada de alarma y perplejidad de su madre. Él dándose cuenta de lo que acababa de decir—. Todo bien…
   Eduardo L se levantó de golpe, cuchillo en mano. Un vaso rodó por la mesa y estalló contra el piso.
   —¡Faca faca, carajo!
   Leonel M se puso de pie también. Liliana N, dura, como un gato a punto de saltar. Lo único que quedaba sobre la mesa eran los pequeños Tramontina de borde serruchado. Leonel M dudó si agarrar uno; pero supo que si lo hacía, Eduardo L se le tiraría encima de inmediato. Liliana N se lanzó sobre Eduardo L. Era un hombre fornido, pero el alcohol le había hecho perder el equilibrio. De un empujón, logró sentarlo otra vez en la silla y lo sostuvo.
   —¡Corré! —le gritó a su hijo.
   Leonel M titubeó.
   —¿Y adónde voy?
   —¡A donde sea! ¡Andate! ¡Corré!
  Leonel M salió corriendo. Abrió la puerta de salida del patio, tipo tranquera, y se dirigió a cualquier lado. A ninguno. Desconocía totalmente el lugar. Las casas estaban distantes unas de otras. Encontró una en la que se veía luz y decidió golpear la puerta para pedir ayuda.
   Le abrió una vieja, con cara desconfiada.
   —¿Sí?
   —¡Señora, ayúdeme! ¡Me persigue un loco, un vecino suyo!
   —¿Vecino mío? ¿Quién?
   Leonel M respondió quién.
   —Ah… —dijo la vieja, mirándolo fijo a los ojos y sin quitar el cuerpo de la puerta—. ¿Y por qué te persigue?
  —¡No sé! ¡Porque está loco! ¡Y borracho! ¡Me persigue con un cuchillo!
   —¿Y vos quien sos?
   Leonel M dudó.
   —El hijo de la novia…
   A lo lejos se escuchó la voz de Eduardo L.
   —¡¿Dónde estás, pendejo de mierda?!
   Y un tiro al aire.
   —¡Vení a ver si soy chabón o no soy chabón!
  La vieja se apartó de la entrada, sin dejar de mirar a Leonel M con desconfianza.
   —Entrá.

6 comentarios:

  1. Uuuuuuh no podés terminar el post ahí, no me podés hacer esto CHABÓN!! Jajaja ¡Muy fuerte! ¡No podía parar de leer! Por favor seguila que quiero saber qué pasó.
    Espero que hayas tenido un buen finde y hayas votado bien :)
    ¡Beso!

    ResponderEliminar
  2. Todavia no lei el post, no me dio el tiempo. Pero tengo la necesidad de decirle que quiero un dibujito.
    Beso!

    ResponderEliminar
  3. muy fuerte!
    Historias muy crudas las tuyas, Guille.
    Qué loco cómo se cruzan estos personajes, qué patológica la madre de Leonel, qué bien redactaste todo sin haber estado ahí. Creo que uno en la vida tiene la suerte de cruzarse con historias de dolor que lo identifican, y el dolor se vuelve más leve, o quizás tan sólo menos traumático.
    Todos vivimos un poco desprotegidos, y con los demás es donde nos sentimos más aliviados, pienso. Seguramente había más soluciones, tu vieja apeló a la más fácil: el poder materno. A tu abuela le daría satisfacción tenerlo, sino no hubiera hecho que se notara esa dependencia, y la manipulación constante del te doy la plata - no te doy la plata.
    Tu viejo... andá a saber.
    Habría que hacer un combo de terapia familiar jajaja aunque ya estamos pasados en el tiempo no?

    La etiqueta de los perros era pesimista, pero ironicamente. Yo soy todo lo contrario: una insoportable optimista. No creo que haya frase que repita más que "Tranqui, no pasa nada" y vuelta a empezar.
    Las relaciones suelen ser complicadas, pero en la mayoría de los casos que no funcionan, no funcionan diez años después tampoco. Mi experiencia y la de otros, hasta ahora, eso me ha dicho.


    Me gustaría decirte de dónde saqué lo de desconocidos, pero a veces copio cosas y no me fijo el autor. Prometo que no vuelve a pasar! jajaja pasa que como cité cosas de casi ángeles.. jajaja no, mentira. Que yo sepa...

    Beso gigante guille!

    ResponderEliminar
  4. Gabba: Sí: puedo terminar el post ahí, jajaja… Tendrás que esperar. Lo siento mucho. Y gracias por el elogio.
    ¡Beso grande y gracias por pasar! Un gusto siempre leerte.

    alelé: ¡No he podido escanear! Ya voy a subir algunos dibujos, no desesperes.
    Beso y gracias por pasar.

    wonderwall: Historias muy crudas las mías: por eso las estoy cocinando. Esto de transformarlas en algo con cierto vuelo literario es eso: cocinarlas.
    Qué patológica la madre de Leonel, sí. Tal vez sea como decís, respecto a las experiencias ajenas similares a las de uno y el dolor.
    Respecto a la terapia familiar, es cierto: ya es tarde. Más teniendo en cuenta que dos de los integrantes ya se han ido: mi abuela y mi padre. Con hacer terapia yo solo basta, jajaja...
    ¿Sos una insoportable optimista? ¡Bien! Supongo que eso es bueno, ¿o no?
    Todo un tema el de las relaciones. Da para hablar un par de horas por lo menos.
    ¡Beso gigante y gracias por pasar!

    ResponderEliminar