viernes, 22 de julio de 2011

GENTE EXTRAÑA: MARGA LA LOCA

   Una tarde, Leonel M cayó por casa pidiéndome que lo acompañara a la cortada. Siempre tomábamos cerveza en la cortada de la estación Mitre. Pero esta vez había algo especial.
   —¡No sabés, boludo! ¡Conocí a una mina que está re loca!
   Lo miré sin decir una palabra.
   —¡Es un cago de la risa! ¡Es re rara! ¡Pero es re buena onda! ¡Vas a ver!
   Viniendo de Leonel M, se podía esperar cualquier excentricidad. Ya va a caer, ya le voy a dedicar un post a él exclusivamente.
   Llegamos a la cortada. Nosotros teníamos diecinueve años, la mujer que estaba sentada en el tapialcito tenía entre veinticinco y cuarenta años. Un rango amplio. Era de esas personas a las que cuesta definirles la edad a ojo, seguramente todos ustedes han conocido a alguien con esa cualidad particular.
   —Marga, él es Guillermo.
   —Ah —dijo ella, y movió la cabeza hacia mí.
   —Hola —le dije, y me senté sobre un cantero.
   Marga tenía el pelo cortito y rubio —aunque rara vez se le veía porque siempre llevaba puesto un gorrito de lana—, y la piel curtida por el sol. Se vestía como un Beastie Boy, pero con calzas.
   —Yo voy a comprar una birra —dijo Leonel M, y se fue.
  Traté de entablar conversación con Marga. No lo logré. Sólo hablaba incoherencias y mezclaba el castellano con el portugués. Como no le entendía un joraca, desistí y ambos nos quedamos en silencio.
   Al rato cayó Sebastián A.
   —Hola —me dijo.
   —Hola —le dije—. Leonel fue a comprar una birra. Ella es Marga.
   Ahora fue Sebastián A el que intentó charlar con Marga. Esta situación me generaba cierta satisfacción perversa. «Yo sé algo que vos no sabés», pensaba. «Yo sé el fiasco que te vas a llevar.»
   —¿Y qué música te gusta? —preguntó Sebastián A.
  —¡Sí! La música… —dijo Marga—. Me encanta la música. Las terrazas, las concesionarias de autos…
  Juro por mi madre de alambre que dijo eso. El resto de las incoherencias no las recuerdo, pero esto me quedó grabado.
   Sebastián A me miró como pidiendo una explicación.
   Lo miré con cara de «No te gastés. Es caso perdido».
  Pero Sebastián A no se rindió. Como la mina alternaba palabras en portugués en su diálogo, le preguntó:
   —¿Sos de Brasil?
   —No —contestó Marga.
   —Ah, pero sabés portugués.
   —No.
   Sebastián A me miró otra vez.
   Puse cara de «Te dije que es caso perdido…».
   Y nos quedamos en silencio hasta que volvió Leonel M.
   Nos seguimos juntando con esta mina por varias semanas. El único que hablaba con ella era Leonel M. A solas nos contaba que se la quería chamuyar para garchársela en el río. El río, en el Vicente López de aquel entonces, no era ese paseo bonito con restaurantes de mariscos y otros frutos del mar en que se convirtió después. Era un lugar lleno de pastizales, vidrios y escombros sólo frecuentado por macumberos, borrachos y drogadictos como Leonel M.
   Únicamente un drogadicto podría querer garcharse a Marga la loca entre escombros y gallinas degolladas con pochocho.
   No, señora, yo no me drogaba. Una sola vez en mi vida me drogué. Fue con ácido lisérgico. Si vamos a hacerla, vamos a hacerla bien. Tal vez algún día hable de eso.
   Marga nos contaba cosas. Siempre hablaba de tres individuos a quienes llamaba: el gordo, el viejo y el hijo de puta. Parecía salida de una novela de Beckett. Estas tres personas vivían con ella. Con el gordo se agarraba a piñas, el viejo la rasguñaba y el hijo de puta le daba dinero. Dónde vivían y por qué sucedía todo esto, no lo sé. Nunca lo entendimos.
   —¿Qué llevás en la mochila? —le preguntó una vez Leonel M.
   —Muitas coisas —respondió ella—. Plata…
  Nos mostró un frasco —tipo de mayonesa o de mermelada— lleno hasta el tope de australes —que en esa época ya estaban fuera de circulación— y de pesos anteriores al austral, todos hechos bollitos, apretaditos.
   —También tengo un cenicero con jamón.
   —¿Con jamón? —preguntamos los tres al unísono.
  Marga sacó de su mochila un cenicero en el que había algo parecido a cera derretida. Supusimos que había querido decir «jabón».
   Insisto, esta mujer podría ser novia de Molloy.
  Un día nos dijo que la próxima cerveza la iba a pagar ella. Qué esperáramos, que en un rato vendría el hijo de puta a traerle algo de plata.
   Los tres nos miramos con incredulidad.
   Leonel M se paró.
   —Bueno, Marga. Voy a buscar una y después vos pagás otra.
   Marga lo agarró de la botamanga del pantalón.
   —No, pará, flaco… Esperá. Esperá que venga el hijo de puta.
   Leonel M se tuvo que sentar.
   —¿Y de dónde viene, Marga?
   —Viene en el próximo tren.
   —Ah… —dijo Leonel M poco convencido.
   A los diez minutos llegó un tren.
   —Ustedes quédense acá —dijo Marga— y fue hasta el andén.
   —¿Se va a encontrar con alguien en serio?
   —Está alucinando, boludo…
  Si era una alucinación, nosotros la vimos también. De uno de los vagones se bajó un tipo alto de campera negra, con pinta de milico, le dio plata y volvió a subir al tren.
   Siempre quedaré con la intriga de dónde vivía toda esta gente: el gordo, el viejo, el hijo de puta, Marga la loca.
   ¿De este o del otro lado del espejo?
   La última vez que la vi, hace unos años, después de mucho tiempo, la encontré igual. Un Beastie Boy con calzas, de veinticinco o cuarenta años. Sentada en la puerta de una heladería. Estoy cien por ciento seguro de que no me reconoció. Pero se dirigió a mí. En la mano tenía un vaso de soda.
   —Mirá —me dijo, señalándolo con un movimiento de la cabeza—. Tiene burbujas.  

9 comentarios:

  1. A mí me parece bastante cuerda, qué querés que te diga. Con eso de "tiene burbujas" me ganó :)

    ResponderEliminar
  2. Mmmmhhh... Eso no habla muy bien de vos. No me obligues a escribir "Gente extraña que he conocido: Frestón".

    ResponderEliminar
  3. ¿Me quedo con la intriga, Leonel al final cumplió su fantasía? ;)

    ResponderEliminar
  4. La palabra de la verificación de palabra de mi comentario anterior era: quate.

    ¬¬

    ResponderEliminar
  5. conociste gente muy rara en tu vida.

    ResponderEliminar
  6. Como Cat, yo también quiero saber si Leonel cumplió su fantasía al final.
    Qué personajes se encuentra uno en la vida. Me gusta que lo compartas con todos, sean verídicos o no.
    Saludos, Guillaume!

    ResponderEliminar
  7. Cat y Gabba: Vosotras sois de esas que tienen la idea fija. Lo de Leonel M, más que fantasía era un proyecto. Y no, no logró concretarlo.

    Cat sola: ¡¡¡Iiiiiiiiiijaaa, cuateeee!!!

    c.: Sí, así es. Y si estos te parecieron raros, te aviso que aún falta lo peor (o mejor, como quieras verlo).

    Gabba sola: ¡Me gusta que te guste que lo comparta con todos! ¡Y son verídicos! ¡Lo juro! Todo aquello que no lleve etiqueta de cuento, en este blog, es real. Sólo le doy cierto "vuelo literario".
    ¡Y gracias por el Guillaume, Gabrielle!
    Saludos franceses y gracias por pasar.
    Un gusto verla por aquí siempre.

    ResponderEliminar
  8. Jajajajá, también pensé en Molloy, pero como su hijo, su hijo de Marga, eso explicaría las tendencias al extraño contenido de su mochila... No me sorprendería que tuviera el hábito de chupar piedras.

    Saludos.

    ResponderEliminar
  9. Jajaja... Tal cual, Madame. Yo también me la imagino sacando piedras de los bolsillos y chupándolas.
    Un gusto tener a una lectora de Beckett aquí presente.

    Saludos, y muchas gracias por pasar y comentar.

    ResponderEliminar