Ulises M era bisexual. Decía que se acostaba con hombres sólo para obtener algún beneficio económico. Poco tiempo después de romper con mi hermana, se garchaba a un viejo a cambio de plata. Más tarde comenzó su relación con Roberto, un peluquero del barrio. Les debo la inicial porque desconozco el apellido. Ulises se acostaba con Roberto a cambio de hospedaje y comida —en esa época ya había sido desalojado, junto con sus compañeros y respectivas familias, de la casa tomada—. Y cada tanto, Roberto le tiraba unos mangos para sus cosas.
No era como la relación que había tenido con el viejo. Con Roberto pasaban tiempo juntos, se divertían, se reían. Eran algo así como amigos. A menudo, Ulises se quedaba en la peluquería mientras Roberto trabajaba o descansaba entre cliente y cliente.
En una de esas ocasiones, entró al local un vendedor de sombreros, un negro brasilero que hablaba en portuñol. Llevaba los sombreros atados a un palo con varias cuerdas. Ofreció la mercadería.
—No, gracias —dijo Roberto.
El negro se rió.
—No, gracias —repitió imitando el tono afeminado de Roberto y doblando la muñeca hacia atrás. Y se dio vuelta para marcharse.
Pobre, creyó que iba a ser tan fácil.
—Eh, ¿qué te pasa, brasuca? —dijo Ulises.
El brasilero se hizo el distraído y siguió andando. Ulises se interpuso entre la puerta y él.
—Te estoy hablando. ¿No me escuchás?
El negro abrió los ojos como platos y fingió que no entendía el idioma.
—Ah, ¿no entendés? —dijo Ulises—. ¿Y esto lo entendés?
Y le metió un derechazo en el medio de la jeta.
Congelemos la imagen. Ulises aún con el puño cerrado, el brazo extendido. El negro cayendo hacia atrás, suspendido en el aire. El palo volando, las cuerdas como látigos, una bandada de sombreros. Más allá, Roberto, junto a los sillones de peluquería, tomando envión para sumarse a la gresca. Ya conocemos a Ulises, juzgo oportuno describir a Roberto. Tal vez alguien lo imaginó viejo; Roberto es joven, tiene treinta y pico. Tal vez alguien lo imaginó femenino; Roberto es alto, musculoso y pelado. Imagínense al cantante de Midnight Oil. O mejor al pelado que cantaba I’m too sexy. Los que saben de historieta imaginen a Den, de Richard Corben. Roberto no parece una mujer, a pesar de que algunos sábados por la noche se traviste y se pone una peluca roja. Y a Roberto, como a Ulises, le gusta agarrarse a trompadas.
Un último vistazo al vendedor de sombreros, antes de que caiga al piso y las dos fieras se abalancen sobre él. Estatura media, contextura delgada. No tiene muchas chances de salir bien parado, al menos que sea un astro de la capoeira. Por lo rápido que perdió el equilibrio, sospecho que no lo es.
Quitamos la pausa y observamos la paliza. Trompadas, patadas, el negro no logra ponerse en pie en ningún momento. En un paroxismo de furor, Roberto cambia de objetivo: se acerca al palo con cuerdas. Pero antes de que pueda patear los sombreros, Ulises le da vuelta la cara de un bife.
—¡¿Qué hacés, pelotudo?! —exclama Roberto con un falsete más estridente que de costumbre.
—¡La mercadería no! —dice Ulises—. ¡¿Qué sabés si no tiene pibes que alimentar?!
Por Dios, Ulises, ¿de qué sirve la mercadería si les estropeás el padre?
Los sombreros no se venden solos.