martes, 20 de marzo de 2012

SEÑORA DE LAS CINCO DÉCADAS… Y MEDIA

Todos los sábados, a la salida del laburo, iba a visitar a mi hermana Silvana a la casa tomada en la que vivía con Ulises M. Por lo general, Ulises no estaba y nosotros nos íbamos a lo de Graciela M a tomar unos mates. Algunas veces, salíamos de paseo con ella, sus hijos y su nieta. Así fui entrando en confianza con la familia.

En uno de esos paseos, en una ocasión en que nos sentamos juntos en un colectivo, terminé hablando con Graciela sobre mis amores frustrados.


¿Cómo terminamos hablando de eso?


No lo recuerdo. Supongo que, simplemente, ella me preguntó si yo tenía novia.


¿Qué hay de raro en eso?


Nada. Una señora, madre de mi cuñado, preguntándome si tengo novia. ¿Cuántas preguntas puede hacerle una señora a un joven de diecinueve años al que recién está conociendo?


¿Qué edad tenés? ¿Estudiás? ¿Trabajás? ¿Tenés novia? ¿Creés en Dios? ¿Le tenés miedo a esto?


Una señora muy jovial y simpática. Macanuda, buena onda. Le respondí que no, que no tenía novia.


Me habrá preguntado por qué.


Le hablé de mi timidez. Había entrado en confianza con la señora. No le hablé de mi fimosis, era un tema sin resolver y aún era mi gran tabú; pero le hablé de mis problemas para relacionarme con las chicas. De mi falta de confianza en mí mismo. De mi dificultad a la hora de interpretar señales en el juego de la seducción. Y utilicé una alegoría que luego sería manoseada, reciclada, reutilizada por ella en muchas ocasiones: un hit remixado una y otra vez. Le dije que para la conquista amorosa yo era un miope esperando el colectivo. Que lo veía de lejos y dudaba. Que cuando reconocía el cartel y levantaba la mano, el colectivo ya se estaba yendo. Que a la distancia me daba cuenta de que, en el pasado, con algunas chicas habíamos tenido onda; pero que mi falta de confianza me había impedido estar seguro de esto en su momento y por eso había desaprovechado oportunidades. Todo esto le contaba a la señora. Faltaba un diván para que fuera una sesión de psicoanálisis. La señora no ejercía, pero era licenciada en psicología.


Hannibal Lecter también.


Es más, entré tanto en confianza con ella que terminé contándole que me gustaba una de sus hijas, Roxana M.


Esto fue cuando Roxana ya se había ido a vivir a Ushuaia huyendo de Walter N, el violento padre de su hija. Para esa época, poco antes o poco después, mi hermana se separa de Ulises y se va a vivir a La Pampa con mis viejos. Y Claudio G se muda de lo de Graciela a lo de su padre, en Martelli. Por todo esto, dejo de frecuentar San Martín. Porque lo que me había ligado hasta aquel entonces con ella, eran sus hijos.


Pasó el tiempo. Un día, en el trabajo, recibí una llamada telefónica.


—Guille, para vos.


—¿Quién es?


—Una señora.


—¿Mi vieja?


—Qué sé yo, boludo… Atendé…


—Hola…


—Hola, ¿Guillermo?


—Sí. ¿Quién habla?


—Graciela. La mamá de Ulises.


—¡Ah, hola!… ¿Cómo andás?


—Bien, bien… ¿Vos?


—Bien…


—Tanto tiempo…


La verdad es que unos meses sin ver a esta señora no me parecían mucho tiempo, pero dije:


—Sí, tanto tiempo…


—Te llamaba porque le escribí una carta a Silvana y te la quería dar para que se la hagas llegar.


—Si querés, te puedo dar la dirección…


Se rió.


—No, prefiero dártela a vos. Y de paso nos tomamos un café y charlamos un rato, ¿te parece?


—¡Dale!


—¿El martes te queda cómodo?


—Sí, dale, juntémonos el martes.


—Y de paso festejamos el día de la primavera.


—¡Claro!


Me reí.

martes, 13 de marzo de 2012

SODOMA, GOMORRA Y LOS HIJOS DE LOT

       Dedicado a Mateo.
       Génesis, capítulo 19.


   Tres ángeles se separan de Abraham para ir a destruir Sodoma. Solo dos llegan allí. Supongo que el tercero se desvía para hacer cagar a Gomorra.
   En la puerta de Sodoma, encuentran a Lot, sobrino de Abraham. Lot, que aún no tiene idea de para qué vienen los dos chabones a la ciudad, les ruega que paren en su casa. Que duerman y se laven las patas ahí. (1) Ellos declinan la invitación, le dicen que van a dormir en la plaza. Lot insiste. Les rompe tanto las bolas que, finalmente, ellos aceptan. (2)
  Ya en la casa, Lot los invita a morfar; pero antes de que puedan acostarse a dormir, todos los hombres de Sodoma —sí, todos, absolutamente todos, jóvenes y viejos— rodean la vivienda y dan voces a Lot.
   —¿Dónde están los varones que vinieron a ti esta noche? —le dicen—. Sácanoslos, y los conoceremos.
   El lector incauto tal vez piense «Claro, esta buena gente quiere conocer a los ángeles. Tomarse fotos con ellos, pedirles autógrafos, que les bendigan algún souvenir». Pero debemos recordar que, algunas veces, cuando en la Biblia dice conocer, debemos leer empernar. Así es como debemos interpretar esta escena: todos los hombres del lugar, del más grande al más pequeño, apiñados alrededor de la casa de Lot con la viva determinación de culearse a los ángeles —¿Y quién no quisiera? Debe ser un sueño—. Con la viva determinación de sodomizarlos, pues de aquí viene el término. Casi todo el mundo coincide en que este fue el pecado que terminó condenando a Sodoma, cuando la sentencia aún estaba en veremos y los ángeles habían sido enviados por Dios a la ciudad para comprobar si el porcentaje de hijos de puta que la habitaban justificaba su destrucción. Algunos creyentes pacatos discuten esto, sosteniendo que los sodomitas solo querían conocer literalmente a los forasteros, para evaluar si los admitían o no en la ciudad, y que el pecado determinante fue la falta de hospitalidad.
   Como sea, ir a una ciudad y que todos los habitantes te quieran hacer el orto juntos tampoco me parece muy hospitalario. Así que eso no se discute: los sodomitas no eran buenos anfitriones.
   Lot sale a la puerta.
   —Os ruego, hermanos míos, no hagáis esta maldad —le dice a la turba—. He aquí tengo dos hijas que no han conocido varón. Os las sacaré fuera, si os place, y haréis con ellas como bien os pareciere, con tal que no hagáis nada a estos varones. (3)
   ¡Mató la onda! ¡Eso es un padre, carajo!
   Obviamente, los depravados no agarran viaje. Quiero garcharme a un ángel, ¿no entendés? ¿Qué me chupa que tus hijas sean vírgenes?
   —¡Las bolas! —le dicen—. ¡Ahora te haremos más mal a ti que a ellos!
   Y se arrojan sobre Lot para trincárselo entre todos. Pero los ángeles intervienen. Meten a Lot adentro de la casa, cierran la puerta y enceguecen a los atacantes.
   —¿A quién más tienes aquí? —preguntan los ángeles a Lot—. Tu jermu, tus hijas, tus yernos, llevátelos a todos, porque se pudrió el rancho: vamos a hacer cagar fuego a esta ciudad. (4)
   Lot les cuenta esto a sus yernos —que eran prometidos de sus hijas, aún no se las habían garchado—, pero ellos se piensan que es una joda. (5)
    —Ja ja ja, qué hijo de puta este Lot… Siempre el mismo…
   Raya el alba y la familia todavía está en casa. Supongo que Lot sigue intentando convencer a sus yernos de que les habla en serio.
   —¡Dale, boludo! —le dicen los ángeles— ¡Dejá a esos perejiles! ¡Agarrá a tu jermu y a tus hijas y rajá de acá! ¡Si no, te vas a cagar muriendo vos también! (6)
    Pero no hay caso, el otro se tarda. Así que lo tienen que llevar afuera de la ciudad a la rastra.
   —¡Escapa por tu vida! —le dicen—. ¡No mires tras ti! ¡Escapa a la montaña, no sea que perezcas!
   Y Jehová hizo llover azufre y fuego sobre Sodoma y Gomorra. Y todos los habitantes de las ciudades murieron.
   Y cuando la familia se alejaba del lugar, la mujer de Lot miró tras de sí y se convirtió en pilar de sal, vaya uno a saber por qué. Supongo que para que pueda suceder lo que sucede después.
   Lot y sus hijas huyeron a la montaña y habitaron en una cueva.
   Un día, la hija mayor le dijo a la menor:
  —Nuestro padre es viejo, boluda, y nuestros novios se cagaron muriendo. Pongámoslo en pedo y garchemos con él, así conservaremos de nuestro padre descendencia. (7)
   No olvidemos lo importante que era el tema de la descendencia para la pobre gente de aquella época.
   E hicieron eso: esa noche pusieron en pedo a su padre y la hija mayor se lo garchó. Y él no supo cuándo ella se acostó ni cuándo se levantó.
   Y aconteció al día siguiente que dijo la mayor a la menor:
   —Anoche me garché al viejo. Pongámoslo en pedo esta noche también y garchátelo vos, así conservaremos de nuestro padre descendencia. (8)
   E hicieron beber vino a su padre aquella noche también, y la menor acostose con él. Y él no supo cuándo ella se acostó ni cuándo se levantó.
    Las dos hijas quedaron embarazadas.
   La mayor le puso a su hijo Moab, que significa del padre, la muy cínica.
    La menor le puso a su hijo Ben-ammí, que significa hijo de mi pueblo, haciendo referencia a la endogamia.
  El primero es padre de los moabitas, el segundo es padre de los amonitas. Ambos pueblos, enemigos de los hebreos.


       (1) Génesis 19:2
       (2) Génesis 19:3
       (3) Génesis 19:7, 8
       (4) Génesis 19:12, 13
       (5) Génesis 19:14
       (6) Génesis 19:15
       (7) Génesis 19:32
       (8) Génesis 19:34

martes, 6 de marzo de 2012

EL UMBRAL DE LA LOCURA

Pablo A era amigo de Juan Z. Creo que se habían conocido en la secundaria nocturna. Pablo A era un sujeto extraño, con problemas psicológicos, diagnosticado como psicótico. Había tenido antecedentes, pero los brotes importantes los empezó a tener a partir de la muerte de su abuelo. Afirmaba que su espíritu se le aparecía y se comunicaba con él. Alguien que conozco diría que seguramente esto era verdad. Y que Pablo no veía a su abuelo muerto porque estaba loco, sino al revés: que Pablo estaba loco porque veía a su abuelo muerto. Yo digo ¿quién sabe?… No tengo manera de probar eso ni lo contrario.

Sea como sea, Pablo era —y seguramente sigue siendo— un sujeto extraño. Tanto su aspecto como su comportamiento lo eran. No hay persona a quien le haya mostrado mi álbum de fotos que no se haya detenido en él diciendo: «¿Y este? Qué cara…».

Lo primero que impacta es el modo en que mira a la cámara. Uno ve esos ojos y escucha un viento huracanado detrás.

El segundo impacto lo produce el tamaño de la cabeza, lo largo de la cara, la quijada saliente. Tiene algo de Lovecraft, mezclado con César Banana Pueyrredón, mezclado con Bukowski. Y el pelo de Beethoven.

Con él y con Juan solíamos grabar unos simulacros de programas radiales en joda, algunos de los cuales aún conservo. Pablo tenía un sentido del humor infantil y reiterativo. Podía tararse repitiendo variantes del mismo chiste absurdo o escatológico durante horas. Pero si estaba con alguien que lo guiaba y le ponía límites, era capaz de hacer chistes muy graciosos.

También hacía música, por llamarla de algún modo. Autodidacta, componía sus propios temas. Los padres le habían regalado un sintetizador y se había fascinado con el sonido de órgano de iglesia. Le encantaban los cantos gregorianos y otras cosas por el estilo. Siempre que pienso en él, me lo imagino vestido como el Fantasma de la Ópera, tocando esas melodías desafinadas, tenebrosas y reiterativas en su sintetizador.

A veces le pedía a Juan que lo acompañara con el bajo y pasaban la tarde tocando y grabando esas sesiones. Juan se divertía y le gustaba darle una mano a su amigo, incentivándolo a que hiciera algo creativo. Algunos días se quedaban tocando hasta el anochecer, como en la ocasión que quiero relatar.

Se habían juntado en lo de Juan. Pablo había compuesto algunos temas nuevos, que sonaban iguales a todos los anteriores. A todos les ponía la base de batería electrónica del sintetizador, que sonaba a lata y que, combinada con el sonido de órgano de iglesia, daba como resultado un efecto muy extravagante. Cuando cantaba, lo hacía en un inglés inventado —salvo en un tema que se llamaba Cállate, hijo de perra, en el que repetía cállate hijo de perra, ya no me hables, ya no me escuches, eres un hijo de perra, y así, alternando— e invariablemente había un segmento reservado a uno de sus solos de órgano desbocado, en los que daba rienda suelta a toda su deformidad.

A pedido de Pablo, siempre tocaban con la luz apagada. El sol iba menguando hasta que, finalmente, la habitación solo quedaba iluminada por las luces de la pecera de Juan. Esa tarde, Pablo no hacía chistes. Lúgubre, tocaba con solemnidad. Cuando cayó el sol, le pidió a Juan que dejara el bajo. Le contó que ese día era el aniversario de la muerte de su abuelo y que había compuesto un réquiem en su honor. La sinfonía duró más de una hora. Los sonidos discordantes del órgano sin un esquema aparente. Pablo tocaba con los ojos cerrados. Los dedos crispados, sacudiendo la melena. Juan, que era muy respetuoso del duelo ajeno, no se animaba a interrumpirlo. Se tragó el concierto entero.

Cuando Pablo terminó, se trasladaron al comedor y cenaron en silencio. Ese fin de semana Augusto y Emilia se habían ido a la costa.

Después de la cena, tomaron unos mates. Pablo, como en tantas otras ocasiones, se puso a hablar de su abuelo. Del espíritu de su abuelo. De sus últimas apariciones. De las cosas que le contaba, que le aconsejaba, que le reclamaba. A Juan le duraba el efecto del réquiem a la luz de la pecera. No había sido buena idea invitar a Pablo esa noche.

Algo interrumpió el soliloquio de Pablo. Algo fuera de contexto, inexplicable. Bebés gritando. En el patio, en el techo. Multitudes.
   
El espanto cortó la respiración de Juan los segundos que tardó en darse cuenta de que los bebés eran gatos. Unos segundos en los que estuvo a punto de volverse loco.

sábado, 25 de febrero de 2012

ABRAM SE TRANSFORMA EN ABRAHAM

     Génesis, capítulos 17 y 18.


  Pasaron trece años desde el nacimiento de Ismael. Jehová volvió a aparecer ante Abram. Para repetir lo dicho: que Abram tendría muchos descendientes y que estos serían dueños de toda la tierra de Canaán. (1)
  Y no serás llamado más Abram, sino que Abraham será tu nombre; porque te he constituido padre de una multitud de naciones.
  Abram significa padre excelso. Abraham significa padre excelso de una multitud.
  Y a Sarai, tu mujer, no la llamarás más Sarai, sino que Sara será su nombre.
   Sarai significa princesa mía. Sara significa princesa, a secas.
   Y yo la bendeciré, y de ella también te daré hijo, y vendrá a ser madre de naciones.
   Abraham se rió, porque Sara ya tenía noventa años, y él tenía noventa y nueve.
   ¿Cómo van a tener hijos un par de viejos de mierda como nosotros?, se preguntaba. (2)
   Pero Dios insistía: Sara, tu mujer, te parirá un hijo. Se llamará Isaac (que significa hijo de una vieja —no, mentira, esta vez no me crean: no significa eso—) y yo estableceré mi pacto con él y con su simiente, no con Ismael.
   Y como señal, en la propia carne, de ese pacto, Abraham y todos sus descendientes y esclavos deberían circuncidarse.
   Por fortuna, si alguna vez decido convertirme al judaísmo, sólo me resta comprarme una kipá. La parte más jodida ya está hecha.
  Pasó el tiempo. Tres ángeles se presentaron ante Abraham, y él los invitó a morfar. Y oootra vez le dijeron que Sara tendría un hijo. Sara, que ya no menstruaba. (3) Pero esta vez, Jehová dio una fecha: un año a partir de ese momento.
  Cuando terminaron de comer, los ángeles se levantaron de la mesa y Abraham los acompañó un trecho. Iban hacia Sodoma.
  Luego de discutir un rato consigo mismo, Jehová decidió contarle a Abraham que iba a destruir Sodoma y Gomorra porque estaban llenas de hijos de puta. (4) 
   Abraham objetó a su señor.
  —¿Vas a destruir al justo con el inicuo? —le preguntó—. Quizás haya cincuenta justos en medio de la ciudad. ¿No vas a perdonar el lugar por amor a esos cincuenta? ¡Lejos sea de ti el obrar de esta manera, que hagas morir al justo con el inicuo, y que el justo sea tratado como el inicuo! ¡Lejos sea esto de ti! ¿El Juez de toda la tierra no ha de hacer justicia?
   —O.K. —dijo Jehová—. Si encuentro cincuenta justos en Sodoma, voy a perdonar a todo el lugar por amor a ellos.
   —He aquí, con tu permiso, he tenido el atrevimiento de hablar al Señor —dijo Abraham—, yo que soy polvo y ceniza. ¿Y si faltaran cinco para llegar a esos cincuenta justos? ¿Vas a destruir toda la ciudad por esa pequeña diferencia?
  —Bueno —dijo Jehová—, está bien: no la destruiré si encuentro cuarenta y cinco.
   Pero Abraham arremetió nuevamente.
   —¿Y si fueran cuarenta?
   —No lo haré por amor a los cuarenta.
   Sigue el regateo.
   —Yo te ruego no se encienda la ira del Señor. Quizás haya treinta.
   Jehová suspiró con los ojos en blanco.
   —No lo haré si encuentro treinta…
  Abraham escondió un poco la cabeza entre los hombros y miró hacia arriba con timidez.
   —¿Veinte?
   —No la destruiré por amor a los veinte.
  —Yo te ruego no se encienda la ira del Señor. Una más y te juro por Vos que no rompo más las Pelotas. ¿Y si hubiera diez?
   —No la destruiré por amor a los diez —dijo Jehová, conteniendo el rayo en la punta de los dedos.
   «¿Le tiro un cinco?», pensó Abraham. «No, mejor me planto acá.»
   Y cada uno siguió su camino. (5) 
    
      (1) Génesis 17:8
      (2) Génesis 17:17
      (3) Génesis 18:11
      (4) Génesis 18:17-19
      (5) Génesis 18:23-33

viernes, 17 de febrero de 2012

PRIMERA VUELTA

   Hoy, Carne con Alambre cumple un año. Es un blog de Acuario, aunque yo le veo cara de Escorpio. Y le siento mucho Mercurio, pero ese es mi Mercurio. No recuerdo a qué hora nació, no puedo hacerle la carta natal. Ni recuerdo si lo parí de día o de noche.
  Este blog nació en una época difícil de mi vida, que también fue una época de cambio y crecimiento, como suele suceder con la mayoría de las crisis cuando uno logra digerirlas. Cuando uno no lo logra, simplemente se indigesta, y a veces se ulcera. No fue mi caso: yo aprendí mucho en este proceso. Adquirí nuevas virtudes y me deshice de viejos hábitos negativos. Fue arduo, dolió, pero el saldo es absolutamente a favor. Superé con éxito el tránsito de Saturno sobre mi Plutón natal, si vamos a seguir hablando de astrología.
  Al crear este blog, perseguía varios objetivos. La catarsis era uno de ellos. Porque la catarsis embellecida es doble catarsis, aunque Aguirre opine lo contrario. Mostrar mis dibujos y mis escritos era otro. Y conocer gente afín a mí, que este fuera un espacio de intercambio de ideas e impresiones. Todos los objetivos fueron alcanzados.
  A algunos de ustedes, los conocí en persona. Y aspiro a conocerlos a todos. Porque el intercambio virtual es bueno, pero el intercambio en vivo y en directo es mejor. En eso coincido con Gabriela y con Ivana.
   Por orden de aparición, conocí a:
   Ivana, que perdió en el ajedrez a pesar de sus bravatas.
   Soy, que, felizmente, está haciendo música otra vez.
   Gabriela, a quien quiero escuchar tocando el violoncello.
  Cel, con quien compartimos charlas de libreros y aprendices autodidactas de astrología.
  Gabba, con quien establecimos un pacto secreto respecto a cierto tambor.
   Cat, que siempre que puede se va al monte a volar.
   eMe, la letra con rebenque.
   Mana-T, que es petisa —las otras dos cosas, no—.
   Y Diana Bz, que dibuja unas niñas oso hormiguero que son geniales —y chicas cactus, y hombres con gorros de pez, y muchas otras cosas igual de buenas—. 
  A Sthepen Cure —que tiene múltiples personalidades— y al Señor Potoca —a quien siguen los pedos— los conocía de antes. Igualmente, es un gusto recibir sus visitas en este espacio.
  Algunos están lejos, como Mateo —que sueña con aviones—, Dana Eva —que sueña que se dibuja y se desdibuja—, Israel —que desapareció del mapa después de arrojar a su suegro desde un acantilado—, Panqueca —la que no ... porque tiene jaqueca—, Juan Pérez —que espera en un micro matando moscas—, Paris_In_Flames —la chica con alitas que cuando intenta poner cara de mala le sale cara de conformidad melancólica, pero aún así te persigue con un cuchillo—, Madame —que chupa piedras como Molloy—, Violeta —que es amiga de un ángel negro—, Harry Goaz —el androide que siempre me desea a SUPER week— y Café —con quien espero tomarme un ídem algún día, o mejor unos mates, que cebará ella, claro, porque sospecha que es mejor que así sea—.
  Yo estoy acá, ellos están allá: es evidente que no soy yo quien está lejos, sino ellos, diga lo que diga Café.
   Otros están cerca, pero por ahora sólo los he leído.
  También por orden de aparición: MeRi —que amenazó con contar historias sobre su clítoris y después arrugó—, C. —con quien nos debemos una salida al teatro—, She Live on Love Street —que combate contra dinosaurios en miniatura—, Alelé —que toca rock and roll con niños de diez años y destruye negatoscopios—, Boris —pendejo insolente que, de lo bien que escribe, parece que tuviera el doble de la edad que tiene—, Ma ca re na —una chica un poco incoherente—, Karina —que se apiada de Cachilo—, Lunática —que se sueña con zapatos chicos—, Wonderwall —un vasito—, Ariadna —que se escribe mails a sí misma—, Luz —que sueña con alambres de púas rayándole el cuerpo—, Cherrie —que sueña con conejos—, El Pato Bonavides —que no respeta a los muertos—, LuLú —con quien compartimos algunos aspectos incómodos de Saturno y de Neptuno—, Valeria Mont —a quien tuve el gusto de conocer gracias a Urdapilleta y Tortonese—, Sole LC —a quien quiero escuchar tocando el saxo—, Pao —que, felizmente, logró huir de los testigos de Jehová—, Melissa —cuya imaginación desbordada dibuja muy bien—, Ramita —que no es adivina ni telépata—, XO —fan de una telenovela en la que la villana es una cruza del increíble Hulk y la nena del Exorcista— y Sinsemilia —que sueña con cucarachas gigantes—.
   Por último —y no por eso menos importante, sino todo lo contrario—, este blog le debe mucho a Tenshi Virago, con quien dio sus primeros pasos.
   Por todos ustedes, esta mano hecha de carne, con armazón de alambre, alza su copa —llena de alcohol, para que Aguirre también alce la suya—.
   ¡Salud!

domingo, 12 de febrero de 2012

CÓDIGO GUERRERO

Ulises M era bisexual. Decía que se acostaba con hombres sólo para obtener algún beneficio económico. Poco tiempo después de romper con mi hermana, se garchaba a un viejo a cambio de plata. Más tarde comenzó su relación con Roberto, un peluquero del barrio. Les debo la inicial porque desconozco el apellido. Ulises se acostaba con Roberto a cambio de hospedaje y comida —en esa época ya había sido desalojado, junto con sus compañeros y respectivas familias, de la casa tomada—. Y cada tanto, Roberto le tiraba unos mangos para sus cosas.

No era como la relación que había tenido con el viejo. Con Roberto pasaban tiempo juntos, se divertían, se reían. Eran algo así como amigos. A menudo, Ulises se quedaba en la peluquería mientras Roberto trabajaba o descansaba entre cliente y cliente.

En una de esas ocasiones, entró al local un vendedor de sombreros, un negro brasilero que hablaba en portuñol. Llevaba los sombreros atados a un palo con varias cuerdas. Ofreció la mercadería.

—No, gracias —dijo Roberto.

El negro se rió.

—No, gracias —repitió imitando el tono afeminado de Roberto y doblando la muñeca hacia atrás. Y se dio vuelta para marcharse.

Pobre, creyó que iba a ser tan fácil.

—Eh, ¿qué te pasa, brasuca? —dijo Ulises.

El brasilero se hizo el distraído y siguió andando. Ulises se interpuso entre la puerta y él.

—Te estoy hablando. ¿No me escuchás?

El negro abrió los ojos como platos y fingió que no entendía el idioma.

—Ah, ¿no entendés? —dijo Ulises—. ¿Y esto lo entendés?

Y le metió un derechazo en el medio de la jeta.

Congelemos la imagen. Ulises aún con el puño cerrado, el brazo extendido. El negro cayendo hacia atrás, suspendido en el aire. El palo volando, las cuerdas como látigos, una bandada de sombreros. Más allá, Roberto, junto a los sillones de peluquería, tomando envión para sumarse a la gresca. Ya conocemos a Ulises, juzgo oportuno describir a Roberto. Tal vez alguien lo imaginó viejo; Roberto es joven, tiene treinta y pico. Tal vez alguien lo imaginó femenino; Roberto es alto, musculoso y pelado. Imagínense al cantante de Midnight Oil. O mejor al pelado que cantaba I’m too sexy. Los que saben de historieta imaginen a Den, de Richard Corben. Roberto no parece una mujer, a pesar de que algunos sábados por la noche se traviste y se pone una peluca roja. Y a Roberto, como a Ulises, le gusta agarrarse a trompadas.

Un último vistazo al vendedor de sombreros, antes de que caiga al piso y las dos fieras se abalancen sobre él. Estatura media, contextura delgada. No tiene muchas chances de salir bien parado, al menos que sea un astro de la capoeira. Por lo rápido que perdió el equilibrio, sospecho que no lo es.

Quitamos la pausa y observamos la paliza. Trompadas, patadas, el negro no logra ponerse en pie en ningún momento. En un paroxismo de furor, Roberto cambia de objetivo: se acerca al palo con cuerdas. Pero antes de que pueda patear los sombreros, Ulises le da vuelta la cara de un bife.

—¡¿Qué hacés, pelotudo?! —exclama Roberto con un falsete más estridente que de costumbre.

—¡La mercadería no! —dice Ulises—. ¡¿Qué sabés si no tiene pibes que alimentar?!

Por Dios, Ulises, ¿de qué sirve la mercadería si les estropeás el padre?

Los sombreros no se venden solos.

domingo, 5 de febrero de 2012

PALABRA DE DIOS: ABRAM

     Génesis, capítulo 11 al 16.

   Noé engendró a Sem, que engendró a Arfaxad, que engendró a Selah, y así por varias generaciones hasta llegar a Abram.
   Abram era bueno a los ojos de Dios. Por eso, Dios lo eligió como padre de su pueblo.
  Vete de tu tierra, y del lugar de tu nacimiento, y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré, le dijo un día. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre.
  Partió, pues, Abram de su tierra, junto con Sarai —su mujer— y su sobrino Lot. Y estuvieron andando hacia el lugar que Dios había indicado hasta que una hambruna asoló la tierra y los obligó a parar un tiempo en Egipto, porque ahí había algo de morfi.
   Sarai, la mujer de Abram, estaba muy buena. Abram tenía miedo de que los egipcios lo mataran para garchársela. Habló, entonces, con ella antes de entrar a Egipto y le pidió que se hiciera pasar por su hermana. (1)
  Efectivamente, cuando entraron a Egipto, todos los hombres se la querían empomar. Y el que se la terminó empomando fue el faraón. Tan contento estaba con la mina que le regaló un montón de rebaños y de esclavos a Abram.
   Pero Dios se enfureció por esto y envió grandes plagas al faraón y a su familia. Ojo que estas no son las famosas diez plagas de Egipto. Esas vienen después, en la parte de Moisés.
   Cuestión que el faraón lo llamó a Abram y le dijo:
   —¿Qué me hacés, boludo? ¿Por qué no me dijiste que era tu mujer? Si hubiera sabido, no me la empomaba. Ahí la tenés. Agarrala y mandate a mudar, haceme el favor. (2)
   Y Abram partió de Egipto, junto con Sarai, Lot, y todos los esclavos y rebaños que había conseguido gracias al sudor de su mujer.
   Acá apretamos el botón de avance rápido. La caravana sigue marchando. Los rebaños se multiplican. Dios había dicho henchid la tierra —Dios, cómo me gusta decir henchid— y los animales no paran de garchar. Llega un momento en que son tantos las vacas, asnos y camellos que tiene Abram por su lado y Lot por el suyo que ya es dificultoso andar todos juntos. Y dos por tres los pastores de uno y los pastores del otro se pelean —imaginen todo esto a velocidad rápida y con la musiquita de Benny Hill—. De modo que Abram y Lot deciden dividirse y henchir la tierra cada uno por su lado. Así es como Lot termina en Sodoma. Ya vamos a volver con él.
   Después, Dios vuelve a prometerle tierras a Abram, reiterativo como es su estilo. Y le promete abundante descendencia. Abro paréntesis. El tema de la descendencia es muy importante a lo largo de la Biblia. Tener abundante simiente es una de las mejores promesas que puede hacerle Dios a los sucesivos personajes de este extenso relato formado de relatos. El pueblo hebreo, al igual que muchos otros de la época, estaba en pleno período de expansión. Y para expandirse, para ocupar tierras, se necesita gente. Por este lado, me parece a mí, viene el fuerte repudio que encontramos en la Biblia a la homosexualidad: los homosexuales no procrean. Me explayaré sobre esto cuando lleguemos a Levítico. Cierro paréntesis.
  Seguimos en avance rápido. Hay una guerra. No nos importa. Salteemos esta parte.
   Volvemos al avance normal.
   Había pasado el tiempo y Abram no había tenido hijos. Sarai, su mujer, era estéril. Abram reprochó esto a Dios. Dios repitió su promesa.
   Mira hacia los cielos y cuenta las estrellas, si las puedes contar, le dijo. ¡Así será tu simiente! (3)
   Pero no había caso, Abram dale que dale, tratando de henchir —perdón, lectores, no puedo evitarlo— y nada: Sarai seguía tan estéril como siempre.
   Sarai tenía una esclava egipcia llamada Agar —seguramente, regalo del faraón—. Viendo que la cosa no iba ni para atrás ni para adelante —o que iba para atrás y para adelante, pero sin el resultado esperado—, rogó a Abram  que  se  garchara  a  la  esclava,  para  tener  los  hijos  por medio de  ella. (4) Porque esa era una costumbre de la época: como la esclava le pertenecía, los hijos que ella tuviera con su marido también serían de Sarai.
  Escuchando el ruego de su mujer, Abram se garchó a Agar. Y Agar quedó embarazada. Pero cuando quedó embarazada, se re agrandó y despreció a su señora por ser estéril. La otra se re calentó y se fue a quejar a su marido.
  —Tu sierva está en tu mano —dijo Abram—. Hacé con ella lo que quieras.
   Lo que quería Sarai era fajarla. Y eso es lo que hizo.
  Agar, embarazada como estaba, huyó al desierto. En el desierto, la interceptó un ángel.
   —Agar, sierva de Sarai —le dijo—, ¿de dónde vienes? ¿y adónde vas?
   —De la presencia de Sarai, mi señora, voy huyendo —dijo ella.
   —Vuelve a tu señora —dijo el ángel—, y humíllate ante ella. (5)
   Pero también prometió Jehová a través del ángel:
   —Multiplicaré de tal manera tu simiente, que no podrá ser contada a causa de su muchedumbre.
   Porque Dios bendice a quien se humilla, como volveremos a ver, más adelante, en la historia de Job.
   Eso bastó para convencer a Agar de que volviera. Y Agar parió y llamó a su hijo Ismael, que significa Dios oirá, porque Jehová había oído su aflicción.


      (1) Génesis 12:11-13
      (2) Génesis 12:18, 19
      (3) Génesis 15:3-5
      (4) Génesis 16:2
      (5) Génesis 16:9