Yo quería mucho a mi bisabuela. Como fue una mujer longeva y había tenido de muy joven a mi abuela, tuve la suerte de poder compartir lindos momentos con ella desde mi infancia hasta los veinte años.
Mi bisabuela vivía sola en su departamentito. Un día se cayó al piso y no se pudo levantar. Estuvo ahí tirada durante veinticuatro horas hasta que alguien se dio cuenta, creo que el portero del edificio. A partir de ese suceso, ella decidió vender el departamento y pagarse un geriátrico con ese dinero.
A mi bisabuela le había empezado a fallar la cabeza poco antes de internarse. En el geriátrico se le terminó de arruinar. Tal vez su senilidad siguió su curso natural, pero yo creo que ayudó el encierro y el estar en contacto con viejos que estaban peor que ella.
Antes de internarse, había comenzado a hablar con la gente de la televisión. «No se vaya que enseguida volvemos», decía un señor en la pantalla. «Por supuesto, querido. Me quedo acá sentada, quedate tranquilo. Muy amable», contestaba ella. Si mi hermana o yo estábamos con ella en el living, nos hacía saludar a la gente del otro lado del vidrio y nos presentaba. «Estos son mis bisnietos, de los que siempre le hablo tanto, señorita. ¿Vieron qué elegante es esta chica? Bueno, ahora la vamos a dejar hablar que nos tiene que explicar algo.»
Al principio era solo esto. El resto del tiempo, se podía tener con ella una conversación normal. En el geriátrico empezó con lo de mi bisabuelo.
Mi bisabuelo, Esteban, falleció bastante tiempo antes de que yo naciera. En eso, estamos todos de acuerdo.
En una de mis visitas al geriátrico, encontré a mi bisabuela con cara de mal humor.
—¿Cómo estás, abuela? —le pregunté.
—Mal, Guillermito, mal. Me pasó algo muy feo.
Entonces me contó. El día anterior la había visitado mi bisabuelo. Esto no es una historia de fantasmas: mi bisabuelo estaba vivito y coleando, porque lo habían resucitado en Cuba.
—Viste los adelantos tecnológicos en medicina que tienen allá… —me dijo mi bisabuela—. Se llevaron el cuerpo de acá para experimentar, ilegalmente por supuesto, y lo resucitaron. Y no es el único. Ya lo han hecho con gente de todo el mundo. Pero a cambio, te obligan a quedarte a vivir allá y a casarte con alguien de la isla. Así que ahora Esteban es cubano y está casado con una cubana.
—Ajá… —dije, y meneé la cabeza.
—«Bueno, te felicito, Esteban», le dije. «¿Y para qué volviste? ¿Qué querés de mí?» Y el desgraciado me dijo que venía a buscar la parte que le correspondía del departamento…
—«¡De ninguna manera!», le dije yo. «¡Para la ley argentina estás bien muerto! ¡Así que volvete a Cuba y que te mantenga la puta esa con la que te casaste!»
Dicen que en la Argentina votan hasta los muertos.
En Cuba no se detendrán hasta que todos los muertos del mundo sean comunistas.